Concreto
Desde lejos había que adivinar la colina, no quedaba en la superficie de ella un solo sitio sin concreto. Estaba construida por completo. La calle principal era una espiral irregular por la que trabajosamente circulaba estrecho el tránsito y las casas eran como bloques de lego roídos por las polillas. A él le hubiera encantado ser un rey y que los arquitectos le dijeran su majestad, mientras desenrollaban nerviosa y torpemente los planos frente a él y que tartamudearan explicando los atrasos; pero no había podido ser así.
Él podía estudiar la inmigración de su familia, piso a piso, en las casas de la colina, viéndola de lejos. Primero su madre y sus hermanos, luego los tíos y los primos y después los vecinos. Todo arrancaba con: “mama nos vamos a casar” o “comadre nos vamos a quedar, ¿ese matorral tendrá dueño?” y luego todo era cuestión de cabilla, ladrillo, cemento y tiempo, y entonces había otro piso en la casa de los padres de uno de los novios, otro anexo si la pareja no tenía mucho dinero o se construía un primer piso de una nueva casa, sobre unas columnas que siempre se veían medio torcidas.
Le encantaba ver -cuando al ocaso- al sol hundirse detrás de la colina, como una roja despedida de otro día, como el gran final de alguna ópera; casi aplaudía cuando las luces del alumbrado público se encendían.
Podía hablar horas del caos urbanístico, de la deshumanización de la ciudad, de los peligros de la sobre población, pero en el fondo seguía siendo un campesino que amaba los autos, los artefactos eléctricos y el agua corriente en el fregadero.
En alguna parte había visto una pintura de un rey de España dirigiendo la construcción de un castillo ¿o era de Italia? No era un rey y la colina no era un castillo, pero al paso que iba pronto no le haría falta nada y se pensaba dedicar a hacer lo que le más le gustara.
Carreteras –se dijo- voy a sembrar de carreteras a este país.
Mi general –un soldado le dijo, plantado firme- lo llaman, lo están esperando en la mesa.
Se dirigió a su sitio, en la cabecera mirando a su medio hermano dijo: siéntate aquí Roberto, a mi izquierda, para tenerte vigilado, sabes que soy zurdo.
La madre y la esposa de Roberto habían trabajado continuamente desde que se habían despertado, a las cinco de la mañana, para que en esa mesa todo pareciera fácil e improvisado.
Sancocho de costilla o de gallina o de pescado o cruzado, para abrir el apetito, ¿Qué quiere que le pongamos en la parrilla? Hay arepa, yuca, plátano, arroz, ensalada de aguacate con palmito, papas y cazabe. No coma mucho de lo primero, guarde espacio porque hay torta casera, helado y dulces, hay café y un miche recién llegadito, aunque ahora con lo de los gustos refinados nos hemos preparado para el brandy o si le apetece un whisky también tenemos; sonriendo le soltó la dueña de la casa al presidente, que estaba a sentada al lado de Roberto, preparada para darle patadas debajo de la mesa cada vez que se le ocurriera.
Ni me lo mencione doña Jóse, tengo el hígado hecho pedazos desde que comencé a acompañar al nuevo canciller, porque lo estoy preparando -Le respondió el presidente.
Me encanta su sopa de costilla, -continuó- hágame el favor de darme un poquito, y un pedacito de pollo, preferiblemente pechuga, que es lo que me deja comer el médico y ensalada; del postre y el helado mejor no hablemos todavía y el miche si no es mucha molestia no me lo vuelva a mencionar porque me está tentando y me hace mucho daño, doña Jóse – Dijo el presidente, acostumbrado, como siempre, dar órdenes precisas a sus subordinados, que como dijo alguien, somos todos en este país o por lo menos, los que aún respiramos; exceptuando a los turistas, claro está, pero siempre y cuando no cometan el más mínimo desacato.
Quienes servían se conocían los gustos de los demás comensales o los adivinaron porque el presidente no tuvo que esperar por nadie y nadie se quedó rezagado para el café, la madre de Roberto colocó en un platico un pedacito de torta al lado del café presidencial y este distraídamente lo devoró casi sin darse cuenta.
