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¿Espacios alternativos para las artes visuales?

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Me preocupa sobremanera el rumbo del campo de las artes visuales en Venezuela y específicamente en Caracas, ese valle-bolsa donde todo se concentra. Me preocupa porque me desempeño en él aunque escribo aquí, por encima de todas las cosas, desde el rol de espectadora.

Es archiconocida por todos la situación de los museos nacionales y  ese no es el tema que me interesa traer a colación. Me interesa, más bien, parte de la respuesta que el campo ha generado ante ello: la de los espacios «alternativos», concentrados en dos o tres galerías de renombre.

Cuando se dice alternativo uno piensa inmediatamente en «otra opción», en una «opción distina». Y aunque es cierto que estos espacios ofrecen la posibilidad de ir a ver arte -antes reservada a los museos- me resulta indignante el contenido de esa posibilidad y más aún buena parte del público espectante de ese contenido.

Las razones son varias y pueden no estar de acuerdo. La primera de ellas es ver cómo estos espacios repiten exactamente el mismo modelo de las galerías de Las Mercedes que, como todos sabemos, no son galerías, son tiendas. Sólo que, en el caso de «los espacios alternativos», no se vende abstraccionismo lírico o geométrico o caballitos que imitan a los del maestro Alirio Palacios – y que tan bien combinan con los muebles de las señoras encopetadas- sino arte conceptual o artistas reconocidos que, generalmente, son conceptuales. No hay otra posibilidad.  Si usted pinta bodegones con arepas, hace fotografía documental a la «vieja usanza» o hace cualquier otra cosa; si nadie conoce su nombre, no tiene cabida dentro de esta supuesta alteridad, no importa cuán buena sea su obra. Está bien, seamos justos. No absolutamente todos estos nuevos espacios son así pero sí una enorme mayoría. Y cuando digo vender, no lo estoy diciendo exclusivamente de manera literal.

¿Alteridad? El arte conceptual está de moda y ya sabemos que el sólo título de «conceptual» justifica cualquier cosa. Ponga una cebolla, tierra y un vaso plástico y déle una justificación bien rebuscada donde incluya, por supuesto, las teorías de Deleuze y Guattari (o cualquier otro autor también de moda) y tenga por seguro que se ganará el Pirelli o que lo expondrán. Tenga por seguro que se venderá su obra. Mientras menos la entienda el público, mejor todavía. Si no se entiende, seguro es arte. Y no es que la obra tenga necesariamente que ser entendida pero sigo creyendo en que, de alguna forma, debe ser aprehendida. Algo debe moverse en el espectador, a todos los niveles posibles.

Ojo, no tengo nada en contra del arte conceptual. Me encanta. Hay cosas maravillosas dentro de este género de las artes. Tampoco tengo nada contra Deleuze y Guattari, ni contra ninguno de los teóricos que los Estudios Culturales han vinculado al campo de las artes. Al contrario. Pero sí me molesta, en primera instancia, que las producciones culturales sean quienes respondan a las teorías -y no al contrario- y, más aún, que las utilicen manipuladoramente para validar un discurso que debería validarse, en primera instancia, en la obra en sí.

Me molesta que los «espacios alternativos» caraqueños sólo ofrezcan lo que está de moda. No hacerlo sería, por supuesto, excluírse del mercado. Y no estoy abogando acá por la idea decimonónica del arte por el arte. Todos necesitamos comer y pagar la luz. También los artistas, galeristas, curadores y críticos.  Cada quien hace lo que puede, como puede. Abogo, eso sí, por la ética, porque no me lo vendan como «alternativo». No sé quién hizo eso pero así nos lo vendieron.  Y ese es tal vez el punto realmente crítico de todo lo que digo acá, el resto toménlo -si quieren- como mera protesta.  Con que nos hubiesen dicho que eran nuevas galerías, quedábamos tranquilos, pues no soy la única que piensa todo ésto. Es sólo que lo alternativo está también de moda.

Y está claro, el asunto de buena parte público, que cada domingo asiste a inauguraciones y eventos (si se viste raro, mejor) en estos lugares de difícil acceso. Un público que cree que, por estar allí, pertenece a una suerte de élite; es también «alternativo». Gente de lo más linda, gente así «súper cool» que teoriza y que es intensa y que es chévere y que pareciera no percatarse de que, como dijo el viejo Baudelaire, burlándose de las metáforas militantes y vanguardistas en el arte y aludiendo a la terminología militar de los mismos, «estos hábitos denotan a espíritus (…) mandados a hacer para la disciplina, es decir, para el conformismo».

(¡Ay niña, que atrasada eres que estás citando a Baudelaire!).

Tampoco tengo nada en contra de las vanguardias y militancias. Pero sí de quienes las asumen como un dogma, como la unica posibilidad dentro de un campo cada vez más pleno de fenómenos a ser revisados: el del arte. ¿Espacios alternativos? ¿Qué otra cosa pueden ofrecernos? ¿Qué otra cosa pueden decirnos más allá de que, el snobismo, en Caracas, siempre vende? ¿Cuándo tendremos una ciudad que nos ofrezca opciones? Opciones que pasen desde lo conceptual hasta cualquier otra cosa. ¿Cuándo habrá gente que se preocupe no sólo por los asuntos de mercado? ¿Un público que no se deje convencer por cualquier cosa? ¿Más espectadores críticos?

¿Es ésta la respuesta que el campo de las artes visuales caraqueño ofrece ante el reduccionismo estatal que, bajo la ideología de la inclusión, terminó siendo tan excluyente como aquellos a quienes criticaban? ¿Ofrece más exclusión pero desde el otro lado? ¿Otro imperio? No se supone que lo vanguardista -que desafortunadamente no hemos superado a pesar de su absurdo sentido progresista- atenta precisamente contra el espíritu burgués?

No sé, a lo mejor la equivocada soy yo.  Es muy probable. A lo mejor no soy más que una tonta idealista.

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