Sé que ésta es la serie de cuatro artículos más larga de la historia, éste sería el tercero y comencé en el 2009, ustedes sabrán disculparme esa. Ayer me agarró una cola sádica viniendo a la casa y me acordé. Y bueno aquí estoy (los circulos hay que cerrarlos, así tome mucho tiempo hacerlo). Sobre el rock, el escritor colombiano Efraim Medina Reyes, la última entrega será sobre boxeo (los dos primeros los podrán conseguir relacionados). Disfruten
A.P.B.
La bala de alguien
En 1977, cuando estaba por cumplir diez años, un tipo le disparó a otro. No recuerdo las caras. En 1977 ya escuchaba con pasión a Miles Davis y Jimi Hendrix. ¿Pueden creer eso? Yo nací en Getsemani, un poderoso ghetto de música antillana, y me gustaba Johnny Ventura, Richie Ray y todos esos desgraciados latinos de New York, pero el rock era el alma de mi alma. En 1977 un tipo le disparo a otro, ambos eran altos y fuertes, ambos eran negros y feroces. Uno pensó que bastaría con un cuchillo, era flaco y ágil. El otro más pesado y taciturno tenía una Colt 45. No recuerdo sus caras, sólo la de Elvis grabada en la camiseta del muerto. Un negro grande, flaco, con largas patillas. No era el primer cadáver que veía y no sería el último, pero nadie jamás ha vuelto a tocar la guitarra como Jimi y nadie, escuchen bien hijos de puta, ha podido cantar en esos tonos bajos, recorriendo todos los matices del negro al gris, despacito, suave, hondo, afilado. Del gris regresando al negro y a ese color más oscuro que el negro que sólo él conocía. Saboreando cada nota, ese maldito… nadie puede hacerlo como el Rey. Elvis no ha sido el mejor cantante de la historia, Elvis no necesitaba serlo. Elvis ES, entiendes, es. Marvin Gaye es mucho más astuto, un negro a la topatolondra, conoce los pormenores, puede sostenerse el tiempo que le da la gana sobre las olas más furiosas. Nació para el soul. En 1977 había un poco de elegancia todavía en el mundo, uno podía irse por allí con los amigos a ver revistas porno y escuchar rock and roll. Quienes nacieron después estaban sordos, por eso esa birria, ese cutre de Juanes puede hacer gárgaras aquí y allá, impune. Y esa marmota de Shakira. No los odio, los desprecio con rigor. En 1977, al salir de la escuela, un negro mató a otro negro. Nunca supe por qué. Los otros chicos chillaron, yo apreté los dientes. Un rockero debe estar preparado para eso. Sabía que iba a pasar, que todas esas escaramuzas de rutina iban a terminar con la bala de alguien alojada en el corazón de alguien. Miles Davis nació también en un lugar podrido, quizá más que éste. Había en Getsemani una linda mujer llamada Nilda que me encantaba, todavía está allí. Ha ido y venido como yo. Su boca es fantasía y sus ojos el infierno añorado. Escuchaba a Jimi y desde la ventana la veía pasar. Mi primer amor, mi único amor. El resto fue arduo o liviano, no lo sé, ya no importa.
Me dicen que escriba sobre rock, ¿qué mierda de exigencia es esa? No se puede escribir al respecto, pero tengo algunos recuerdos. Con Ciro, el mejor amigo que tuve en este puerco mundo, tumbados en el piso de aquella habitación pintada de negro oyendo mil veces las putas canciones de Skid Row. ¿Por qué no? Había esa sobre la vida a los dieciocho. Mil veces. Bebiendo Jack Daniels, sabiendo que afuera no había nada, sólo mugre y escritores paisas. Son quejumbrosos los escritores paisas, viven y cagan desgracias propias o ajenas, de eso se alimentan, eso venden, por eso se arrastran. Algunos más ruines que otros, serviles y oportunistas, chupadores de becas y favores de la grande momia, la vieja y soporífera señora Marqueting. Pero eso no contaba entonces, los conciertos de techo con Jack Daniels eran el máximo para dos chicos que no aspiraban a nada, unidos por una amistad sin coartadas. Teníamos una chica, una bella y oportuna mujer de largas piernas. Era su novia y mi amante, casi nunca la veíamos. Recordar a una mujer bajo el influjo despiadado de una canción es mil veces mejor que estar con ella. Recordar un mal polvo es mil veces mejor que echarse un excelente polvo. Como cualquier mamífero me he revolcado con nenas por ahí, he tratado de enseñarles que el amor es más frío que la muerte. El rock calienta la sangre, prepara el espíritu, destruye los fantasmas. Me defendí con ásperas canciones de mi destino, sobreviví a la manteca sabanera y el esmirriado vallenato. No los odio, les tengo cariño. ¿Sabían eso? Los mayores nos trataban de estúpidos por escuchar es música rara. Y entonces fundamos 7 Torpes Band. No teníamos idea de música, queríamos estar allí y gritar como apaches que nos pertenecíamos y que unas piedras y una mugrosa playa no iban a ser nuestro lugar en el mundo. Podíamos vivir dentro de la música y lo hicimos, hasta hoy, hasta siempre.
