Preámbulo: para saber cómo terminará Chavez, es útil conocer sobre Pinochet
Tras la muerte del dictador chileno, hubo celebración popular. Más allá de la corrección política de aquellos que decían indignados “pero es una persona. ¿Cómo pueden alegrarse con su muerte?”, yo puedo comprender las razones de aquellos que se lanzaron a la calle; puedo ser empático con su alegría, la cuál debe ser entendida, digo yo, como una sensación de alivio profundo, de catarsis en el sentido original del término: “Te se muerto. El dolor por mis seres queridos torturados, ahora desaparecidos – ¡vaya eufemismo angustiante! – o en el exilio, de algún modo, ha sido liberado. El cosmos por un momento, pareciera estar en orden”.
Por supuesto, no todos celebraron. Es cosa requetesabida que el estrato más alto de la sociedad chilena siempre apoyó al dictador; antes, durante e incluso después del largo episodio que hiciera que, al final, una gran mayoría celebrara su muerte como un acto de justicia divina.
Lo curioso es que hoy en día, esta clase social sigue sosteniendo una serie de ideas que permiten entender cómo surgió un personaje como Susanita, la de la tira cómica de Quino.
Claro, fuera de Chile o Argentina, quizás, es difícil hacerse una idea clara de quién es o cómo actúa un momio (¡Oh, sí! Siempre que un pueblo se divide en un ellos y un nosotros, encontraremos una rótulo despectivo para identificar a las partes). Por eso les dejo esta pequeña crónica de mis asomes por estos lados de las historias latinoamericanas.
Ya se que después de Plaza Italia, siguiendo por Providencia hacia Las Condes, la arquitectura cambia drásticamente. En lo esencial son edificios bajos de alto presupuesto, con jardines limpios y detalles que denotan un urbanismo muy bien cuidado. El estilacho contrasta con una ciudad donde predominan casas más bien antiguas, espaciosas y humildes, junto a casas bi o multifamiliares nuevas, pequeñas al punto de rozar la pérdida del confort. “Son funcionales”, dirían quienes las diseñaron.
Esta es la imagen que conservo de Santiago, donde tengo amigos y a dónde solía ir con frecuencia. Aún no me queda claro cómo viven los más pobres, es decir, no tengo la experiencia directa con los desposeídos de por allá. Se que no suelen tener cabida en la ciudad. Se encuentran en las afueras. Quizás su existencia se deduce por los vendedores de cd’s piratas y otros productos del comercio informal en las calles del centro. Antes de esa frontera imaginaria establecida por la Plaza Italia, por supuesto.
Con el otro extremo, los momios, sí tuve un contacto cercano del tercer tipo. Resulta que en uno de mis viajes llevé una encomienda. Su destinataria estaba en la zona cuica. Claro que sabía que, por allá, además de esos edificios tan bonitos, también habían casas. Lo que no me imaginé es que el destino al que llevaría ese paquete era una especie de pequeña fortaleza de roca, un mini castillo, el cual mostraba su imponencia y clase a los edificios de alrededor. Era media tarde de un domingo, momento en la cual habíamos cuadrado para la visita.
La puerta fue abierta por una empleada doméstica en uniforme quien, cortésmente, nos informó que la señora nos recibiría en el estudio. A lo lejos, en el gran comedor, se veían los rastros del almuerzo familiar dominical.; una gran fuente de plata coronaba la mesa, rodeada de copas de cristal, platos de porcelana, y la presencia ya humilde de las botellas de vino vacías. Todo indicaba que los cubiertos tendrían que ser de plata también.
El estudio, por supuesto, no se quedaba atrás en esa elegancia rancia. Poltronas de cuero, libros infinitos… Mi amiga y yo nos sentamos en un pequeño sofá en el que, tácitamente, nos correspondía ubicarnos. Juraría que toda la casa tenía un aire al Palacio Causiño, aunque en versión contemporánea. Estaba empezando a entender el por qué de la palabra momios.
Al cabo unos minutos, aristocrática espera, la señora hizo su entrada. Detrás venía la empleada. La dama se sentó en una poltrona frente a nosotros, de medio lado, con las piernas cruzadas. Esa pose, ese traje sastre… Era como ver a Carolina Herrera en un futuro distante y aún más conservador.
