CHOLULISMO LIGHT Y CHOLULISMO SEUDOINTELECTUAL
POR CARLOS SCHULMAISTER
¿Quién no conoce el cholulismo? ¿Quién no ha visto comportamientos cholulos en la calle o en la televisión? Son comportamientos estúpidos, frívolos, superficiales, zonzos, disculpables en los niños pero no más allá, que no visten ni hablan bien de la personalidad del quía, sobre todo si éste es un muchacho de posibles.
Cada vez que estuvimos frente a un caso de cholulismo sentimos vergüenza ajena. Y sin embargo, igual nos hemos reído, pero sólo porque resulta increíble ver tanta estupidez junta y tan generosamente dispensada frente a espectadores ocasionales o circunstanciales. Pero también nos hemos vuelto a sentir avergonzados inmediatamente y puede que muchos hayamos dejado de mirar porque esas muestras de cholulismo nos ponían mal.
¡Cómo negar que todo sucede de ese modo cuando el o los cholulos son otros y no nosotros! ¡Nosotros jamás…! Pero, ¿acaso ninguno de nosotros ha tenido comportamientos cholulos alguna vez?
Claro que no todo el mundo dispone de un ídolo o de un personaje famoso a su alcance en cualquier momento de su vida. Los famosos -que siempre son los ídolos preferidos de los cholulos- frecuentan ciertos lugares, pero no todos los lugares. De modo que ante su eventual carencia bien se podrá contar con varias docenas de ellos con sólo hacer zapping en el televisor.
La televisión, que ayuda bastante a adquirir hábitos, actitudes y comportamientos de cholulos, no debe hacernos olvidar que antes de ella también existía el cholulismo y los cholulos, por lo menos en Argentina.
¡Sí, claro, cuando existía la radio!, pensará el lector avispado. Sí, la radio también generaba cholulos, pero… ¿y antes de la radio qué…? Y él mismo lector, pletórico de entusiasmo, dirá que estaba la fotografía para producir idolatrías, y que antes de ella estaban los libros, y más atrás las pinturas, y los dibujos… y me detengo aquí porque sería de nunca acabar.
Ahora bien, aunque no existieran aparatos de registro, ni soportes tecnológicos, ni industrias culturales, ni técnicas gráficas, ni escritura, bastaría con tener referencias o mentas de personajes, de celebridades o de lugares que han sido escenario de acontecimientos muy conocidos para concitar adhesiones, adicciones, amores, fanatismos y entusiasmos desbordantes sobre ellos. Formas de adoración que se incrementarían mucho más con el auxilio y la calidad de la memoria efectivamente interviniente en torno a cada asunto referido.
La clave radica, pues, en la curiosidad que el asunto concite; y ésta se ve influenciada por el grado de estimación de dicho asunto por parte de la persona de que se trate.
A su vez, la estimación se vincula, en general, con la novedad, aunque no siempre, pues a menudo la ausencia de ella (por ejemplo cuando se está ante hechos conocidos, o que perduran desde largo tiempo, incluso desde épocas muy lejanas) puede ser compensada por el grado de estimación o deseo que posea en si un objeto de admiración desenfrenada, lo cual podría basarse en su importancia real, en su trascendencia simbólica, en la fama conquistada, en la verdad o verosimilitud que se le atribuya, etc, etc.
Y como la curiosidad es algo común a todo el género humano, y ella está siempre presente en todo comportamiento cholulo, es posible decir que todos somos cholulos potenciales. Más aún, que todos lo hemos sido alguna vez.
Claro que cuando hablamos de este tipo de comportamiento nos asaltan escenas del tipo de los fans rodeando a su ídolo, pero no de una manera circunspecta, ni atenta, prudente y respetuosa. ¡No, no, no…!, lo típico del cholulismo consiste en el entusiasmo del cholulo, en sus arrebatos, en su jolgorio, a menudo en su delirio y hasta puede que en su capacidad melodramática, como en el caso de aquél que prorrumpió en llanto incontenible porque ya podía morirse feliz después de haber podido tocar el pantalón del Sai Baba, después del sacrificio representado por aquel largo viaje desde Villa Lugano hasta la India, pagado en doce o más cuotas con la tarjeta de crédito. O sin irnos tan lejos, porque una vez cuando era niño y era pobre (para hacer más tierna la escena) corrió como una cuadra junto al coche oficial que llevaba al entonces Presidente Perón, y éste lo miró y extendiendo su mano rozó la suya fugazmente (!!!), ¡y además le sonrió de oreja a oreja! De todos modos, para lo que queremos demostrar aquí habría dado igual que el presidente hubiera sido Fernando De la Rúa o cualquier otro.
