DEL AUTOR AL LECTOR. RIQUEZA Y LIMITACIONES DE LA LECTURA
–POR CARLOS SCHULMAISTER-
En el campo del pensamiento especulativo volcado a la escritura, en líneas generales, y del arte literario, poético y comunicativo en particular, los actos de lectura de una obra —incluidos los análisis críticos de especialistas— no implican traducción ni apropiación exactamente idéntica de contenidos conceptuales, representaciones, emociones, sentimientos o sensibilidad del autor, plasmadas en la urdimbre de su discurso. Todo ello aun reconociendo la notoria diversidad en cuanto a niveles de formación cultural, literaria y comunicativa que aquellos lectores suelen poseer y poner en ejercicio. Y especialmente por esto mismo.
En consecuencia, dichas obras, estrictamente consideradas, brindan una variada gama de signos de los que pueden extraerse múltiples niveles de significado y de impresiones por parte de sus lectores mediante operaciones intelectuales de lectura que incluyen suboperaciones de análisis, explicación, comentario, interpretación, crítica y síntesis, utilizando múltiples códigos y patrones de significación explícitos e implícitos.
Las obras de esta naturaleza tienen una fecundidad potencialmente ilimitada en cuanto a la obtención de significados e impresiones sensibles que recalarán en la integridad del ser de los lectores. Frecuentemente aparecen representaciones, explicaciones conceptuales e impresiones que suelen tener un alto grado de representatividad, o sea, altos grados de coincidencias, sin que esa posibilidad constituya una regularidad, por cierto, ni tampoco constituyen un patrón de objetividad, cualquiera sea su representatividad.
Entre la obra, tal cual fue entregada a la imprenta, y los actos de lectura posteriores, existe un diálogo virtual que puede ser contemporáneo o posterior a la vida del autor. Así, aquello que los lectores medios, los especializados y los medios de comunicación de masas consideren relevante y lo divulguen e instalen en la opinión pública, terminará siendo por cierto tiempo un reflejo consentido y con sentido en determinados contextos.
La opinión y la academia constituyen miradas externas movilizadas por múltiples y diversas motivaciones que pueden ser fructíferas para reorientar al autor, a sus críticos o a la posteridad a efectuar en obras posteriores aclaraciones, agregados, omisiones, confirmaciones, rechazos, abandonos, nuevos descubrimientos, o bien asociaciones o errores lamentables, para no entrar en detalles.
Se trata de un juego dialéctico la mayoría de las veces superador y enriquecedor, con múltiples interacciones cruzadas entre la obra, el autor y su época, con los hombres y los contextos del presente y del futuro, permitiendo sucesivas relecturas como si se tratara de exploraciones nuevas (aun cuando este carácter pudiera no ser plenamente consciente en sus realizadores) que permitan hallar nuevos tesoros en un cofre al que ya se creía totalmente saqueado.
Esos tesoros estéticos y espirituales de nuevos sentidos originados en recreaciones posteriores infunden a la creación original vitalidad y novedad antes que juventud, ya que aquellas visitaciones operarán necesariamente con palabras, estilos, representaciones y nociones de tiempos más cercanos o más lejanos, estableciéndose con ellas las correspondientes distancias simbólicas.
Esa sobrevida de la obra, de sus personajes, situaciones y mensajes, y del recuerdo del autor, será posible siempre y cuando cada relectura sea fecunda, lo cual depende de numerosas variables tales como la ecuación personal de los lectores posteriores, integrada por su sensibilidad, sus obsesiones, sus sueños, sus fracasos y frustraciones, y todo ello en el marco de la dialéctica de esas mismas variables en tanto fenómenos sociales situados.
A lo anterior hay que agregarle ciertas condiciones específicas combinadas de mil formas diversas en tiempos y lugares también diversos: a) que la obra sea de buena madera, o de maderas nobles, aunque fuera sencilla y “humilde”; b) que sus lectores posteriores también sean de buena madera; y c) que las peripecias de la vida colectiva, cualquiera sea la escala en que se desarrolle la posteridad de la obra en cuestión, y cualquiera sean sus consecuencias, permitan que los seres humanos continúen creyendo, produciendo, valorando y gustando la creación intelectual. Es decir, que persistan en abonar todos los suelos, los de la naturaleza, los del alma y los del espíritu, para fertilizarlos formando el imprescindible humus para nuevas siembras de subjetividad que brinden futuras cosechas de sensibilidad estética.
En tan dilatados como eventuales recorridos históricos, una obra originaria en tales condiciones y ambientes como los antes mencionados, podrá eventualmente llegar a adquirir una dimensión descomunal para la condición humana. Algo que en su tiempo de creación ni siquiera pudo imaginarse.
Sin embargo, siempre quedará sin poder resolverse la ecuación representada por la existencia real de la obra y la existencia virtual de su autor, por un lado, es decir, entre sus nociones, conceptos, representaciones, intenciones y mensajes conscientes e inconscientes, e incluso por la personalísima e intransferible experiencia de sensibilidad puesta en juego durante su escritura por aquél; y por el otro lado todo el sobreagregado de significados y sentidos que, incluidas holguras y flaquezas, la recubrieron posteriormente como capas sucesivas de época.
A título de ejemplo, es posible que al llegar al final de la lectura de una obra, cualquiera sea su formato, los lectores pudieran intuir que en ella sobrevuelan “fantasmas que no termina de nombrar” el autor (como si éste estuviera obligado a decirlo todo con palabras en lugar de insinuar, aludir o sugerir, incluso cambiando u omitiendo palabras poéticamente).
Y aun cuando este juego de presencias o ausencias de palabras pudiera ser reconocido por el autor de una pieza así considerada, hasta por haber sido deliberadamente realizado, será casi imposible o al menos muy difícil que muchos lectores puedan develar que lo más relevante e importante en la condición creativa de algún autor pudiera ser el hecho vigente y constantemente actualizado por su conciencia de que, no ya en el tema de una obra o de un título particular, sino en toda su temática, arraiga una herida que no termina de sangrar.
Esa porción de subjetividad del autor se halla a mayor profundidad que el nivel de las palabras, por lo que permanecerá siempre inextricable en el ámbito más arcano de su existencia y de su creatividad, por más que ésta pueda ser conocida, compartida o apreciada por otros que no sean él mismo.
He ahí, pues, un ejemplo claro, el más importante por cierto, de la existencia de singularidad, contradicciones, diversidad y limitaciones de las subjetividades humanas obrantes en el circuito del conocimiento y la experiencia estética de la obra.
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