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El encargo

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Aguardaba pacientemente desde hacía horas; se había aprendido de memoria la única y arrugada revista que consiguió, en la mesita de la sala de espera del ruin hotel. No tenía otra cosa que hacer, sin embargo: recién llegado a la ciudad, sin conocer a nadie, y sobre todo sin dinero, ¿a donde hubiera podido ir? Pensó en salir a pasear por los alrededores, pero le dio miedo perderse en la maraña de calles que había entrevisto antes, al llegar en el desvencijado bus que lo había traído desde su aldea natal a la gran capital.

Reflexionaba sobre su impulsividad, y su locura: haber aceptado repentinamente esa proposición, sin ninguna garantía más allá del sobre con las indicaciones y el pasaje de autobús, no era parte de sus costumbres, él que era tan convencional y miedoso; pero tal vez ya estaba obstinado de esa vida tranquila y sosa, de esa triste seguridad de saber de antemano lo que le aguardaba cada día, y el siguiente, y el siguiente. Se estaba hartando, así que la extraña invitación lo había sorprendido en el momento preciso.

El recepcionista del hotel le echaba de vez en cuando miradas indiferentes; no le había preguntado nada,aún, cosa que por un lado lo extrañaba y por otro lo tranquilizaba, pues ¿que le iba a decir? ¿Que había recibido una extraña carta que lo invitaba a una reunión en ese hotel, anónima, y él había aceptado? Hubiera pensado que estaba tratando con un loco, y tal vez no estuviera lejos de la razón.

Estaba en esas cavilaciones cuando sonó el teléfono en la recepción, y el empleado lo atendió, estableciendo una conversación murmullante de la cual solamente acertó a escuchar «si, está aquí». Al trancar, el recepcionista se dirigió a él, llamándolo por su nombre, y le dijo: «suba a la habitación 415, lo están esperando».  Se levantó del asiento, sin responder nada, y se dirigió al ascensor, marcando el único botón. Después de una breve espera pero que le pareció interminable, se abrió la puerta del elevador, entró en él y marcó el piso 4.

Cuando la puerta del ascensor volvió a cerrarse, el recepcionista tomó el teléfono, marcó un número de tres dígitos y al conseguir respuesta dijo, con voz alarmada: «¡Se acaba de producir un asesinato, en la habitación 415 del hotel Excelsior! ¡El asesino todavía está en la habitación, vengan de inmediato!». Colgó, e hizo otra llamada, esta vez a un número de siete dígitos. «Ya el encargo llegó a la habitación, y la policía está avisada.».

En el momento en que estaba a punto de abrir la puerta de la habitación, se despertó repentinamente, bañado en sudor. «Caramba, que sueño tan extraño y vívido a la vez, lástima que no pude ver lo que estaba al otro lado de la puerta». Tomó el reloj de la mesa de noche, vio que eran las 4:15, y sonrió por la coincidencia numérica. Decidió volverse a dormir: era demasiado temprano y no le gustaba andar trasnochado, sobre todo cuando al día siguiente le esperaba un encargo especial.

Unas 4 horas después tocaron a la puerta. Se dirigió a ella, pero cuando vio por la mirilla no había nadie. Observó que habían deslizado un sobre dentro de su casa. Lo abrió, y dentro del mismo encontró una fotografía de una mujer, y un papel con el siguiente escrito: «Hotel Excelsior, 415».

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