Otra imagen emblemática del cholulo lo presenta dando codazos a diestra y siniestra en la calle para colocar su cara frente a las cámaras de televisión; o en una manifestación política o sindical para colocarse en la fila de adelante, junto a los dirigentes. Ocurre que el poder de la televisión es inmenso respecto a poder sacar a alguien del anonimato y la oscuridad perennes y llevarlo a la galería de los personajes de época.
¡Quién no recuerda al típico cholulo argentino mirando la cámara con una tremenda sonrisa mientras agita una mano en señal de jocundo saludo a los espectadores, mientras aparece por detrás del entrevistado, alguien en cuya cercanía estima muy dignificante quedar registrado!
Luego está la obsesión del cholulo por coleccionar “reliquias” de su ídolo, tanto por las buenas como por las malas. Y si no averigüen por qué algunos ídolos se fueron del país, o se alejaron de los clásicos apretujones con sus fans. Precisamente, a más de uno le arrebataron el peluquín en tiempos en que ser pelado era una cruel minusvalía, y a otros u otras les arrebataron la cartera, la billetera, el reloj, etc, etc.
En cambio, por las buenas lo más solicitado ha sido siempre el autógrafo del ídolo, pudiendo consistir simplemente en una bella rúbrica, o -si tiene lugar la feliz confluencia del Destino y la Fortuna-, en un autógrafo con dedicatoria, para lo cual el ídolo deberá preguntarle el nombre, pero si además le preguntó el apellido el cholulo quedará pipón por largo tiempo.
Las cerecitas del postre son dos gestos posibles de realizar por el ídolo para cerrar ese estado de comunión, los que serán inolvidables para nuestro personaje. El primero es el clásico estrechón de manos cálido y prolongado, sintonizando simultáneamente las respectivas miradas; y el otro es ¡el abrazo! Éste último -suele creer el cholulo- posee una supuesta mayor profundidad afectiva y emocional de parte del ídolo, lo cual con frecuencia no es real ni genuino, sobre todo si éste aprendió a repartir abrazos mecánicamente.
Ahora bien, si a los ejemplos precedentes se le agregara a continuación una fotografía del cholulo con su ídolo, él primero quedará mucho más satisfecho aún, pues no sólo se llenará la boca hablando siempre de aquel suceso sino que exhibirá la fotografía por el resto de su vida en el living de su casa y detrás de un vidrio enmarcado, presumiendo ante familiares y amistades acerca de un supuesto vínculo que habría forjado en el pasado con su admirado ídolo.
Claro que si la dedicatoria se la hubiera realizado el autor de un libro, tras comprarlo en ocasión de su presentación, el mismo integrará el patrimonio del cholulo, quien seguramente lo transmitirá a aquel de sus descendientes que mejor sintonice con el autor, si se diera el caso de que llegara a conocer y frecuentar la lectura de su obra. De no ser así, es probable que la herencia sea destinada al primogénito, generalmente aquél sobre el cual sus padres tienen mayores expectativas respecto de sostener bien alto sus afecciones e idolatrías, especialmente tratándose de los hijos varones respecto del padre, aunque sin importar demasiado si las mismas son buenas o malas, dignas o indignas.
Por cierto, el heredero puede cambiar respecto a los amores y odios legados por sus padres, como habrá sido el caso seguramente -¡eso espero!- de los hijos de aquellos cholulos que en su momento exigieron que el dictador Videla fuera el padrino de bautismo de su séptimo hijo varón. ¡Quién no conoce ejemplos al respecto! ¡Y si no los conoce averigüe y se sorprenderá! De todos modos, tampoco habrían sido menos cholulos, para el caso, si el presidente de la nación hubiera sido elegido constitucionalmente.
