Entrando a Barajas, vimos a Fernando Luis Aranoa (“Lunes al Sol”). Iba vestido de manera informal, con franela, jeans y el cabello sujetado por una cola de caballo. Lo identificamos, lo interceptamos, lo saludamos a nombre de sus fanáticos de Venezuela y nos respondió amablemente con una sonrisa de oreja a oreja. Cinco minutos después, su imagen contrastaría con la de Alex De Iglesia, quien portaba un conjunto formal de hombre de negro, a la forma de un yuppie de cuarta generación, ensimismado en su crisálida digital, Iphone en mano, a cientos de kilómetros de su look desgarbado y freak de los noventa. Ahora luce distante y serio. Pero irónicamente viajaría en un vuelo comercial(al lado de nosotros). Claro síntoma del presupuesto de vacas flacas, ajustado por la inflación, del Festival de San Sebastián.
Así arrancaba el certamen de Donostia 2011, detrás de la cortina y fuera de la cobertura de los medios tradicionales, rendidos a los pies de los estrenos y las estrellas.
De todos modos, el presidente de la justa reconocía los problemas económicos en titulares de prensa, donde hablaba del mínimo aumento de su caja chica, de 6.7 millones de euros a 7.1.(muy por debajo de la marca de Venecia y Cannes).
No por casualidad, el estreno más relevante del día sería el de la ganadora de La Palma de Oro de Cannes, “El Árbol de la Vida”, proyectada al margen del concurso en la sección de Perlas Zabaltegi. De resto, pasaron “Intruders” en la gala inaugural, y por ende, deberemos cacharla en otra jornada.
A las tres de la tarde, arribamos al hotel, nos chequeamos y salimos de inmediato a recoger las acreditaciones. Hacía un clima terrible de playa otoñal. Llovía sobre el mar y alrededor de la sede principal, Kursaal, el monumento kistch en forma de lámpara china. ¿Anticipo de tiempos de tormenta en los predios de la arquitectura milagrosa y las alfombras rojas de los invitados internacionales?
De cualquier manera, asistimos a la proyección de la cacareada obra maestra de Mallick, “The Tree of Life”,amada y odiada a partes iguales. El colega J.J. la definió como “El Nacimiento del Choronga Cristiano”. El lado rudo de Cahiers Du Cinema la condena por representar un vehículo del pensamiento neoconservador. Claudia cuestionó su segmento de “Discovery Channel” conoce a una hermana menor e impostada de “Parque Jurásico”. 30 minutos de la pieza condensan el bing bang, entre imágenes clonadas del aire autoral de “2001”,voces en off y música clásica, todo súper artie y qualité.
La sala perdió rápido la paciencia con ella y casi la mitad del aforo la mandó a la porra por cursi, grave y enferma de importancia en cada plano.
Persolmente, les confieso, me la gocé de principio a fin. Le reconocí un costado casi documental a la manera de “Badlands”, cuya fotografía y banda sonora valen su precio en oro. Una escena con bebés recién nacidos, alcanza una pureza y perfección cercana a los primero experimentos de los hermanos Lumiere. Primitivismo impresionista de trascendencia contemporánea.
Aun así, La Palma no recibió las palmas batientes del exigente público del gremio. Yo andaba encantado con la borrachera de planos secuencia, los plagios a la serie “Quatsi”, el subtexto del origen, el desarrollo y la muerte de la familia americana, como símbolo del ascenso y la caída de los ídolos religiosos, como emblema de catarsis en la época del décimo aniversario del once de septiembre, como metáfora del apogeo y la extinción del séptimo arte.
Igual me gustaría disfrutarla de nuevo y criticarla mejor en una próxima ocasión. Sin duda, es un film clave de la posmodernidad victimizada y de autoayuda del tercer milenio.
En efecto, “El Árbol de la Vida” es la “Biutiful” de Mallick o la “Babel”.
De hecho, el protagonista de “21 Gramos” de Iñárritu, Sean Peen, pasea con su cara de tristeza a lo largo y ancho del plató de la película, al interpretar a un ejecutivo deprimido y acongojado por su pasado oscuro, a merced de un padre pegador de melodrama estilizado, según el temple sureño de Brad Pitt en la posguerra. Un gran papel, por cierto, en la tradición de “Bastardos sin Gloria”.
El guión establece un paralelismo entre los cincuenta y la era actual, para buscar en el vano ayer una explicación de pecado original, de las razones de la crisis de hoy. La solución aportada por Mallick es discutible, predecible y a veces roza el ridículo de la moraleja publicitaria(eugenésica, puritana, de raza aria y políticamente correcta). Es algo como reencontrarnos en un sueño utópico, de pura gente bella, para reconciliarnos con la parte bonita y bella de la existencia. Aquí me quedo con el pesimismo de Mallick en “Delgada Línea Roja”.
El desenlace esperanzador de “El Árbol de la Vida” es oficialmente la decepción del año. Con todo, es un clásico automático. Es hora de dormir. Nos vemos mañana por cualquier otra vía, desde Donostia.