En 1967 vine al mundo, también Kurt Cobain. A los seis años me quedé sin padre igual que él. Es mi hermano, el cometa rubio, alucinado, hecho trizas. Iggy Pop fue su profeta y es el mío. Lo vi hace poco batiendose contra el tiempo en la Arena de Verona. Un reptil de ojos brillantes, de voz profunda, la leyenda viviente. No sé si Iggy ha matado a alguien, sé que ha matado algo: su propio fantasma. Cuando a alguien le disparan ocurre una cosa extraña; aquel negro apretó el gatillo y antes que sintiéramos el estallido el otro flotó unos instantes como una pluma. Un tipo de casi dos metros se alzó en el aire casi con una sonrisa y luego vino el sonido y entonces aquel cuerpo se desplomó en el asfalto, tembló ligeramente y luego se quedó inmóvil. Sobre su pecho Elvis sonreía con los ojos entrecerrados por la anfetaminas. Elvis solía escaparse para ver a los negros, sabía que ese era el camino. En aquellos garitos aprendió más cosas que en la escuela, las peleas eran sangrientas y la música centelleante. Soñaba con aquella música, sentía que podía ser tan negro como cualquiera y lo fue. El estómago de Kurt era un desastre, se le olvidaba comer por estar imaginando alguna melodía. ¿Saben qué es? Pedacitos de vidrio clavados allí. En 1977 un sujeto le disparó a otro y yo escribí mi primera canción: Malditos los feos que van al cine/ y en las carnicerías aplastan moscas/ malditos los feos que no se odian/ y esperan un día de honor y gloria/ que ezquizofrénicos/ sin gracia alguna/ sueñan despiertos/ ir a la luna. No tenía guitarra, no tenía espacio, el sol calentaba los muros, los pies dentro de los zapatos estaban húmedos y la imagen de Elvis sobre aquella camiseta era todo mi mundo: Malditos los feos que no van al box/ que husmean la playas distantes/ que se alistan en la marina/ malditos los asesinos sensibles/ malditos los millonarios con acné/ maldito el golf y el bigbang/ malditas las bellas que no me lo dan.
No me gustan las teorías, detesto a los profesores, odio a la gente que sabe hacer algo muy bien. Sólo puedo hablar con mujeres que me adoran, estoy acostumbrado a ellas. El rock me enseñó que no hacer carrera en la vida puede hacer aburridos los días pero dulces las noches. No tienes que ser bella para visitarme, yo puedo hacer contigo todo eso que los idiotas sueñan hacer con una bella marmota. Las bellas no saben moverse, las bellas cuidan sus huesitos. Estoy flaco, tengo frío en el alma y una verga apropiada, justa, a tu medida. Nadie puede hacer como yo eso que has soñado, soy el tipo indicado para beber tus orines, he escuchado rock cada día de mi vida esperando el momento, tengo cicatrices de bala, cuchillo y desamor. Tengo un tatuaje, dos quizá. Hace doce años me atropelló un camión y tres meses después un taxi. Sobreviví por ti, sobreviví esperando esa canción. No debes pensar que Rod Stewar fue siempre ese peluche ronco, el tuvo su oportunidad. Hay una canción que te haré escuchar de rodillas: Jóvenes turcos. Está repleta de honestidad y melancolía. He escrito 179 canciones, la última ayer: Tengo miedo de la gente que cree en el mañana/ espero un día aprender a conducir/ Miedo de los que prometieron jamás usar un arma/ No puedo esperar por ti/ soy flaco y tengo frío, baby/ Tengo asco de la gente que habla del mañana/ tengo miedo de estar sin ti/ miedo de no temer estar sin ti/ espero un día ganar una pelea/ Tengo rabia y no sé por qué/ ellos dicen que me ha ido bien en la vida/ Tengo miedo de no poder cambiar las cosas/ de quedarme atascado en una confortable habitación de hotel.
