Ante la desértica propuesta filmográfica, es normal que todo el mundo se arroje sobre Drive de Nicolas Winding-Refn, como si fuera Apocalipsis Now. Porque la película es de una sobriedad remarcable, y en un mundo gobernado por el «dame tu dinero, coge tu billete y piérdete», su apuesta se erige como el último de los mohicanos de un cine que guarda algunas esperanzas de ser etiquetado como «arte».
Drive hará por esta generación lo que Réquiem para un sueño (Aronofsky) hizo por la anterior: se establecerá como un referente, como el metro dorado, con el cual se medirá el cine de los próximos años. Drive es la frontera, el punto de no retorno, la delgada línea roja que delimita el arte cinematográfico del cine de consumo masivo. La película logra sacudir el sistema audiovisual, al apropiarse del cine gore para volverlo un producto destinado al público de masas. Winding-Refn extiende la estética gore-cómica, sádico-risible y pop art de Tarantino para llevarla hasta un realismo serio y sobrio. No que esto sea una novedad en sí. La filmografía de Takashi Miike (The imprint) y Park Chan-Wook (Old boy) son apologías a la violencia y a los litros de sangre falsa. Pero sus ambiciones siempre fueron underground, de cine alternativo y de culto. En cambio, Winding-Refn intenta llevar estos valores al cine de masas, igual que Christopher Nolan intenta ampliar el espectro del cine blockbuster pop hasta las propuestas psicologizantes y cerebrales (la diferencia entre estos dos últimos es que Nolan se coloca de lleno en el cine de masas, mientras que Winding-Refn no parece molestarse con este concepto y filma lo que le viene en gana).
Así, es posible que esta generación descubra su ídolo cinematográfico en la obra anterior de Winding-Refn: la trilogía Pusher, la genial Bronson y sobre todo, la sublime Valhalla Rising, cuya maestría estética vale la pena estudiar cuadro por cuadro.
En cambio, ¿hará Drive lo mismo por Ryan Goseling? El canadiense es, discutiblemente, el mejor actor de su generación, capaz de convertirse en el nuevo Sean Penn, Downey Jr. o Ed Norton. Sin embargo, el sistema parece habérselo apropiado, lo cual lo condenaría a seguir el destino de un Brad Pitt.
Porque las mejores películas de Ryan Goseling son las que hizo cuando le coqueteaba al cine alternativo. El papel más logrado –para mí-, que ha hecho es Lars and the real girl (2007). Le siguen, Half Nelson (2006) y The believer (2001). En estas tres cintas, el actor se apropia de los personajes y lleva a cabo un trabajo increíble. Por supuesto que la prensa, siguiendo su fijación con Indiana Jones, Harry Potter o Transformers, no parece haberse enterado de la existencia de Lars… por ejemplo.
Es por ello que les doy este consejo: si no han visto esta película, traten de buscarla. No los decepcionará.