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Un Corto Me Traje,Un Corto Me Llevo: ¿La Semilla de la Destrucción?


La decepción no fue normal. Solo pudimos rescatar tres virtudes en medio del despropósito general: el poder de convocatoria, el hecho de estimular la producción nacional y la presencia de un jurado calificado. Sin embargo, el resto de los enormes defectos, echarían por la borda el esfuerzo de la empresa.
¿Qué falló? En resumen casi todo, pero conviene ser específico para no repetir el desastre el próximo año. Por ende, hacemos una lista de los principales errores cometidos por la organización, en aras de conjurarlos y enmendarlos a futuro.
Primero, la curaduría no funcionó. Supuestamente, se evaluaron 100 guiones. Si ello es cierto, no me quiero ni imaginar el contenido de los libretos descartados, porque los ganadores oscilaron entre lo predecible, banal, inmaduro, flojo, sonso, escapista, sensiblero, demagógico y chabacano. Ni siquiera era comparable con una muestra universitaria. Parecía, mínimo, de bachillerato. Palabras como densidad y rigurosidad brillaban por su ausencia ante un público indulgente y complaciente, presto a premiar con aplausos, malos chistes, fábulas morales, telenovelas de baja estofa y anécdotas de apartamento. El país y su realidad quedaba absolutamente desdibujado y fuera de contexto. Carencia referencial, le llaman al problema.
La apatía y el apoliticismo son la regla de un mundo desconectado de su presente histórico.
Es la derrota y la domesticación del pensamiento crítico.
Apenas unos cuantos se contentaron con mostrar postales de Caracas y refugiarse en la burbuja de cristal del municipio Chacao. La norma residía en apostar por la concha del domicilio privado, y narrar desde allí una trama pésimamente estructura y peor ejecutada. Las ocho horas le pasaron factura al grupo. Luce como un requisito absurdo, contraproducente e imposible de cumplir con dignidad.
Segundo, el galardón de la noche se lo llevó el menos malo, “Uno Quiere, Para Que Lo Quieran”, cuyo juego de despecho y humor colorado lo hacía sobrevivir a su esquemática proyección formal. Tampoco había mucho para escoger, pues la mayoría sucumbió en el terreno de la expresión conceptual, verbal y estética, a merced de planos frontales, ediciones lamentables y mezclas de sonido de definición amateur. Un paseo por youtube y Vimeo es más interesante y revelador del estado del tiempo en el ámbito audiovisual emergente. Faltaron agallas, hormonas y vísceras. Sobraron minutos, ideas estiradas innecesariamente, lugares comunes, técnicas en desuso, finales abruptos y desarrollos reaccionarios, estancados en el pasado. El saldo es preocupante.
Tercero, ninguno aprovechó la potencialidad de la cámara GoPro, concedida para realizar los trabajos breves. Un patinetero lo intentó de manera harto rupestre y dizque experimental. Dejó la cámara prendida en un recorrido por el Metro. El video clip de “Cindy La Sin Diente” es mejor. Por desgracia, el jurado lo respaldó con el premio a la dirección. Un regalo y un reconocimiento a la nada, al grado cero del género documental.
Por último, la moderación del evento lo acabó por sepultar. Los presentadores insistían en comentarios desgastados y rutinas caducas de versión escolar de MTV Movie Awards. Repetían frases manidas y bromas de “Sábado Sensacional”. A Diosa Canales la trajeron a colación en varias oportunidades. Jamás dio risa, sino pena ajena. Hacia el desenlace naufragaron en un mar de improvisiones, vacíos y equivocaciones. Consecuencia y efecto del despelote, del inconveniente de raíz. La guinda de la torta se encarnaría en la invasora y grosera estrategia de emplazamiento de productos, para el lucimiento de las marcas invitadas y los patrocinantes de la movida.
Ojalá se corrijan dichos asuntos para garantizarle a la audiencia un espectáculo de altura. De obviarse los síntomas, la enfermedad cogerá cuerpo y derivará en metástasis.
No soy optimista.
Abrimos el foro para discutir si se trata de un epidemia colectiva: la de los Festivales piratas efectuados con el exclusivo propósito de hacer negocios, afianzar una rosca dulce y generar dividendos para sus administradores, quienes gozan con el masaje mediático de su ego, a la espera de devenir en los próximos íconos del gremio.
¿Es el factor fama o la cumbre del esnobismo, del cine criollo wannabe?
¿Hay algo más allá del lanzamiento oportunista y especulativo de una cierta generación de relevo, fascinada por la imagen y seducida por sus paraísos artificiales de rápido ascenso social?
¿Es la semilla y el abono perfecto de la actual esterilidad de la industria?
¿Recogemos frutos de aquellas cosechas perdidas en los cementerios de la cultura venezolana?
¿La culpa es del facilismo y de la condescendencia promovida por la glorificación del «spam» a través de internet?
Ustedes tienen la respuesta.

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