Vale recordar que el cholulo de este último tipo de ejemplo suele poner a su heredero el nombre de pila del presidente de la nación -sea de facto o constitucional- acompañado en ocasiones por su propio nombre, en una suerte de inconsciente pero muy frecuente apelación a las moiras para que dicha asociación funcione como talismán de la buena suerte.
Claro que existen padres que no aceptarían jamás el padrinazgo presidencial ni el nombre correspondiente a éste si ellos mismos pertenecieran a un partido político distinto u opositor al de aquél. Asimismo, otros padres jamás harían algo semejante tan sólo por considerarlo, precisamente, como la quintaesencia del cholulismo.
No obstante, muchos de estos independientes respecto de la política y los fanatismos de tiempo presente suelen imponer a sus hijos, muy sueltos de cuerpo, los nombres del catálogo de héroes y personalidades de la historiografía liberal o de la revisionista nacionalista; otros tantos siguen los lineamientos de la vertiente marxista, y otros, no menos cholulos que los anteriores, se basarán en el manantial de ejemplos de la cristiandad, cualquiera sea el campo confesional elegido. Y no necesariamente porque conozcan bastante de sus afecciones y consiguientes rechazos ya sea por lecturas propias o por tradición familiar, sino porque, simplemente, para ellos las cosas son así y ellos no las van a torcer.
Así, en más de medio siglo de vida he conocido varios Leandro, Hipólito, Juan Domingo, Eva Victoria, Guillermo Patricio (¡que también tuvo sus seguidores, no se vaya a creer!), José Antonio, Adolfo, León, Ernesto, Fidel, Camilo, etc; Sol, Libertario, Germinal, Simón, Severino, etc, correspondientes a reconocidas vertientes políticas e ideológicas.
A los anteriores se deben agregar los nombres previsibles de la iconografía política actual que seguramente serán reconocidos en las próximas décadas.
Dispense el lector si no incluyo ejemplos de nombres bíblicos o de la hagiografía católica, ni los de la evangélica, pues su descomunal extensión resultaría abrumadora. No obstante, si es de su interés puede consultar el santoral dela Iglesia Católicacon los nombres correspondientes a los nacimientos de cada día del año. Y si prefiere una orientación más jugada le doy a continuación una lista de nombres típicos de mujeres enla España Católica, todavía portados por muchas sobrevivientes: Concepción, Dolores, Tormento, Martirio, Consolación, Desolación, Consuelo, Angustias, Socorro, Gracia, Agraciada, Mercedes, Ángeles, Eva, Anunciada, Anunciación, etc.
Tampoco hay que olvidar los nombres provenientes del mundo artístico, especialmente los del cancionero popular y del cine, tanto nacionales como internacionales. Deduzca luego por qué entre nosotros existen tantos contemporáneos llamados Marisol, Violeta, Leonardo Favio, Sandro, Néstor Fabián, Hugo Marcel, Beto Orlando, Juan Ramón, etc; y otros Axel, Cristian, Emmanuel, Julio, Diego, Talía, Shakira, Verónica; y Brad, Marlon, Michael, Maykel y Maicol, Britney y demás nombres de rubias bobas del cine norteamericano como Lacey, Stacey, Jacey y Casey, etc, etc.
Para el cholulo su admiración por el nombre de su ídolo encierra tanto una desmesurada fe en sus supuestas propiedades mágicas, así como también una apuesta a disparar la nostalgia en un impreciso tiempo futuro, por ejemplo al momento de escribirse o de pronunciarse el mantra portado por su hijo o hija queridos delante de otras personas.
¡Cuántas madres que soñaban tener una hija artista se la imaginaron como una bailarina clásica bellísima, y para ayudar el concurso de la Fortuna (no la diosa de la riqueza sino la de la suerte) pensaron llamarla con nombres de princesa rusa, sueca o noruega, ya que uno de cualquier otro origen resultaría inhibitorio de las buenas ondas, o “vibras” (como suele decirse actualmente)!
