Este agosto el libro que me ha acompañado y sacado del aburrimiento por buena cantidad de tiempo es Corsarios de Levante de Arturo Pérez-Reverte. El tipo me produjo bastante curiosidad luego de que leyera algunos de sus textos cortos y columnas publicados en Internet, y decidí adquirir este libro, pues aparte de todo estaba bastante barato. No es una de las mejores lecturas que he tenido en la vida, pero de por sí me entretiene bastante, y complementa las cosas que he estado viendo en la cátedra Historia de la Música Latinoamericana y Venezolana, dentro de cuyas clases la profesora ha sido muy insistente en que conozcamos así sea de superficie la historia de España de por aquellos siglos, cuya cultura, bastante mestiza, acabó por teñir la nuestra de múltiples matices.
Casualmente en estos días que ha andado de furor el tema de la religión y del laicismo, y mi blog no es la excepción a ello, un usuario en un foro publicó un texto de Pérez-Reverte alusivo a las clases de religión en la escuela. Copio textualmente:
Sobre guillotinas y catedrales
Acabo de enterarme de que entre siete y ocho de cada diez alumnos de los colegios españoles cursan la asignatura optativa de Religión: en Primaria por decisión de sus padres, y en Secundaria por iniciativa propia. Y no saben ustedes cómo me alegro. Pero ojo. Mi gozo no estriba en el aspecto espiritual del asunto. Cualquiera que se haya asomado a esta página pecadora en los últimos diecisiete años, sabe que no es con un cardenal o un obispo con quien yo me iría de copas. Y que, los días que se me va la pinza y me levanto jacobino y cabreado, lamento que una cuchilla afilada y oportuna no aligerase un poco el paisaje de sotanas a finales del siglo XVIII, cuando el ingenioso invento del doctor Guillotín no tenía la mala prensa que tiene ahora. Sé de qué hablo. Tengo uso de razón, he viajado y leído libros. Soy, además, natural de una tierra históricamente enferma, con un alto porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado. Sé que aquí, en los últimos diecisiete o dieciocho siglos, siempre hubo un confesor diciéndole a una señora lo que podía hacer con su marido, y a un rey lo que debía hacer con sus súbditos. Señalando a quién premiar y a quién dar garrote. Eso no descarta, naturalmente, a infinidad de hombres y mujeres justos: sacerdotes y monjas empeñados en dignísimas obras sociales, misioneros que se dejan la piel. Pero la existencia de esa fiel infantería, tan alejada de palacios arzobispales y despachos vaticanos, no borra el estrago secular, la manipulación de conciencias, la resistencia a la modernidad alentada desde los púlpitos, el sabotaje –sangriento, en ocasiones– de cuantos intentos hubo por airear la oscura sacristía en la que, durante tanto tiempo, estuvimos recluidos. Sigo creyendo que en el concilio de Trento España se equivocó de camino: mientras la Europa moderna apostaba por un Dios práctico, emprendedor, aquí fuimos rehenes de otro Dios reaccionario y siniestro, que nos hizo caminar en dirección opuesta al futuro mientras sus ministros proponían quemar, fusilar, prohibir, desterrar costumbres, libros, ideas y hombres. Mientras saboteaban constituciones, bendecían a generales carlistas o levantaban el brazo junto a caudillos paseados bajo palio. Y ahí siguen. Mezclando a Dios con las cosas de comer. Disputando arrogantes y pertinaces, a estas alturas de España, cualquier conquista del sentido común, la libertad y la vida. Sin embargo, todo eso también nos hizo. Para bien y para mal, la Europa que aún responde a ese nombre no