Ayer, al medio día, venía del centro comercial Lido, y para retornar a mi casa, decido tomar la avenida principal del country. Una fila de carros que esperaban la luz verde del semáforo me obligan a pararme. Me pongo a buscar algo en la cartera, pero, por alguna razón, subo la mirada al retrovisor. Veo un corolla vinotinto, a toda velocidad, y pensé “este pana no va a frenar”. Fue pensarlo y sentir el golpe. Me trató de esquivar pero, como venía descontrolado, igual me dio en el parachoques. Finalmente, me esquivó, entró en el canal contrario y se le metió por un costado a una camioneta que estaba en la cola, a tres carros de mí. El impacto lo dejó atravesado en el canal contrario. La cosa fue demasiado Lyncheana.
¿Bajarme a ver que le había pasado a mi carro? ¿Bajarme a hablar con el tipo? ¿Bajarme a ver que le pasaba al conductor? Eh… No, ni me cruzó por la mente. Uno nunca sabe cómo reacciona en estas situaciones, pero yo reaccioné bastante rápido. Metí retroceso y me regresé al Rosal a toda velocidad. Un taxista que llegaba en ese momento detrás de mí, me hizo un gesto como preguntando “¿Qué pasó?” y yo, con mi cara de aterrorizada, le hice un gesto como “No sé qué pasó bróder, pero yo piro lo que es ya”.
Procedo a explicar por qué me fui. En fracciones de segundos, mi razonamiento fue el siguiente: por las características de lo ocurrido, el conductor no venía dormido. O, le estaba dando un infarto, o venía huyendo por algo. Tal vez , era un secuestro exprés. Los vidrios ahumados tan negros no pintan bien. En caso de que sean unos malandros con un rehén, yo como que mejor me voy, no vaya a ser que se prenda una plomentazón. Los mirones son de palo.
Y este razonamiento tan improbable, y la razón por la que no actué lógicamente ante este choque en particular, tiene dos posibles explicaciones: O leo demasiadas noticias o me gradué de caraqueña.