¡Quién no conoce por mentas o por experiencia propia el caso de aquel buen hombre que soñaba con tener un hijo que fuera muy importante y poderoso para hacerle justicia a los sacrificios y los agravios recibidos en su pueblo de parte de los hombres malos, y para ello le puso un nombre de caudillo o líder político! Es lo mismo que hacen ciertas madres cuando ponen al cuello de sus retoños la protección de un crucifijo o una medallita dela Virgen Maríabajo alguna de las numerosas advocaciones que ésta posee, si es posible bendecidos por el obispo de la diócesis, en tanto que las más pudientes podrán aspirar a conseguirlos bendecidos por el Papa.
Hasta aquí mencioné el coleccionismo de “reliquias” de ídolos actuales, sobre todo de aquellos a quienes quisiéramos parecernos en algunos aspectos. Así, ¡cuántos niños en otros tiempos se habrán llamado Carlos porque sus padres soñaban con la pinta de Carlos Gardel y por ello apostaron a que con ese nombre cuando fueran mayores podrían parecérsele! ¡Cuántos otros, más tarde, habrán hecho lo mismo porque se babeaban con la pinta del Che o con la reciedumbre de Leonardo Favio cuando apareció como cantante!
A esos cholulos emblemáticos por todos conocidos los llamo “cholulos light”, por designar de alguna manera a quienes se hallan en un estado de cholulez crónica, y que son felices siéndolo y demostrando su felicidad.
Sus ídolos suelen ser contemporáneos suyos; por lo general artistas y deportistas que suelen ser entrañablemente queridos por sus fans, aunque también abundan hoy algunos especimenes mediáticos que carecen de talentos o virtudes indiscutibles y sin embargo también gozan de inexplicables famas. No obstante, la fama es la fama.
Ahora bien, existe otra clase de cholulismo un tanto diferente a la que venimos describiendo, la cual procede con cierta aparente elegancia y discreción, por lo cual es más común hallarla en estratos sociales más ilustrados que los correspondientes a los cholulos anteriormente referidos.
A estos otros los llamaré “cholulos seudointelectuales”, o “cholulos serios”, pues de hecho sus imágenes públicas no suelen ser joviales ni relajadas. Más aún, abundan entre ellos ejemplares de rostros sufridos, ojos casi secos y extraviados, calvas prematuras, pilosidades faciales compensatorias y espaldas vencidas.
Íntimamente, algunos creen ser cultos, profundos e importantes intelectualemente; en tanto otros simplemente simulan serlo. Aun así, no son de hacer alardes ni andar llamando la atención de todo el mundo; incluso rechazan a los cholulos de la primera categoría. Igual que entre los cholulos light, entre los cholulos serios se encuentran especimenes de los dos sexos.
Es de suponer, entonces, que los primeros podrían ser contabilizados en tanto se exponen sin prejuicios, cosa que no sería posible con los de la segunda categoría ya que éstos disimulan su cholulez, aunque también y en gran medida muchos ignoran ese padecimiento, y otros hasta negarían enfáticamente pertenecer a la categoría general de “cholulos lato sensu”. Por lo mismo cabe suponer que estos últimos pueden ser sorprendentemente numerosos (particularmente me inclino a pensar que superan a los primeros).
En general son fans de personajes del pasado que han entrado en la historia por haber sobresalido sobre el común por muy diversos motivos y modalidades: por las cosas que hicieron, por lo que pensaron y transmitieron, o por lo que dejaron impreso sobre muy diversos formatos, de modo que sus ideas y sus obras los trascendieron en el tiempo. Piénsese en escritores, héroes, presidentes, militares, filósofos, etc. Ellos, los cholulos serios, están relativamente informados acerca de algunas circunstancias que rodearon el paso de sus ídolos por la historia.
Repasando rápidamente las características de ambas formas de cholulismo hallamos que los ídolos respectivos -más allá de sus diferencias concretas y de los motivos diversos que dieran lugar a sus famas- han llegado a serlo fundamentalmente gracias a que sus nombres y apellidos lograron quedar conservados enla historia. Deno haber sido así, habrían terminado en el olvido, no habrían alcanzado la reputación ni la fama que supieron conseguir, ni habrían llegado a convertirse en ídolos para hombres de tiempos posteriores a sus propias existencias. Se impone concluir, entonces, que la posteridad ha sido y es siempre muy ingrata con los anónimos de cualquier tiempo y lugar, por más meritorios que pudieran ser sus particulares contribuciones al mejoramiento de la condición humana.