La hora del discurso –se dijo Roberto.
Barriga llena corazón contento –inició el presidente.
Uno ve en los demás países esos edificios, esas avenidas, y por más que sea a uno le da envidia. ¿Porqué nosotros no tenemos rascacielos? –se preguntó, tenemos uno edificios altos, pero no son rascacielos – continuó. No sé pero hay algo que siempre no logramos ¿Qué será? ¿Será el clima? ¿La cultura? Uno ve el maíz y aquí es más fácil sembrarlo, aquí no hay invierno con nieve y si es por la máquinas, las hemos comprado y por las semillas también; pero ellos trabajan menos y siempre ganan más.
Y es lo mismo con todos los cultivos, hasta con los mangos; parece mentira y pensar que las papas, el maíz y los tomates, nosotros fuimos los primeros que lo cultivamos.
Lo de ellos es arte y lo de nosotros artesanía y si no nos copiamos de ellos a lo más que llegamos es a naif
Le hizo una seña a su ayudante de campo y este de inmediato procedió a llenar la tasa presidencial mitad de café y mitad de brandy italiano Don Napo.
Entonces uno habla con los historiadores y se da cuenta de que esos países han pasado por guerras serias y han sido devastados ¡de-vas-ta-dos! con bombas y todo; y uno habla con los economistas y te explican que deben hasta el modo de caminar, pero que cuando se quiebran hay que dejarlos imprimir más billetes y ahora con las computadoras ni eso, solo ponen más ceros en sus reservas y listo ¿Cómo lo logran? ¿Por qué debemos dejarlos? Antes cuando éramos exportadores de materia primas teníamos que aguantarnos para que nos siguieran comprando los plátanos, ¿pero ahora? ¿Hasta cuando? Cuando nosotros nos quebrábamos teníamos que venderles algo, pedirles prestado, privatizar el seguro social, ¿se acuerdan de que antes no había casi pensionados? Nosotros hasta les compramos bancos a nuestros pensionados– esperó el murmullo de aprobación, hizo una pausa, miró la torta al lado de doña Jóse y preguntó:
¿Cuántos años hace que no comía torta suya, doña Jóse?
Más de diez, desde la boda de Roberto –Respondió ella.
Sus relaciones siempre habían sido muy formales, solo una vez él le dijo madrastra, solo esa vez ella lo gritó; la paz estableció que él se dirigiría a ella como: Doña Jóse. A ella nunca le importó el nombre de él y siempre lo trató de usted desde que lo conoció cuando tenía pocos meses más que cinco años.
Con el futbol pasa algo peor –continuó el presidente- nunca les ganamos y cuando les ganamos entonces se llevan a nuestros mejores jugadores y les pagan tanto dinero que ya no quieren volver a jugar acá, ni en la selección nacional; y además ellos tienen unos juegos que nosotros ni siquiera conocemos y parece que son los que les gustan más.
No resisto la tentación doña Jose, ¿me de un poco más de esa torta?
Ya ella la tenía servida y la colocó al lado del lugar donde volvería a estar la tasa presidencial, una vez que el ayudante de campo la volviera a llenar con la mezcla apropiada.
Con el hierro, el cobre y el aluminio nos pasa lo mismo, siempre hay exceso de oferta, los precios siempre bajan, pero las cosas que ellos hacen con nuestros metales siempre son escasas y siempre tiene sus precios en alza.
Con lo del petróleo lo que da es miedo, si queremos venderles productos, tenemos que comprarles las refinerías viejas, contratar empresas de allá para que las acomoden y refinar allá y pagarles impuestos, y de todos modos los productos que nosotros hacemos siempre están en exceso y no son especialidades, como las de ellos, que cuestan más.
Y si les vendemos crudo siempre aparece otro país dispuesto a pelearnos nuestro cupo, nunca entenderé porque el crudo de ellos siempre vale más, independientemente del flete.
¡Umm! Torta de cambur y mango manzano con café con brandy, creo que heredé ese gusto de él.
