Estemos claros: a menos que uno de los tantos inconvenientes que se puede uno encontrar en Venezuela me ocurrieran, a las 8 a.m. sharp del martes de la semana siguiente al fin de semana decisivo, debía estar en los Everglades comenzando en mi nuevo trabajo. Tener un empleo decente era parte de la infraestructura que me permitiría seguir cuidando a mi mamá en la distancia y en principio comenzar a pagar las deudas en las que irremediablemente me metí, las cuales incluyen el traslado y la comida de esos días.
Lamento reconocer que no son solo los funcionarios públicos los que piensan que como uno viajó tiene que tener y poder, los primeros días me encontré gastando más de lo prudente en taxis, a instancias de mi papá, pero eso pesa en el bolsillo por más que una sea regateadora como yo lo soy (si no que lo diga mi amigo Juan Naiquatá). Más rápido que inmediatamente comencé a usar metro, carrito y a caminar, ligando encontrarme solamente con los inocuos “Buenas tardes señores, yo pudiera estar robando pero en cambio los estoy obligando a comprarme estas galletitas…” y no con los atracadores de verdaíta verdaíta. Me dí el placer de comer empanadas, tomar maltas y comer en panaderías, no solo por lo «económico» – no siempre lo era – sino por lo rápido, fazfud a la criolla, pues. Me costó acostumbrarme a la compra de la “tarjetita” de teléfono y su uso. En relación a esto mi papi hizo una de las observaciones más agudas y divertidas del viaje: “Cómprate tu tarjeta, no hagas lo que todos el mundo que tienen tremendos teléfonos pero siempre te dan la excusa: no te devuelven la llamada porque no tienen saldo.”
El plan del fin de semana tenía dos fases: lograr que me cambiaran la reservación de domingo a lunes y así poder aprovechar unas horas hábiles y amanecer junto con la «palanca» en el lugar donde los papeles que la estúpida – porque también me quitó parte de lo que ya habíamos avanzado – no quiso tramitarme serían acelerados y aceptados inmediatamente, sin quejas de contenidos, ni firmas, ni sellos húmedos siempre y cuando estuviesen acompañados por esos otros documentos de colores que tienen estampada la cara de Bolívar, Bello y Miranda y que son emitidos en el Banco Central. Mis esfuerzos de entenderme con la aerolínea el sábado en persona fueron infructuosos, porque, la verdad, la gente ha hecho de mentir un hábito tan común que eso de “Me tengo que quedar porque mi mamá está enferma” en Venezuela es el equivalente adulto de “El perro se comió la tarea.” Solo el domingo cuando me vieron dispuesta a marcharme, maletas y todo listo frente al counter, creyeron en mi honestidad y me cambiaron el pasaje. No se crean que porque no era hábil pasé el fin de semana en paz, era necesario completar la lista de insumos imposibles que pidieron en la casa de reposo, algunos de ellos difíciles de conseguir y la mayoría costosos. Ser maestra de matemáticas resultó una destreza desafortunada, porque no podía evitar dividir y decir “Tá carísimo, dame la mitad” en vez de “Tábarato, dame dos.” Hasta compré detallado rollos de papel higiénico en la ruta al hospital, en esa calle de funerarias y talleres mecánicos por la que se accede a él, porque en una quincalla de barrio salían mas baratos que en Farmatodo.
Llegó la mañana de la verdad: Solo 5 ½ horas para llegar al aeropuerto y embarcar, tomando en cuenta que tenía que completar los papeles e ir al banco: luego de una angustia descomunal logro mi cometido y salgo corriendo a cobrar; entonces revisando los papeles en la camionetita me doy cuenta de que el IQ del empleado que me atendió y me cobró no fue suficientemente alto como para colocar correctamente el nombre de mi mamá con su correspondiente número de cédula. Allí me resigné a mi paradójica realidad de extranjera, y aposté por lo mejor sin cambiar de planes, me dije “Allá voy, ya no hay vuelta atrás.”
Regresar a los procedimientos bancarios de allá no es fácil, estos se basan en la desconfianza: no es suficiente con presentar la libreta de ahorros, los documentos y la cédula, además hay que sacarles copias, poner la huella dactilar y por supuesto, en mi caso, sonreírle nerviosamente a la cajera para que no notase la metida de pata del funcionario. Cuando me dijo “Le falta una copia”, precisamente la del error, expliqué en ese tono preciso de los que a este punto han hecho lo mas posible, sin sonar pedante y con un equilibrado tono de súplica que se me había agotado el tiempo, que en menos de media hora debía estar en Maiquetía y que si por favor no podían ellos sacar la copia que necesitaba; nunca sabré si notaron el error o no, pero lo cierto es que recibí lo que sería la última pensión de mi mamá, la cual sirvió para amortiguar parte de los inútiles compromisos en que me metí por esos días: simultáneamente a mi llegada a Miami, mi mamá murió y todos los esfuerzos de darle confort y darme tranquilidad, se perdieron.
Me consuela haberla visto y que me haya reconocido, así como haberle dado unos días de compañía. No creo en las cosas espirituales en las que creen los demás, pero admito que me asombra la precisión de su ida, ni cuando yo estaba allá como para retrasar mi regreso, ni mucho después como para ser la preocupación en que se había convertido en los últimos meses debido a su recaída.
El sabor amargo del “Hice lo que pude” esta mezclado con syrups de las palabras negligencia, ineptitud, arbitrariedad y prepotencia. Cierro contando que uno de los pocos placeres que me di en ese viaje fue ver a uno de mis viejos amigos, nos encontramos entre todos los sitios en un MacDonalds, y como para iniciar la conversación me preguntó que quería y cómo había encontrado el país, al ordenar, las empleadas se dan cuenta que no tienen la bebida que pedí y sin ofrecerme alternativas comienzan a discutir entre ellas. Solo me quedó decirle a mi pana “No importa amigo, pídeme naranja “ para luego señalarle a las chicas e indicarle “y si quieres mi opinión así, así, fue que encontré al país.”
Parte 1 : https://www.panfletonegro.com/v/2011/10/11/cronica-de-una-imperialista-limpia-en-chavezuela/
Parte 2: https://www.panfletonegro.com/v/2011/10/13/cronica-de-una-imperialista-limpia-en-chavezuela-parte-ii/