Hace poco hablamos de las “producciones en fuga”. Es decir, de películas regionales con acento internacional, como diría Adrian Martin, representantivas de las tendencias estéticas y comerciales de la posmodernidad global. Desde el título, “Prófugos” sería otra reafirmación de la idea, y al mismo tiempo, la depuración del concepto en América Latina. Me explico.
Por un lado, supone el caballo de Troya de una cadena de cable para seguir en contacto con su público. Nada de malo hay en ello. Ya lo vimos en “Epitafios” y “Capadocia”, con resultados positivos de rating y opinión pública.
Por el otro, encarna una curiosa sensibilidad mutante, a camino entre lo local y lo universal, lo clásico y lo revisionista, lo estable y lo huidizo, según la óptica transfronteriza y desterritorializada de tres directores del continente.
Cada uno con un nacionalidad específica, y a la vez, consciente de las realidades del cine mundial. El experimento a seis manos o a tres cabezas, pudo dar pie a un pastiche cultural indigesto, difícil de sostener de una secuencia a la próxima.
Por el contrario, el primer capítulo de la serie evidencia la consistencia del programa, a lo largo de su fase de introducción y posible desarrollo narrativo. Grosso modo, no sentimos baches o diferencias marcadas en la diversas escenas dirigidas por los autores seleccionados. Sin embargo, también existe la ocasión de descubrir, a través de guiños, la personalidad de los realizadores invitados, por medio de pequeñas pinceladas adscritas a la paleta de su obra incipiente y emergente.
Es interesante, porque el proyecto se grabó con tres unidades en paralelo, funcionando de manera autónoma, bajo la batuta de Pablo Larraín, a quien presentimos detrás de la dureza y la sequedad minimalista de los diálogos, carentes del menor melodrama innecesario.
Con apenas una llamada y un movimiento, ya logramos comprender parte del conflicto individual de los miembros del reparto.
En general, es un retrato coral protagonizado por cuatro personajes evadidos y reunidos por el azar. Uno es un infiltrado a la usanza de Di Caprio en “The Departed”. Parece debatido en el dilema de cumplir con su deber o dejarse arrastrar por la seductora ambigüedad de sus tres “compañeros”. El segundo incorpora y defiende los intereses de las mafias y los carteles del cono Sur. El tercero trae de regreso al fantasma de Pinochet, al corporizar a un colaborador de la dictadura. Asimismo, el cuarto personifica un golpeado residuo del espíritu de la izquierda identificada con la memoria amputada de Salvador Allende(luego de su autopsia).
En un pasaje afortunado de la pieza, el zurdo y el derecho son obligados a compartir la mesa para llevar a cabo su encargo de mercenarios nihilistas. El fragmento trasluce la declaración de principios de la franquicia. Incluso, sirve de espejo de los propios creadores del telefilm.
Mutatis mutandis, “Prófugos” amplifica el comentario geopolítico de “Postmortem” y de filones catódicos de cuarta generación como “Carlos”, donde se denunciaba la progresiva erosión de las ilusiones y quimeras del pasado, al borde del colapso del muro de Berlín.
De igual forma, el viaje interior y exterior de los forajidos de la partida, evoca el panorama xerófilo de la contemporaneidad, surgida al calor de las cenizas de ayer y hoy. De hecho, el desierto nos da la bienvenida al principio, para situarnos en el contexto fantasmal y polvoriento de las carreteras perdidas del siglo XXI, cuyos destinos rememoran las sendas épicas de cinco géneros en estado de hibridación: el road movie, la caravana del viejo oeste conducida por un “Grupo Salvaje”, la tragedia intimista y colectiva, la crónica negra sobre el tráfico de drogas y el thriller conspirativo a cielo abierto.
Tras el fin de las utopías, los vaqueros se venden al mejor postor, aunque todavía guardan un resquicio de humanidad redentora en sus almas. De ahí la relación del perfil comunista del maduro líder de la aventura con el rostro curtido del ex guerrillero de “Amores Perros”. Ambos separados al nacer pero vinculados por su necesidad de reencontrarse con sus seres queridos. A los dos parece esperarlos una niña, una hija, al final del túnel. Aquí observamos resquicios de la escritura de Memo Arriaga.
Además, la relación se prolonga con la fotografía inestable, similar al tono de falso documental vehiculado por la cámara de Rodrigo Prieto. Por último, la música adopta un patrón análogo al de las composiciones de Santaolalla. Por fortuna, no se insiste en remedar y repetir los visos y vicios “chorongas” de la factura de Alejandro González Iñárritu.
En cambio, “Prófugos” comienza a extenderse como un tejido viral y sintomático para leer las hojas de ruta y los problemas latentes de la sociedad iberoamericana. De seguro, molestará e incomodará a los encargados de tapar el sol de la realidad con un dedo.
En efecto, la historia arranca con una metáfora acertada: un cargamento de coca líquida es embotellado en Bolivia, para entregarse en Chile como producto de importación, bajo la coartada y la mampara de unas cajas de vino. En consecuencia, como en un prometedor relato de policías y ladrones, las apariencias engañan y simbolizan la trampa escondida en los íconos patrios. Entonces, el recipiente de la uva es una tapadera de una red oscura instrumentalizada a ambos lados de la frontera, cual “Darwin’s Nightmare”.
En adelante y durante el resto de la duración del episodio, la trama adquirirá la atmósfera pesadillesca de sendos referentes del expresionismo de excursiones motoras a campo traviesa: “El Salario del Miedo” y su remake de los setenta, “Carga Maldita”, dirigido por William Friedklin, el de “Contacto en Francia” y “El Exorcista”. Un especialista en la materia del terror y los bajos fondos.
Acá entra como un guante en la ficha técnica, la figura del colega criollo, Jonathan Jakubowicz, afecto y apegado a los climas trepidantes y caóticos del asfalto clandestino. Verbigracia, “Prófugos” le permite continuar con su derrotero iniciado en “Secuestro Express”, al circunscribir la crisis de una banda de “Vagos y Maleantes” al interior de otro automóvil a toda marcha. Un camión donde la puesta en escena adquiere el matiz de un duelo polifónico, no exento de juegos de poder.
El desenlace justifica el título y abre las puertas para las entregas por acontecer en la parrilla de la famosa señal de cable.
Por lo pronto, yo me quedé enganchado y satisfecho con la propuesta de regresar a la acción artesanal y analógica de explosiones de verdad, amén de un contenido serio.
Gracias a HBO y compañía por apostar por la reivindicación de la pantalla chica en América Latina, a la zaga de las corrientes progresistas de la televisión del tercer milenio(a no comparar con las fallidas incursiones de TVES).
Ejemplo y precedente óptimo para los demás canales del continente, dedicados a la exclusiva explotación del yacimiento agotado de la telenovela.
“Prófugos” es una positiva respuesta a la hegemonía de las culebras del sector, del gremio.
Coje dato, Leonardo Padrón.
PD: ni hablar de la estupenda sección de créditos. Me gusta el casting y la manera de abordar a los personajes femeninos, privándolos de auras victimistas y estereotipadas. Son mujeres con identidad y listo. Cero maniqueísmo barato y condescendencia hacia ellas. Nadie se salva.
¿Reflejo de la Chile polarizada y corrompida del 2011?
¿Puñetazo indirecto al ego de Piñera, después del terremoto?