Doña Jóse se puso tensa, el finado padre del presidente, su primer esposo, no era un tema de su agrado, ni del de Roberto, hijo con su segundo esposo, del que se había divorciado hacía más de quince años.
Roberto se espabiló solo un poco, nunca había podido beber alcohol en la casa de sus madre, ni en la que habitaba con su esposa y de verdad necesitaba un trago de cualquier cosa. Por sencilla precaución y honesto cansancio no había hablado aún y no pensaba hacerlo.
La hora del cigarro –Pensó Roberto-
Creo que no debo cansarlos –Dijo el presidente- creo que me merezco un cigarro, no he podido dejarlo, pero dos o tres al día, no creo que hagan mucho daño
El ayudante de campo presidencial le pasó la pitillera dorada y le encendió el cigarrillo, alguna vez Roberto meditó más de tres minutos en los campesinos gustos presidenciales, en las marcas baratas en pitilleras y cantimploras doradas, pero como siempre, sus palabras no afloraron.
Hora de concretar –Pensó Roberto- pero no abrió la boca por miedo a una patada debajo de la mesa.
De no estar en una casa donde está prohibido el alcohol deberíamos estar en los brindis – dijo el presidente levantándose- creo que será con jugo de guanábana que debemos brindar por nuestra anfitriona y todos quienes han trabajado para darnos esta excelente cena y debo darle las gracias en nombre mío y de mi equipo y los ministros que nos han acompañado.
A la salud de doña Jóse -dijo levantado su tasa- y hasta Roberto masculló algo.
Voy a aprovechar la oportunidad para felicitar y agradecer la ayuda que le ha prestado al país Roberto en los pocos días que tiene el cargo de canciller, que está aquí a mi lado, a quien me unen lazos familiares y de amistad hace muchos años; todos sabemos que los extranjeros, en especial los del norte, siempre nos están perjudicando de una u otra manera, y que tratar con ellos no es algo agradable; pero es necesario tratarlos para el normal intercambio del comercio exterior y el cultural, que también de alguna forma es necesario. Roberto ha demostrado estos días una capacidad y conocimientos extraordinarios y estoy seguro de que continuará mejorando.
Roberto alcanzó a meditar medio minuto en su “casi hermano”: así le decía el hijo del matrimonio anterior del primer esposo de su madre cuando estaba de buen humor, y acerca de cuan alto había llegado a ser aquel niño problemático que había abandonado el hogar de su madre para irse a vivir con sus abuelos paternos en la casa de al lado, mucho tiempo antes de que su padre muriera alcoholizado. Claro que todos esos cuentos los había averiguado solo investigando, porque el había nacido varios años después; de todos modos ya se había acostumbrado a ser tratado como hermano menor por el presidente hacía muchos años.
Alcanzó a balbucear algo que sonaba a “medio hermano” mientras el presidente lo tenía casi sofocado en uno de sus famosos abrazos.
El presidente esperó a que se calmara todo el mundo y a que se terminaran los aplausos para continuar.
Creo que debemos concretar – continuó- la perfidia del extranjero no tiene término y como vive en su suelo está en su derecho; sean los de lejos o de países más cercanos y cálidos, con todos ellos debemos hacer negocios; el problema está en como les ganamos, yo lo he meditado mucho tiempo y en ese sentido he trabajado bastante y la conclusión a la que he llegado es que debemos hacer lo mismo que hacen ellos con nuestros mejores deportistas: se los vamos a quitar. He venido instruyendo a Roberto en la formación de equipos de investigación financiera e industrial y pienso dotarlo de una buena capacidad de inversión; de aquí en adelante al que nos supere en nuestros mercados, lo compramos y si no lo logramos, nos asociamos con él. Creo que he sido lo suficientemente claro y que ya es hora de retirarnos.
Doña Jóse ¿me haría el favor de darme un poquito de esa torta para el desayuno de mañana? Preguntó el presidente y
Doña José le pasó la ración que ya le había envasado.
Roberto casi dijo algo, pero estaba muy cansado.
VABM 20 de agosto de 2011
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