puede explicarse sin la historia del Cristianismo y la Iglesia Católica. Para comprendernos, para concluir que somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos, es preciso conocer la historia de tanto daño causado; pero también la historia de lo grande y lo luminoso, la base intelectual de una civilización largamente construida sobre Grecia y Roma, la Biblia y los Evangelios, el Islam mediterráneo, San Isidoro, la latinidad medieval, los monjes copistas y los monasterios, las bibliotecas, el Renacimiento, el apasionante camino recorrido y el papel fundamental, sólo discutible por los sectarios y los imbéciles, que la Iglesia tuvo en todo ello. Independientes de las creencias de quien camine bajo sus bóvedas, las catedrales europeas son museos vivos, libros de piedra con la memoria genética de lo que –algunos, todavía– llamamos Occidente. Sobre todo, en esta España que se cuajó a sí misma, imperfecta y violenta, precisamente en una guerra civil de ocho centurias contra el Islam, con una cruz como bandera, y que se arruinó en los siglos XVI y XVII a causa, entre otras muchas, de esa misma cruz. Por eso el símbolo que corona nuestras iglesias y tumbas nos explica y justifica. Sobre todo en tiempos revueltos, confusos como éstos, de estupidez política y orfandad cultural. Conocerlo todo, familiarizarse desde niños con la memoria de esa vieja y rezurcida Europa a la que, pese a la globalización, la barbarie y el olvido, seguimos perteneciendo, y a la que nuevas generaciones llegan en busca de una nueva y mejor vida, es bueno para todos. Permite que un chico se eduque sabiendo quién es, de dónde viene y a dónde llega. Amuebla y explica el mundo a su alrededor. Así que llámenla como quieran: Religión, Historia de la Religión, Historia religiosa de España, o de Europa. No sólo me alegro de que la estudien en los colegios, sino que, en mi opinión, debería ser obligatoria en todo plan escolar. Pero no como asignatura relacionada con la moral católica, ni la espiritualidad. El pecado, la salvación del alma y otros territorios adyacentes son cosa de cada familia, o del chico mismo, si tiene edad para elegir. Del interesado en el asunto. Allá cada cual con sus dioses y sus cíclopes. Yo hablo de equipaje lúcido. De cultura.
XLSemanal, 20 de Junio de 2010
Diré de entrada que estoy de acuerdo y a la vez no con el autor ¿Por qué? Está muy bien, es verdad que la religión y todas sus instituciones han sido parte fundamental de la cultura y por lo tanto de la historia, no sólo Europea, de la historia humana en general. Su estudio y la comprensión de sus influencias es indispensable para comprender muchísimos procesos históricos, si no es que todos, y por supuesto que tenemos que tenerla en cuenta. Es verdad que en nombre de la religión se han hecho obras artísticas inimaginables, maestras: arquitectura, pintura, escultura, música, etc. No por ser atea, yo voy a refutar o a pretender olvidar que los grandes compositores universales escribieron increíbles obras de carácter sacro, cuando formé parte de agrupaciones corales, hasta interpreté muchas de ellas sin el menor orgullo ¿cuál es el problema? A la final, no creo en dioses, pero creo en la humanidad y en sus grandes obras, sin importar qué las haya inspirado.
Pero pienso que el señor Pérez-Reverte está deformando un poco el contenido de lo que se ve en las cátedras de religión en las escuelas. Yo estudié en tres y puedo hablar desde mi experiencia personal, obviamente, y desde la realidad de mi país en particular, no sé cómo serán las cosas en el suyo.
