Segunda Parte: Si ,vivo en el Imperio, ¿Y qué?
Ahora me toca correr contra el tiempo, solo tenía una semana hábil para dejar a mi viejita lo mejor posible. En mi hogar me esperaba finalmente un trabajo con todas las posibilidades de ser bueno, que empezaba a 7 días laborables desde mi arribo y para el cual había completado la entrevista final el día anterior a mi viaje, cruzando los dedos para que la fecha de inicio no fuera inmediata y no tuviera que, lamentablemente y con esta crisis declinar esta oportunidad que ahora sé valía oro.
En esa semana me di cuenta que la administración de la nueva Venezuela tiene tatuados los mismos vicios que la anterior, aunque atenuados en algunos casos y solo porque la familia y los amigos te ayudan: la palanca es ahora roja-rojita, nada es gratis, ni rápido y los funcionarios públicos eficientes parecen un defecto imposible de tener en las respectivas dependencias. Las ideas preconcebidas de lo que significa vivir en el exterior, que lamentablemente son las que predominan, hicieron el proceso de ayudar a mi mamá mas complejo: se asume que uno viene cargado de billete por lo cual todo está al alcance del bolsillo, también que se tiene que asumir la mudanza de los familiares al lugar donde uno está y que estar lejos es sinónimo de desamor y descuido.
Mamá siempre comentaba que lo primero que le enseñaba a sus chiquiticos de Kinder era a dejar de decir “Voy a miá” lo que era cambiado con paciencia y dedicación por “Señorita, voy al baño”. Y pasó mi mamá más de 30 años dándoles a muchos pequeños las herramientas básicas para socializar y ser útiles. Pero esto parece no ser relevante en un país donde los servicios médico-sociales que deben encargarse de los pensionados propios – y no los de Palestina ni de Uruguay – están simplementemessed up. No solo es considerar que el tiempo de lo demás no es valioso, algo a lo que nos han acostumbrado, sino extender o reducir sus funciones de acuerdo a lo que te convenga en el momento, es por ello que los médicos, en vez de aplicar el correspondiente y necesario tratamiento, se dedicaron a tenerme jugando la candelita por tres días, yo quería que siguiera fumeando, aunque fuera por allá, porque al final, mi deseo era que realizaran la intervención necesaria que le devolviera a mi mamá lo único que le estaba dando significado a su existencia, movilidad. Pero estos galenos, poseídos de una crisis de identidad mezclada con dotes de Adriana Azzi, concluyeron que con lo complicado que resultaría la recuperación era mejor dejarla como estaba, que pronto se recuperaría, caminaría con ayuda, pero lo haría y tendría larga vida (no duró una semana, algo que espero decirles en su cara algún día). Yo me pregunto que hubiese pasado si yo hubiese mandado – ni siquiera me hubiese tenido que mover – un fajo de dollares suficientes como para intervenirla de manera privada, aseguro que no solo la operan sin tantos remilgos los mismos profesionales en un sitio pago, sino que de ser posible le hubiesen agregado sus prótesis mamarias y su lipo a la factura, costumbre que entiendo se ha extendido entre nuestros frívolos venezo-pacientes.
¿Y la oficina de Trabajo social? ¡Ay la oficina de Trabajo Social! (cómo Lázaro Candal): encargados de “facilitar” la documentación que permitiría poner a mi mamá en una casa de reposo y canalizar su pensión para cubrir sus necesidades, solo se dedicaron a sondear sobre la vida en Miami y la razón por la cual mi mamá no estaba conmigo. Aquí tuve que contenerme y responderles con calma aparente – “Martha recuerda donde estás y a que viniste”- que cualquier atención que mi mamá necesitara estaba respaldada por sus años de trabajo y sus contribuciones al seguro social, por lo cual era irrelevante donde yo viviera y las decisiones personales que tanto ella como yo habíamos tomado a través de los años, ella tenía sus derechos con o sin hija gringa. Eso le calló la boca a estas “entrépitas” quienes decidieron finalmente procesar la documentación, siempre y cuando yo consiguiera reunir, en tiempo record, por mi necesidad de regresar, los papeles indispensables para el trámite. Nunca he procesado CADIVI, pero por lo que sé, comparado con esto es un viaje de Chávez a Cuba.
Y es aquí cuando, ya mi mamá dada de alta, ya en una casa nueva de reposo – ah, porque en la anterior no la aceptaban de nuevo ahora que estaba postrada, Fiscalía donde estás cuando uno te necesita – después de varios días de subir y bajar siete pisos, de esperar por reportes, y copias y sellos, de casi llorar con los “ Se acaba de ir” o “Ella no viene hoy”, ya el último día hábil (terminó siendo el penúltimo, pero así lo creía yo), tengo un puesto Ring Side por la pelea de la semana entre uno de los médicos y una de las trabajadoras sociales, es más, en vez de estar en primera fila fuí réferi: ella me hizo devolverle tres veces el informe al galeno porque tenía que decir lo que ella quería que dijera y el, obstinado pero reconozco que apenado conmigo, decidió bajar a decirle sus cuatro. No pude evitar reírme del preámbulo del combate:
Yo: – Dr., ¿Pero qué quiere que le diga?, ella no acepta el informe así…
Médico: – ¡Dile que es una estúpida!
Yo: – Usted sabe que no le puedo decir eso, aunque ganas no me faltan.
Médico: – Tienes razón, mejor bajo contigo y se lo digo yo mismo.
Lo cierto es que fue digno de ver la pérdida de compostura de estos dos trabajadores de la salud, pero el placer me salió caro cuando me di cuenta que este combate se había registrado antes y estos dos no eran amateurs, pero sobretodo que ninguno iba a hacer nada diferente a tratar de dejar al otro noqueado, mi mamá era simplemente una asomada a la cual le había caído una silla desde el ring. Fue allí cuado suspendí el match para decirles irresponsables e ineficientes y tuve la ocasión de volver a oír de un funcionario público venezolano algo que les sirve no solo para sentirse bien, sino poderosos, magnánimos pero incomprendidos como Hugo Rafael un domingo; aunque al final esto sea simplemente la muestra contundente de su ineptitud: “Yo te estaba ayudando, pero como te pusiste así, friégate.”
Ah, pero esa funcionaria no contaba con mi astucia, a ese punto ya yo tenía mi “Plan B”, difícil de ejecutar pero no imposible. Una sonrisa se me escapó en esa tarde de viernes de mayo en la cual decidí caminar de “El Pescozón” a la oficina de mi papá en El Paraíso, sin pararle a malandros, carros que se te tiran encima, polución, huecos o sucio: la inoperante y oxidada máquina de la administración pública venezolana creía que había acabado con mi imperialista voluntad, wrong, tuve que engrasarla, naturalmente, pero ese cuento se queda para la última entrega.