Y es comprensible que así sea, ya que si se ignoran los nombres, seudónimos u otras formas de designación de alguien estimable en el pasado invariablemente se tornará difícil su permanencia en la historia y en la memoria de sus contemporáneos y de la posteridad, con lo cual se dificultará que éstos puedan apropiarse simbólicamente de aquellos, que lleguen a recitar sus frases más conocidas o que, mejor aún, se atrevan a reescribir sus mensajes.
Estos cholulos del tiempo pasado, que fungen de cultos por lo general en actividades vinculadas con la educación, las artes y las comunicaciones, suelen coleccionar otra clase de “reliquias” muy distintas a las buscadas por los cholulos ligeros. Efectivamente, coleccionan objetos ideales, intangibles, como referencias biográficas sobre sus ídolos, y por supuesto toda su obra literaria y ensayística.
Considerados en conjunto esos ídolos han buceado en todos los temas posibles. Eso sí, hubo quienes lo hicieron con pretensiones de singularidad, otros con improntas carismáticas, o con valentía, algunos hasta con empaque, pedantería o soberbia. Algunos fueron interesantes, otros fueron geniales, y otros resultaron ser unos tremendos locos de atar. Pero es de esta veta de donde la posteridad ha creado ídolos, jamás de entre aquellos que fueron nimios, tímidos, cobardes, insulsos ni mediocres. Todo lo cual se aplica a quienes vivieron ayer, anteayer, hace mucho tiempo, o hace milenios.
Debo insistir en que lo inaceptable de estos cholulos no consiste en haber leído a otros para admirarlos con entusiasmo desorbitado, pues, obviamente, leer no es un comportamiento cholulo en si, sino una actividad muy importante y útil para la vida humana. Los cholulos ilustrados no integran esta categoría, reitero, por haber leído a sus ídolos, ¡no señor!, sino por haber creído todo lo que aquellos escribieron, y por hacerlo basados en que ya eran famosos cuando los leyeron.
Es decir, no los estudiaron primeramente, sino que los recibieron alborozados, los festejaron y aplaudieron, los avalaron, los dieron por ciertos, tuvieron fe en ellos en lugar de dudar, de criticar, de estudiarlos con saludable escepticismo en lugar de creerles y… ¡celebrarlos!
De ahí que buena parte de los tenidos por intelectuales, especialmente en la actualidad, no han hecho ni hacen otra cosa que leer lo ya existente… para informarse. Luego sus recreaciones no suelen pasar de simples recensiones de uno o varios de sus ídolos, meras traducciones cambiando el orden de las partes pero sin agregar nada nuevo y valioso de su propio coleto.
Al hacer lo que hicieron, y para poder hacerlo, debieron restar tiempo al acto de pensar por si mismos -única forma de desarrollar la inteligencia que tienen todos los humanos- por lo cual ésta facultad no pasó en ellos del estado potencial, no llegando, en suma, a realizarse.
Por cierto, los filósofos de la antigüedad y muchos heterodoxos de épocas más cercanas que realizaron aportes descomunales para el autoconocimiento humano no tuvieron libros donde informarse; otros pensadores ni siquiera leyeron los libros que ya existían, y ninguno tuvo fotocopias ni la Internet para robar información reescribiéndola como propia, cosa que naturalmente forma parte del oficio intelectual moderno de mayor reputación. Tanto así que la gran mayoría de los centros académicos más reputados jamás recibirán ni leerán un trabajo de filosofía o de ciencias sociales si no cuenta con el famoso “aparato erudito” de respaldo, supuestamente frecuentado por el presunto autor.
Los cholulos ilustrados (decirles cultos es un despropósito), así como no pensaron por si sino que adoptaron en líneas generales los pensamientos de sus ídolos, se dedicaron toda su vida -y se dedican los de la actualidad- a coleccionar las obras de aquellos; lógicamente en los diversos soportes en que ellas se publican, lo cual han hecho y hacen con fervor y fruición. Con ellas recubrieron las paredes de sus casas; de ellas fueron y son propietarios; sobre ellas tienen acceso exclusivo; dan a sus bibliotecas un valor material y otro sentimental mucho mayor que el correspondiente a la mera suma de los títulos particulares que las componen; y las transmiten como legados a destinatarios específicos para no desintegrarlas, porque sienten que así poseen un carácter orgánico.