Lo que yo vi en la asignatura «religión» nada tenía que ver con el cómo la religión influyó en la historia universal, o con las grandes obras arquitectónicas que edificó la Iglesia Católica. Nada que ver. Mis clases de religión consistían en conocer la Biblia como libro sagrado, no como libro de la literatura universal. Estudiábamos los relatos, los leíamos y sacábamos conclusiones de ellos. Aprendíamos la lectura de su nomenclatura y las abreviaturas de los libros. Estudiábamos la vida de Jesús, con todos sus detalles históricamente poco probados, y veíamos múltiples filmes relacionados con ella. Aprendíamos canciones para alabar a Dios (debo decir que esto era lo que más me divertía, siempre me ha gustado cantar). Aprendíamos las virtudes cristianas y los pecados capitales, y componíamos historias basadas en ellos, hacíamos dibujitos, etc. A veces preparábamos pequeñas dramatizaciones que se hacían en fechas especiales como Navidad o Semana Santa. Hacíamos carteleras alusivas a las fiestas católicas. Y pare usted de contar. Además de esto, la cátedra en muchos casos era impartida por monjas no licenciadas en educación. Que yo sepa, no es nada parecido a lo que usted plantea. Dicho sea de paso, siempre que tuve una cátedra de «Música» en un plantel católico, lo que hacíamos en ella era aprender canciones con un profesor que manejara el piano o la guitarra, muchísimas de ellas a Jesús, a la Virgen o a Dios. Además, en uno de los institutos, teníamos una Eucaristía semanal obligatoria que ocupaba una hora de nuestro pénsum de estudio, y de paso nos preguntaban todos los lunes sin falta si habíamos ido a misa, y después que hicimos la primera Comunión, si habíamos comulgado y cuándo había sido la última vez que nos habíamos confesado.
Yo admito que gracias a esto, y gracias a ciertas personas influyentes en mí dentro de mi círculo familiar (no el inmediato, menos mal), yo tuve una etapa de fanatismo religioso alrededor de los 10 años. Me frustraba cuando no podía ir a misa ¡Imagínese! Hasta tenía un libro de esos ilustrados, tipo «la Biblia para niños» y adoraba leerlo. Me sabía hasta las 7 palabras que dijo Jesús en la cruz antes de morir. Pero yo era una infante, y afortunadamente salí inteligente. No más hice alejarme de ese entorno y de ciertas personas de mi entorno familiar, y llegar un libro de Carl Sagan a mis manos, y cuestioné absolutamente todo lo relacionado con Dios. A los 13 años decía abiertamente que era atea.
La cátedra de religión a mi parecer no es necesaria ¿Por qué? Voy a poner un par de ejemplos sencillos. En el programa educativo venezolano (que no es que se acerque a lo ideal en lo absoluto), en el cuarto año de bachillerato vemos Literatura, y leemos unas pocas obras de la Literatura Universal, sobre todo de la Latinoamericana, también leemos unos cuantos fragmentos. Una de las obras obligatorias que todos hemos visto en ese año es el Popol Vuh (texto religioso de los Mayas). Pero lo vemos como literatura, muy diferente a verlo como dogma ¿Por qué no podemos estudiar la Biblia de la misma manera? No, tenemos que estudiarla 11 años de nuestra vida, y creyéndonos los cuentos que allí están escritos ¡No me parece! Igualmente, por ahí por el segundo año de bachillerato vemos Historia del Arte, y vemos los períodos del arte (sobre todo occidental) y estudiamos la arquitectura, la escultura y la pintura, sea sacra o sea lo que sea. Vemos catedrales y palacios. Vemos Cristos, vemos Vírgenes y también vemos héroes de Guerra pintados en los cuadros de los grandes. Nunca nos pasamos por alto nada porque fuera religioso. Así es como debe ser.
La cátedra de religión es una cátedra de dogma católico y nada más. Por lo menos como hasta ahora existe. Si queremos conocer la arquitectura católica, pues que se vea dentro de la arquitectura general. Si queremos ver música sacra, pues que se aprenda dentro de la historia de la música universal. Si queremos ver cómo la religión afectó la política, la economía, las relaciones, las guerras, etc, pues lo vemos dentro de la Historia Universal, y cuál es el problema. Nadie va a obviar a la Iglesia Católica en la historia de Europa o de América, sencillamente porque sus instituciones eran y son de muchísimo poder e influencia y porque la religión siempre ha sido parte fundamental de la cultura humana. Pero lo que se quiere con la educación realmente laica, es que su estudio sea objetivo, y que en la medida posible, no se impartan dogmas en estas instituciones.
Este post en mi blog: http://reflexiones-apresuradas.blogspot.com/2011/09/lo-que-yo-veia-en-clases-de-religion.html