El año pasado la evadimos en Festival de San Sebastián y luego nos arrepentimos de no haberla visto, porque no sólo gustó y mucho en el certamen, sino además terminó siendo el suceso de la temporada de premios en España, hasta el punto de obtener el boleto de la academia ibérica para defender a la madre patria en la competencia por el Oscar extranjero.
Por ende, llevamos las expectativas en alto a la sala oscura para descubrirla a destiempo, y en honor a la verdad, salimos defraudados y decepcionados. Nos esperábamos otra película, tras semejante alharaca mediática en torno a su estreno venezolano.
Para decirlo claro y raspado, la nueva de Villaronga nos supo a ración de pan duro cocinado al calor de las estufas viejas del cine histórico de origen castizo.
En pocas palabras, el resultado huele a la misma receta de costumbre: la de la telenovela de época del vano ayer, pero ahora con la etiqueta comercial de “hablada en catalán”.
Más allá del reclamo publitario, es poco o nada lo diferente agregado al condimento de la preparación tradicional del típico melodrama lacrimógeno sobre las contradicciones del país de Franco, después de la guerra civil. Se pueden imaginar lo demás.
Un niño ingenuo, como el de “La Lengua de la Mariposa”, descubre el horror de los comunistas y fascistas en conflicto, mientras disputan y pelean por el primer lugar o la medalla de oro en oscurantismo, intolerancia y barbarie.
Ello le permite al director construir algunas secuencias, de dudosa trascendencia poética, al estilo de los maestros de la época dorada y del recambio generacional de los setenta, a la luz del declive del caudillo.
Así, vemos al inicio del largometraje una referencia directa a la brutal caída del cabrito por un despeñadero en “Las Hurdes”. Ahora es un caballo asesinado de forma no menos salvaje, y de igual modo, lanzado al vacío desde un risco. Esplendida manera de arrancar con una dura declaración de principios, alrededor de los temas de fondo de la pieza.
Por desgracia, a partir de entonces, volvemos al terreno común de los hombres sin pan, aunque no bajo el influjo de la incorrección política de Luis Buñuel. El realizador elude el carácter picaresco del problema, y opta por el camino trillado de la solemnidad y gravedad de la crónica de una muerte anunciada. La de un padre rojo de un niño blanco, condenado por la inquisición de los camisas negras de la derecha.
Al respecto, los villanos son todos planos, malucos, inflexibles, borrachos, explotadores, abusadores, pegadores, capitalistas y pedófilos. Los hay de trazo grueso como el secundario de zarzuela de Sergi López, un verdugo de comiquita. Los padecemos como profesores represivos de unitario, bebedores de alcohol y acosadores de niñas. En resumen, son puros personajes de caricatura en blanco y negro.
La galería de víctimas incluye a una madre abnegada, llorona y encubridora; a un lolita de faldita corta y brazo mutilado por probar la manzana del pecado; al patriarca fugado y escondido al borde del pelotón de fusilamiento; y al socorrido protagonista infantil de la conocida fábula moral ennoblecida por los críticos cursis como “un viaje iniciático” de toma de conciencia ante la pérdida de la ingenuidad por el desplome de las utopías y sueños de los mayores.
Un mundo de pesadillas y sombras denunciado por el “comprometido” impulsor de la iniciativa, según las normas progresistas de la industria subsidiada por la gestión de Zapatero.
En efecto, “Pa Negre” es un ícono y un síntoma de la tendencia de mea culpa, florecida en el contexto del auge y el descenso de la popularidad del PSOE, antes de la llegada de los indignados.
No por casualidad, coincide en la cartelera con “Balada Triste de Trompeta” y anticipa la manipulación política de Benito Zambrano en “La Voz Dormida”, también dedicada a los perdedores azotados por el garrote vil de la Falange. Tema perfectamente válido para recordar y refrescar. La memoria del totalitarismo nunca debe borrarse y olvidarse. Al contrario.
El enorme inconveniente radica cuando deviene en fórmula hegemónica y tapadera kistch, para evadir el presente y alimentar el discurso del poder establecido, en su eterna búsqueda de endilgarle la responsabilidad del caos institucional de la actualidad, a la clase gobernante de décadas precedentes.
Voluntaria o involuntariamente, “Pa Negre” le sirve a la élite de hoy, para lavarse la cara, y tirarle puntas al PP. En tal sentido, lo siento como un film a la usanza de los golpes de pecho de La Villa del Cine frente a la cuarta república.
Ya es hora de pasar la página y asumir el reto de afrontar las complejidades del momento, del 2011. Por ende, el trabajo de Augustí Villaronga me mueve a la sospecha de presenciar un cuento melancólico, harto conocido, fácil de instrumentalizar.
Es un anacronismo del lenguaje demagógico de la hipocresía contemporánea, donde regresaremos al túnel del niño y del ángel corrompido por el entorno, a través de los relatos orales, las leyendas y los mitos de las aldeas medievales. Posible detalle a reivindicar en comparación con “The Village”. Acá un fantasma garantiza el control social del rebaño de críos.
Al final, se desnuda la trampa en un desenlace gris y triste, carente de redención. Al menos es honesto. Nadie gana y el pequeño héroe entra por el redil. Es convincente lo de “las mentiras de los adultos crean pequeños monstruos”. Sin embargo, para mi no es suficiente, por las razones señaladas.
Para ideas análogas, me quedo con “El Espíritu de la Colmena”.
“Pan Negre” es su calco posmoderno, desprovisto de identidad y originalidad expresiva.
Su burdo maniqueísmo le resta credibilidad.
Ni hablar de la metáfora choronga con los pajaritos enjaulados.
Las actuaciones tampoco convencen.
El balance es desfavorable.