Quienes integran esta clase tan especial de cholulos casi nunca han leído ni alcanzarán a leer la tremenda cantidad de libros de sus bibliotecas, pero todos, invariablemente, soñaron y sueñan con hacerlo en el futuro, ya que creen vivamente que en esos libros y en sus contenidos reside todo lo que hay que conocer, ¡y todo lo que vale la pena conocer! En consecuencia, su oficio se reduce cada vez más a ver y revolver lo que han hecho otros con anterioridad.
Si en otros tiempos una imagen emblemática de un pensador podía ser la representación de un señor de edad provecta, de gesto adusto, en silencio, con la mirada perdida o los ojos cerrados, pero pensando, ella es reemplazada hoy por la de un señor joven, bien vestido, con barba candado discretamente recortada, con cabellera teñida, matizada y peinada con estilo cuidadosamente descuidado, fumando en pipa cuando se fumaba más que ahora, con varios libros recién comprados a los que va leyendo por partes sueltas y sin conexión, de las cuales subraya y extracta oraciones y párrafos con su correspondiente data bibliográfica.
Ello significa que el filósofo mira hacia atrás para, supuestamente, saber cómo ha pensado la humanidad antes de él. Pero ¿qué habrán hecho entonces los griegos…?
Estos cholulos son citadores compulsivos de muertos ilustres y/o famosos (la barra incluyente-excluyente no es aquí casualidad), así como el cholulismo militante de izquierda hace carteles con frases de sus ídolos revolucionarios (o tenidos por tales) con la intención de que funcionen como mantras. ¡Pensar que los cholulos de ambos ejemplos están situados en el pasado, que quieren retrotraer el tiempo y que les alcanza con ser repetidores de otros!
Sobre esos especímenes ilustrados de rango universitario ha escrito genialmente Darcy Ribeiro, el lúcido antropólogo y sociólogo brasilero, denunciando la inocuidad de «quienes hicieron de su vida intelectual un ejercicio de ilustración de tesis ajenas”.
Por eso es que insisto en que los verdaderos intelectuales no son los que presentan estas características. Ser intelectual es pensar por si y para si. Y esta actividad no es hoy ni exclusiva ni primordial de los centros académicos ni educativos.
Repárese en cómo para ser tenido como intelectual hay que ingerir y excretar centenares de libros, luego de lo cual hay que sentarse sobre ellos a esperar pasar el tiempo.
La legitimación del intelectual del presente, en líneas generales, no se halla entonces en su intelecto ni en sus frutos, sino en el intelecto de otros hombres simbólicamente abordados por aquél. He aquí, cómo el pasado se proyecta en el futuro, y en los intelectuales futuros, quitándoles la frescura imprescindible para mirar, sentir y pensar vitalmente hacia adelante.
Finalmente, un breve y ligero balance. Los cholulos tradicionales no son de temer. No son victimarios sino víctimas, y en su descargo invoco su generalizada incapacidad de descentramiento para verse a si mismos choluleando y para comprender todo lo que entra en juego en esa relación alienada con sus ídolos.
Mucho más grave y más desagradable aun que la estupidez supina del cholulo de televisión es la existencia de los cholulos con ínfulas intelectuales; crónicamente hipócritas; inexorablemente mercenarios conscientes del poder pese a su declamada condición de especialistas críticos del mismo; parásitos voraces del presupuesto del Estado cualesquiera sean las características de éste en cada momento de la historia.
Su desfachatada vocación de comparsa, que los lleva fatalmente a fungir como entretenedores y aplaudidores oficiales, es asquerosa. De modo, pues que esta clase de cholulismo y estos cholulos me provocan asco. Y conste que me refiero siempre a los de Argentina.
Sería bueno que tanto seudointelectual de este tipo leyera o releyera la información correspondiente al famoso affaire Sokal (1996) y que alguno de ellos tuviera la iniciativa de hacer una investigación crítica acerca de los alcances y peligros de la imitación, la copia, el pensamiento políticamente correcto y la obsecuencia presentes en la bibliografía actual de las ciencias sociales en especial.
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