“Paul” es el eslabón más débil en la cadena ascendente del director de Estados Unidos,Greg Mottola, responsable de dos gemas de la nueva comedia americana: “Superbad” y “Adventureland”. Parte de lo mejor de ellas trasciende en el contenido y la forma de la socorrida parodia contra “E.T”, “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo” y “Alien”.
Sin embargo, el resultado final dista de ser igual al de sus trabajos anteriores, y encima, tampoco logra convencer en la deconstrucción definitiva del subgénero de ciencia ficción, al ubicarse muy lejos y por detrás de sus principales referentes de la incorrección política, como el caso de “Marcianos al Ataque”.
Es lastimoso porque además se contaba con el aval y el respaldo de la pareja encargada de volver añicos o de armar y desarmar la memoria histórica de los filones de explotación a la carta del consumidor en masa.
En efecto, Simon Pegg y Nick Frost demolieron a placer y se salieron con la suya a través de la trituración de códigos trillados a la usanza de la crónica policial en “Hot Fuzz” y de la filosofía zombie en “Land of the Dead”, siempre desde la óptica revisionista y posmodernista de la llamada “buddy movie”, cuyo esquema disolvieron y acabaron por convertir en otra fórmula rentable, por ironías de la vida.
Mucho se esperaba entonces de su cambio de terreno intertextual y de contexto geográfico, cuando optaron por cruzar el atlántico para narrar sus andazas por el Comic Con de San Diego, donde descubrirían la senda de la aventura paranormal de la mano de un simpático personaje de una galaxia remota, con aires de hippie trasnochado y la voz “cool” del pana de la puerta de al lado, Seth Rogen, el emblema del humor subversivo de la generación de relevo en Hollywood.
Por desgracia, la conjunción de talentos e ingenios de su tiempo, no se salda con el éxito augurado por los productores y guionistas, sino con una discreta recepción de taquilla y crítica.
Aguardamos la tercera obra maestra del tandem,del binomio de oro, y conseguimos de soslayo el título menor de su trayectoria, a pesar de los esfuerzos y empeños del increíble reparto, lleno de guiños esperpénticos y secundarios de lujo.
No en balde, las intervenciones de Bill Hader, Jason Bateman Kristen Wiig y Sigourney Weaver son de partirse de la risa, en cuanto transitan y circulan por la misma carretera de los teatros del absurdo de los hermanos Coen, según lo planteado por “Raising Arizona”, a la caza de un bebé perseguido por una serie de hombres bizarros y mujeres insólitas.
Acá el objeto de deseo, del niño, muta y deviene en la figura extraña de “Paul”,una suerte de proyección fantasmal y freudiana de las fantasías reprimidas de los protagonistas, en la tradición “porrera” del Dude de “The Big Lebowsky”.
De seguro, la relatividad de su aura en la pantalla, busca despertar la ambigüedad del subtexto,alrededor de la pregunta clave del libreto: ¿todo es real o se trata de una ilusión producto de la ingesta de ciertas sustancias? Al respecto, las respuestas parecen abiertas y sujetas a la interpretación de cada uno.
Por ejemplo, yo leí la película como el viaje iniciático y psicodélico de un par de colegas, literalmente alienados por sus historias y relatos inspirados en el universo de las caricaturas y las novelas de pulpa de corte amarillo, colmadas de monstruos, espectros, bichos raros, perros con antenas y amazonas de tres senos. El film les permite, en una etapa dura y crucial de sus existencias, continuar creyendo y alimentando sus mitologías.
A primera vista, ello luciría como una concesión demasiado enorme con el mainstream y la maquinaría de fabricación de opio para los pueblos en 24 cuadros por segundo.
Por fortuna, el atributo de “Paul” radica en eludir la alternativa populista y demagógica, para sembrar sanas dudas en el espectador, invitarlo a tomar distancia del propio largometraje y llevarlo por una ruta menos dogmática, cerrada y obtusa.
De hecho, los villanos encarnan lo peor del sectarismo, la intolerancia y el fanatismo religioso. En cambio, los buenos solo quieren divertirse, expandir sus mentes, derribar ciertas fronteras y aprender del contacto con la alteridad, cual pandilla utópica de los sesenta y setenta, en la busca de su destino. No es arbitraria la comparación con “Easy Rider”, “On The Road” y “Miedo y Asco en las Vegas”, aunque con una carga más ligera en la “R.V”. Quizás sea un pequeño homenaje a la odisea ochentosa de Chevy Chase con su familia disfuncional en la legendaria, “National Lampoon’s Vacation”, una de mis piezas favoritas.
A su favor, Greg Mottola recupera la brújula autoral al momento de esgrimir su tesis melancólica y romántica en defensa de los perdedores de su habitual galería de “freaks”.
Los “loosers” se reivindican como en “La Revancha de los Nerds”. Tienen corazón, alma y aportan un sentido aire de esperanza para la comunidad al borde del caos y la depresión. No prometen hacer la revolución, ni les interesa predicarla. Solo desean ser aceptados y respetados como personas diferentes. Tal como el caso de “Paul”. Ahí la película alberga su diamante en bruto conceptual. Lo demás, lastimosamente, nos distrae del centro y de la diana del mensaje,de la moraleja. Es culpa de los pésimos efectos especiales, de la irregular ejecución, de la duración y de lo predecible de los chistes.
De cualquier modo, me agrada su tono imperfecto resumido en el esplendoroso desenlace de regreso al Comic Con.
Me sentí plenamente identificado en la imagen de dos humildes treintones, con complejo de Peter Pan, en pos de consumar la amistad, la felicidad y sus sueños.
No será la mejor de Greg Mottola, pero sigue siendo superior a sus rivales de la cartelera nacional.
A la altura de la impresionante, “Step Brothers”, la de los niños cuarentones negados a crecer.
Testimonio de la adolescencia forzada a prolongarse por diferentes motivos.
Qué dijo Willy?! Qué dijo?!