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El rumor de las piedras. La pobreza y el perdón pequeño burgués

Aun resuenan en mi cabeza la ovación del público al finalizar el per estreno de la película en el Lía Bermudez, de Maracaibo. No es nada raro que en ese espacio aplaudan a rabiar cualquier cosa que se proyecte, y menos cuando el director esta ahí. Pero tras los momentos de faranduleo cinematográfico de provincia, debo agradecer por el vino gratis y los pastelitos que estaban bastante buenos, no podía dejar de pensar en el sentimiento de culpa que me invadió durante toda la película. Me sentía culpable de no ser pobre, de que en mi vida pequeño burguesa no pase nada, que mi mayor drama es cuando se va la señal de directv y que debo ser un monstruo raro en la sociedad venezolana, porque en ella solo hay pobrecitos pobres que sufren demasiado por ser pobres y que están condenados a la tragedia griega porque no pueden huir del gen de la pobreza. Y es que en los últimos años, el cine venezolano, bajo el auspicio del CNAC, se ha hecho un esfuerzo casi sistemático por mitificar la imagen del pobre como símbolo del esfuerzo, el sacrificio y también de lo jodio y sin esperanzas que es la vida en la Venezuela revolucionaria. Ya con la hora cero, hermano y ahora el rumor, se ha estigmatizado al barrio como la sucursal del infierno, un lugar donde la vida es esperar que una bala te mate, donde todos son malandros, porque todos son negros, que la única salvación es salir del barrio, y que de vez en cuando llega un blanquito bien parecido y con cara de guevon, que evidentemente no es del barrio porque no es negro, que sufre como una Magdalena porque cayó en la boca del lobo del que solo puede salir con un mosquero en la boca porque en los barrios nada se construye, solo se destruye, en los barrios la esperanza la acribillaron a balazos, en los barrios todos los que no son blanquitos con cara de guevon son unos negros malandros que no les importa la vida de nadie, que en los barrios las mujeres que no son putas son unas madre Teresa condenadas a sufrir sin importar lo que hagan. Mientras, las señoras de la urbanización y los niñitos bien, quienes son los que van al cine, lloran a moco tendido, aplauden a rabiar y luego se van a sus casas a agradecerle a Dios por haberlos librado del mal de la pobreza y tener la nevera llena, los hijos en el colegio mientras salen corriendo despavoridas cuando un mendigo se le acerca a pedir plata pa comerse un pan sin nada.
Yo no nunca he sido pobre, aunque me crié en un barrio de Maracaibo y mi pequeña burguesía es tan rancia que escribo esto desde un iPad, pero me entra en la cabeza que en nuestros barrios solo haya gente sufrida al punto del martirio y negros malandros hijos de puta, pero esta percepción es culpa denlos realizadores y porque no decirlo, del CNAC, porque en su empeño de hacer cine social consciente o inconscientemente destilan todos los prejuicios, miedos y fobias pequeños burgueses sobre la pobreza, haciendo que el otro sea el infierno y yo soy el cielo, queriendo expiar la culpa de clase intentando dignificar al pobre siempre y cuando no pueda salir del barrio, que ese es su mayor y único sueño, dándoles valores pequeño burgueses a los personajes blanquitos para dar a entender que si eres blanquito no eres del barrio y por eso los matan, porque no tienen el gen del malandro en su sangre y se convierte en el mártir de los pequeños burgueses que quisieron hacer algo por el barrio, pero los malandros negros hijos de puta no los dejaron. Creo que es tiempo de que se discuta el discurso de nuestro cine, es cierto que se están haciendo mejores películas, pero se están reciclando los eternos prejuicios de clases que han dividido a nuestras sociedades entre bendecidos y desgraciados, entre los pobrecitos y los afortunados, y no es excusa que digan que eso es lo que quiere ver la gente en el cine nacional, ejemplo es el Er Conde Jones que le pateó el culo a todas las películas, incluyendo las gringas, y que los realizadores no vengan con el cuento que ese tipo de historias son muy personales, qué coño saben que es andar comiendo todos los días pollo, o tener que vender piedra pa poder llevar un paquete de harina pan a la mesa, o esperar el fin de semana para bailar regueton con la jevita, o es que los realizadores sienten vergüenza de clase, sienten culpa que les den 3 millones de bolívares fuertes para hacer una película que con eso pueden comer no se cuantas familias durante meses, tienen vergüenza de que lo mas arrecho que les ha pasado en su vida es que su novia se haya ido a vivir a Miami o Buenos Aires, quisiera que nuestros cineastas si son tan sensibles a la pobreza dejen el sueño de pasarse dos años viajando gratis por festivales, tomando champan con Iñaritu y jalando bolas a Almodovar y se instalen en un barrio a formar a los chamos a que cuenten sus propias historias, que les den las cámaras y que ellos se graben a ellos bajo su mirada, bajo su óptica, bajo sus sueños y deseos y seguro serán historias de malandros y putas, pero esos malandros si se querrán quedar en el barrio y hacerlo un lugar mejor, esa puta si le echara bolas a que el barrio sea un lugar digno y que la pobreza no es una condena, es una forma de vida donde la esperanza esquiva las balas y sale cada mañana. Nuestro cine, y quizás sea demasiado pretensioso decir que nuestra sociedad, será mejor cuando nos despojemos de completos y aceptemos lo que somos nosotros mismos y sobretodo, aceptemos al otro en sus grandezas y miserias.

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