Sin reconocer la presencia de la muchacha, o más bien, desconociéndola naturalmente, nos preguntó si nos apetecía una bebida. No se si fue por lo abrumadora de la experiencia o porque, simplemente queríamos seguir con nuestras vidas en una realidad social más generalizada, el asunto es que declinamos cortésmente la invitación. Ella se volteó a la empleada y dijo, de manera seca. Un jugo de naranja para mí.
“A ver jóvenes que gusto verlos por acá… Deben excusar a mi esposo. Se ha ido al club de polo después del almuerzo… Pero cuéntenme, ¿cómo está fulanita?” Mientras nos daba detalles de cómo se habían conocido y cómo aún se mantenían en contacto, llegó su jugo, en una copa tipo flauta, sí esas, las de champaña.
Con voz calma, continuaba su conversación, preguntándonos por “las noticias de afuera”. Palabras reveladoras de que podríamos hablarle, incluso, de lo que pasaba afuera de su casa, en su ciudad. A leguas se notaba que esta señora estaba atrapada en su rol social, no sólo en ese traje, sino en las costumbres y maneras de esa derecha a la que se alude cuando se habla de Pinochet.
No quiero hacer el cuento largo, sólo quiero indicar que si todos los momios son así, puede constatarse que viven en una realidad paralela, desconectada de los acontecimientos que generan el movimiento social. A partir de su pensamiento estrecho y su mirada de corto alcance (“¿pero si nosotros vivimos tan bien, qué les pasa a ellos que no pueden surgir?”) resulta obvio que el diálogo es una cosa que roza en lo imposible, pues para ellos, siempre habrá una justificación lógica para la desigualdad social o, lo que es lo mismo, su legitimación como la clase superior.
Pinochetistas y chavistas: cuando los polos se tocan
Creo que queda en claro que la comparación entre ambos personajes queda fuera de lugar. Pinochet era un militar sureño, de esos de verdad verdad. Mirada severa, tradición castrense a sus espaldas como respaldo y con el pulso firme para torturar y matar.
Chávez, por el contrario, forma parte de esta tradición de caudillos más tropicalizados, acomodatícios, incongruentes en lo ideológico y absolutamente claros en que de lo que se trata es de mantenerse en el poder por el poder mismo. Esta sería la gran diferencia; los de la derecha sureña, en serio están convencidos de que sus valores son Los Valores. De los valores de Hugo Chávez, bueno, habría mucha tela que cortar para dar sentido a tanto vaivén en programas, proyectos, acciones políticas y, sobretodo, la incongruencia entre las chácharas sobre justicia social y la vida de nuevo ricos de la élite chavista (con los Chávez a la cabeza).
http://www.youtube.com/watch?v=dBcq5ZJCMl8
En fin, lo que intento articular en estas líneas es la reacción de los chavistas, a partir de su contraste con los pinochetistas pues, aunque provengan de los extremos del espectro socio-político-económico, tienen la misma forma. Se comportan exactamente igual.
Lo constatamos al conocer que un chavista, al igual que un pinochetista, considera a su líder lo mejor que le ha pasado a la patria. Al ser capaz de entender y explicar, de manera bastante sesgada, las razones que justifican los atropellos que puedan haber cometido. (Y de nuevo, hay que reconocer que el momio hace un trabajo mental mucho mas arduo, pues la violencia de Pinochet era sistemática y organizada; la de Chávez, como todo en su estrategia, es producto del caos, la desorganización y, sobretodo, las incongruencias).
También cuando notamos cómo los chavistas, cual pinochetistas, toleran, defienden y hasta promueven la discriminación y la aniquilación del adversario. Los chavistas tienen amor, dicen, pero es ese amor condicional al silencio, a la complicidad. ¡Todo sería tan fácil si todos compartiéramos la visión del líder! Pero no, no la compartimos y eso forma parte del juego democrático. De nuevo, los matices son importantes, en el caso del pinochetismo la aniquilación fue física; en el chavismo es más de tipo simbólico. Sin embargo, que sea simbólico no lo hace menos dañino. De hecho, por ser disimulado y velado, causa más daño. Un muerto deja de sentir; quién perdió su casa o su negocio; quien se tuvo que ir del país para sobrevivir luego de un secuestro; quien no tiene acceso al sistema público por estar en la lista Tascón, quien lleva el duelo de un ser querido muerto a tiros de la manera más impune en una de las ciudades más salvajes del planeta… todos ellos llevan el dolor que causa esa daga maldita del «¡pero si acá no pasa nada! ¡Esos son ideas tuyas que eres un escuálido enfermo de odio!»; «peor están en Estados Unidos o en Europa… ¿Acaso no sabes lo que pasó en Monterrey?»
