Después de cuatro jornadas para el olvido en selección oficial, la quinta pasará tranquilamente a la historia como una de las mejores de la edición 59 del Festival de San Sebastián, gracias a las proyección de tres buenas películas, bajo el liderazgo de la nueva obra maestra de Hirohazu Kore-eda, “Kiseki”, un milagro de viaje iniciático protagonizado por un grupo de niños entrañables, quienes fueron ovacionados y reconocidos por sus impresionantes actuaciones naturalistas, en una historia infantil considerada por la crítica como una respuesta nipona a “Súper 8” de J.J. Abrahams, pero sin recurrir a efectos especiales y grandes alardes técnicos.
De hecho, la comparación entre ambas piezas la hicieron en rueda de prensa, donde el autor derrochó sana humildad y verdadera conexión con su reparto, cuyos jóvenes integrantes se robaron el show de la velada, mientras respondían a las preguntas de los periodistas con total y absoluto desparpajo, a diferencia de las estrellas solemnes, los críticos de élite, los periodistas engreídos y las divas esnobistas de la alfombra roja.
En cuestión de dos horas,”Kiseki” narra la historia de dos hermanos separados por el divorcio de sus padres y unidos por la idea de consumar una aventura. Su objetivo dramático radica en descubrir la posibilidad de materializar un milagro, al atisbar el encuentro de dos trenes apartados de su lugar de origen. Durante el metraje, emprenden entonces una odisea fascinante junto con sus amigos, para llegar a la zona de la leyenda urbana, consagrada supuestamente a recibir sus demandas y convertirlas en sueños realizados. Al arribar al sitio, cada uno gritará su deseo al cielo, después de reflexionar sobre su pertinencia moral, ética, personal y colectiva.
En consecuencia, el guión tiende a evocar el desarrollo de títulos de aprendizaje y crecimiento de los ochenta, como el caso de “Los Goonies” y “Stand by Me”, aunque a la manera sutil y posmoderna del realizador japonés, capaz de dominar el difícil arte de la puesta en escena, y al mismo tiempo, brindar un espectáculo digno no exento de sentido del humor y auténtico alcance poético, alrededor de imágenes líricas extraídas del propio contexto del relato.
En lo personal, su propuesta conmueve, hipnotiza y despierta la sensibilidad del espectador, al punto de arrancarle lágrimas y sonrisas, a través de los recursos y elementos más puros del lenguaje audiovisual.
Aparte, la banda sonora y la música acompañan y secundan, de forma elocuente, el significado conceptual de las composiciones, encuadres y planos hermosamente fotografiados, en la tradición del paisajismo documental del continente asiático.
Yo me atrevería a anunciarla como la principal favorita del concurso para quedarse con la Concha. Difícilmente veremos algo superior en el certamen, y quizás en el resto del 2011. La película le hace plena justicia a su título y le permite a su creador regalarle una bocanada de aire fresco, de esperanza, a su país, al mundo y a la cultura universal. Cine de reivindicación del futuro y del presente para conseguir una catarsis o exorcismo ante los traumas del pasado reciente y remoto (de la bomba de la segunda guerra al terremoto de Tokio).
En paralelo, se enmarca el lanzamiento del último film de la intérprete francesa Julie Delpy, “Le SkyLab”, también encabezada por una chica en el seno de una familia disfuncional destinada a servir de ejemplo y arquetipo de la polarización de la sociedad gala, antes y después del año 1979, cuando se anticipa y notifica la caída de un satélite en dirección hacia la tierra. Así, los personajes aguardan en la campiña francesa por el fin del mundo. No obstante, el tono es diferente al de las tragedias apocalípticas de Lars Von Trier y Steven Sodenbergh.
Con inteligencia e ironía, la autora opta por reírse del asunto, del entorno y del argumento planteado, a la luz de diálogos suspicaces, conflictos absurdos y situaciones de enredo.
Además, “Le SkyLab” guarda la virtud de no tomarse demasiado en serio, y de apelar a la memoria del respetable, al confrontarlo con el recuerdo y la deconstrucción de fenómenos como mayo del 68, la colonización francesa, el colaboracionismo con los nazis y la eterna división política de la nación de Mitterrand.
Hay ecos y resonancias de diversa índole. Grosso modo, volvemos a palpar el fino tejido de los cuentos morales de Eric Rohmer, salvando las distancias, al estilo de las comedias negras del cínico Claude Chabrol en contra de la pequeña burguesía de provincia. Únicamente, le puedo discutir y debatir la concesión de un “happy ending” predecible y conservador.
Después de todo, la amenaza del “Le Skylab” no era para tanto, y de igual manera, la crisis de la familia francesa resulta pasajera y superable, en una suerte de reconciliación forzada con los valores maternales y paternales de antaño.
Es la solución optimista, de hoja de cálculo y formato Hollywood, de la mayoría de las producciones a concurso. Problemas y lugares comunes no sólo de un Festival, sino de una generación descomprometida y adicta a la droga de la felicidad, al soma de la autoayuda en 24 cuadros por segundo.
Por fortuna, existe una rendija para la expresión de la resistencia y el movimiento indignado frente a la depresión económica, en la insólita figura de Johnnie To, empeñado en meter el dedo en la llaga de Hong Kong y de los tigres de papel del lejano oriente.
Precisamente, a ellos los desnuda en la brillante y curiosa, ““A Life Without Principle”, proyectada fuera concurso en el marco de la sección de perlas de otros festivales. No por nada, acaba de competir en Venecia.
Para resumir, la singular película constituye una metáfora de la caída de la bolsa global, según la perspectiva de las clásicas tríadas chinas, asociadas al negocio bancario. Por tanto, se trata de una trama de suspenso urdida para cuestionar el fondo del materialismo histérico y del capitalismo darwinista, por medio de un libreto de vidas y destinos cruzados por el azar, todos vinculados por los tentáculos de la mafia.
En la conclusión, triunfa la ley del más fuerte o del menos malo, y la suerte determina la victoria de unos perdedores devenidos en ganadores, por un golpe de pura astucia(cual “100 años de Perdón).
La lectura de Johnnie To sigue siendo lúcida, genuina y honesta. En la actualidad, nos dice él, sucumbimos a la lógica del Casino y de la Gomorra en la compra y venta de acciones bursátiles, a merced de los tiburones de las casas de ahorro y préstamo. Encima te diviertes horrores con la habitual visión del género de gangsters y policías y ladrones, atribuida a la imprescindible obra del autor.
En síntesis, una quinta jornada redonda y estimulante,a pesar de ciertos bemoles.
Regresamos pronto con el sexto capítulo.