Nunca me he sentido apropiado en ningún lugar, incluso en los momentos más apacibles he sentido incomodidad. Una vez viaje ocho horas hacia ninguna parte y conocí a una bella mujer llamada Mia, debí conservarla a ella. Estaba confundido y tiré todo por la borda. Ella pensó que amaba a la otra y tenía razón, lo que pasó por alto es que sentía por ella algo más que amor, algo más puro, básico, duradero. Podría llamar amor con más confianza lo que sentía por Mia. A la otra me unía esa mierda adolescente y autodestructiva que se pega al alma como los chicles a la parte inferior de las mesas y los mocos a los vidrios.
En 1987 estaba destrozado y acudí al doctor Marvin Gaye. A él tampoco le estaban saliendo las cosas pero al menos podía mirar atrás con la frente en alto. Lo que me tenía destrozado era humillante, esas cosas que se enquistan y roen la voluntad. No podía más esos libros de medicina, no quería seguir escuchando los consejos de mi madre, a ella no le habían servido de mucho. Entiendan bien crétinos; adoraba a esa señora, no he conocido a nadie más fuerte que ella. Lo que me costaba entender es que se empecinara en hacer de mí un profesional, ella me había enseñado que se podía vivir sin eso. Le recordé sus palabras y ella me recordó que era mi madre y nadie en el mundo podía amarme más. Eso fue patético, no se puede extorsionar a la gente que amas con tu amor. El rock enseña que el amor puede ser más adictivo que la heroina, que si amas a alguien tu deber es destruirlo. Se trata de que los besos y el sexo, de que las caricias y las frases almibaradas, de que los susurros y los celos, de que toda esa bisutería signifique algo. El amor, madre mía, es un medio no un fin. Al final me dejaste ir y casi me mata una fiebre, resistí por ti. Debía demostrarte que era tu hijo. Ahora lo sabes y puedes cantarme todos esos boleros con tu voz grave y delicada. Serías estupenda para el blues, madre. Lo eres.
Uno se mueve dentro de una gama de sonidos, esa torre invisible se ha edificado con las canciones de toda una vida. Miles Davis está en los cimientos y por eso nadie puede abatirlo. Cuando algo te duele de verdad no quieres consuelo ni ayuda, lo que te importa es que te duela más, salir del otro lado de ese maldito dolor y para eso sirven las canciones, para que el dolor alcance su más profunda y desenfrenada dimensión. Para que el dolor aumente de intensidad y tense los nervios como el arco cuando la flecha está a punto de salir. Morrison sabía qué hacer con el dolor y lo hizo. Ella estaba cansada y él apenas empezando. Tragaba cosas como un pato demente, todo a su paso. Nadie que baila con una serpiente puede llegar a tiempo para la cena.
Puedo terminar esto en la próxima frase, puedes sentir que me hundo en ti hasta el otro lado de la muerte. No siempre fue así, el aprendizaje fue lento. Se necesita aplastar muchos labios para entender que son, tocar detrás de la nuca, esas vertebras preciosas. En 1977 un jodido negro acabó con su mejor amigo negro, a ninguno de ellos le gustaba el rock. El asesino estuvo algunos años en la cárcel, después montó un bar y se casó con una rubia. Era un bar de música antillana, un buen bar en la Calle de la Sierpe. La gente llegaba allí para hablar de béisbol, un buen bar. El asesino atendía detrás de la barra y su rubia mujer iba y venía entre las mesas. A él no le importaba que los clientes la miraran y le dijeran alguna estupidez. Había matado a su amigo negro, había estado en la cárcel, no tenía que demostrar nada.
Eres bella, baby. La chica más hermosa que haya visto. No de una forma banal, tus ojos deberían estar un centímetro más separados. Eso sería un crimen, se perdería ese aire de criatura del bosque. Me gustan los bosques, Nunca he estado en un bosque, al menos no en la forma en que yo imagino un bosque. Tus ojos son todo el bosque que necesito y tú la criatura que espero encontrar allí. Eres linda, nena. La cosa más perfecta que hay en este perfecto mundo. No de una forma lógica, tus manos son fuertes, largas y delgadas, podrías apretarme el cuello y meterme en líos. Me gustan así, la gente inofensiva es lo peor.
En 1977 un negro se enfrentó a otro negro, nunca vi sus caras. Al recibir la bala aquel negro flotó sobre la calle bajo el ardiente mediodía, el otro espero a verlo caer y luego se alejó, caminando, como si fuera a comprar el periódico del domingo. Si amo el rock como lo amo es por ellos. Si los recuerdo a ellos como los recuerdo es por el rock. ¿Entiendes baby? Sí, claro que entiendes.