Así caemos en el punto crucial, a saber, que la perspectiva del pensamiento chavista es tan estrecha y corta como la de los momios; indolente, obtusa, desfasada. Ninguno de éstos puede ver su co-participación en el escenario social. Si Chile está (o estuvo) tan mal, era por culpa de esos «comunistas» facinerosos. Si Venezuela está tan mal es por culpa de la «ultraderecha» de la 4ta. La misma estructura, con el signo invertido.
Así las cosas, lo curioso es que, con todo los diferentes que pudieran parecer, chavistas y pinochetistas proceden de estructuras similares, esas que generan adhesión incondicional al líder, junto a un estado de negación/repudio a las opiniones distintas. Precisamente por eso es que pueden permanecer completamente ciegos a las complejidades de la realidad social circundante. Su pensamiento es el de la secta, el de las verdades absolutas de tipo religioso; blanco o negro; conmigo o en mi contra.
Por eso cuando alguien critica a su amado líder, la respuesta natural es descalificar al autor, evitando recibir un mensaje que desafiaría esa idea preconcebida “¡pero sí el es lo mejor que le ha pasado a este país!”. Las estrategias para esto son muchas, pero todas se reducen a las tres operaciones clásicas descritas por los que estudian como el lenguaje configura realidades:
– Omisiones: para defender la bondad del líder se dejan pasar sus defectos y conductas cuestionables, tanto como los problemas reales que están alrededor. De Chávez para abajo, esta es una estrategia clásica. «Mr. Chávez, los indicadores económicos del país muestran el estado de la crisis», dice el reportero de la BBC. «Peor están en Estados Unidos», evade Mr. Chavez.
– Generalizaciones: ¿por qué en Venezuela todo se divide en chavistas – escualidos? Porque es una manera sencilla de despachar las complejidades. Estas conmigo o contra mí (eso de que estás con el país y por eso tienes un pensamiento que no encaja en los extremos… eso es demasiado para un pueblo que es, en lo fundamental, analfabeta funcional).
– Distorsiones: en la práctica, esto significa, «te veo como me da la gana», más allá de la apreciación que puedas tener de ti mismo, o de una apreciación distinta de la mía, una tercera perspectiva del tú o yo. «Tú dices que estás tratando de entender, yo digo que estás tratando de joder», sería el mensaje implícito típico.
Así las cosas, Chile sigue su historia y Venezuela también. En algún momento Chavéz morirá, porque todos al final nos morimos (omisión que no puede nombrarse so pena de ser calificado como a) escuálido e b) indolente lleno de odio, lo que representa el tipo de generalización y distorsión, respectivamente, de las que hablo más arriba).
Chávez morirá y una parte del pueblo lo llorará, se rasgará las vestiduras y, dependiendo de las circunstancias concretas de su deceso, se lanzará a las calles pacíficamente, acongojado como en el caso de la muerte de Jack Layton o, más cercano a su historia, sacará esa falta de límites que parece caracterizar a las culturas latinoamericanas, con eventos que quizás recuerden lo sucedido tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán Ayala.
Los eventos específicos habrá que esperarlos. Lo que sí es cierto es que también habrá otro grupo, tan grande como el otro, que festajará la muerte del comandante. Algunos no lo expresarán (al fin y al cabo no fue tan sanguinario como Pinochet) pero sentirán algo similar; cierta reivindicación, cierta confianza en que no hay mal que dure cien años. Yo sentiré ese fresquito teniendo, además, presente algo que a los demás les cuesta entender. Muerto el perro se acaba la rabia, pero tras la muerte de Hugo Chávez, la causa de la rabia seguirá ahí, ahora expresándose de otro modo. Chávez ni fue tan malo, ni fue tan grande. Fue sólo la expresión de un proceso complejo, uno que todos hemos padecido, uno que casi nadie, incluido yo, hemos podido llegar a comprender en su totalidad.