Imagen cortesía de Silvia Mercader |
He leído bastantes críticas a “Por el medio de la calle”, casi todas negativas. Por ello me animé a escribir mis impresiones, ya que percibo mucha animosidad hacia el evento. Yo también me sumé a la comparsa, y comparto un poco las opiniones vertidas en varios medios. Pero dentro de todo es una de las pocas opciones diferentes que nos da esta ciudad, por lo menos a gente de mi estrato social – tirando a pelabolas, para entendernos.
Mis “visualizaciones” fueron las siguientes: Los Beatunes, que es la menor banda tributo a Beatles que haya visto, en orden de calidad (no son terribles, pero los hay mucho mejores, por ejemplo buitres y beat-3; la música estaba bastante bien pero el pana que hacía la voz líder tal vez estaba resfriado o abrumado por el gentío; en definitiva no me gustó, salvo en Come Together: esa sí la cantó con feeling; al contrario de Los Beatles originales, el más talentoso de la banda me pareció el baterista).
En segundo lugar fuimos a ver a Cindy López, que sí me gustó una barbaridad; esa chama, si se maneja bien, puede dar de que hablar en el futuro, y tiene la habilidad de apoyarse en unos músicos estupendos, nada menos que el bajo y la batería de Mojo Pojo, los populares Enrique Pérez y Pepino, y el guitarrista Héctor Castillo, todo un virtuoso. Valga decir que Cindy cerró su presentación con un cover de “Oh, darling” que se acercó bastante al de “Across the universe”, con su carga de intensidad. Aquí presencié el único acontecimiento realmente desagradable, pero a la vez reconfortante: un desubicado en una moto pretendía pasar por el medio del público, y llegó hasta a ofrecerle unas manos a una persona que le recriminó su conducta. La gente hizo causa común, en particular las mujeres (creo que su valentía estriba en el hecho de saberse inmunes a los coñazos, pero igual las aplaudo): hicieron que el motorizado bajara el tono y prosiguiera a pie (empujando su moto, claro).
Después de Cindy nos paseamos la calle hasta el mercado municipal, buscando algunas “bebidas líquidas y refrescantes” (conste que esa frase la escuché por radio, nada menos que en la cultural de Caracas), es decir, unas humildes birras; en el camino presenciamos performances callejeros, algunos actos de circo, teatro, algo de participación del público al rayar el piso con tizas, un unipersonal de un individuo asomado a un balcón, mirando lánguidamente hacia algún punto impreciso en la pared del edificio de enfrente. Posteriormente nos fuimos a ver la fura española, que resultó ser una fulana haciendo figuras sobre un trapecio, al principio me gustó pero se puso ladilla muy, muy rápido.
Una vez despachada la fura, tratamos de ir a la plaza de La Castellana a escuchar los Chevinovas, pero por razones ajenas a nosotros llegamos con el “tran tran” final; vale decir que en ese momento pensé seriamente que el gentío nos iba a pasar por encima, esa vaina era peor que las marchas en su mejor momento. De allí nos fuimos un rato a escuchar el Ska-jazz (no soy particularmente aficionado al ska, pero estaba bien). Ya el cuerpo no daba como para más, así que nos refugiamos en los chinos de Palos Grandes, para tomarnos unas frías y comernos algo. Como mi retoño permanecía en el evento, no nos quedó otra que regresarnos al lugar, y pudimos ver el cierre de Guajeo y de Los Mentas, y los fuegos artificiales que culminaron la programación.
Tal vez lo más entretenido fue el hecho urbano, el pasear para ver y ser visto por una fauna variopinta que salió a la calle a divertirse, a hacer una fiesta urbana en la que menos importó la propuesta formal que las ganas de soltarse, de loquear un rato. Corrió en abundancia el licor y la marihuana, eso si fue innegable. En conclusión, demasiada gente que no permitió apreciar a plenitud las escasas propuestas de calidad. Sin embargo, el año que viene pienso volver, a pesar de lo malo.