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Sexo, mentiras e Internet

Las relaciones humanas cambian a la par de las innovaciones tecnológicas. Nuestros antepasados tuvieron que adaptarse a la aparición del tren como medio de transporte, del automóvil, del telégrafo. La televisión y la radio terminaron de cimentar las bases de la aldea global, lo cual lanzó al hombre a la era de la publicidad y el consumo contemporáneo. Sin embargo, el desarrollo tecnológico se ha acelerado de manera exponencial: mientras nuestros padres debían esperar cincuenta años antes de vivir una revolución mayor en las formas de comunicarse y relacionarse, nosotros a duras penas podemos seguir el ritmo vertiginoso de nuestro mundo.

En aproximadamente veinte años hemos sido testigos de la aparición de los teléfonos móviles, la Internet, los teléfonos y las tabletas táctiles; incluso vemos la llegada de los “asistentes virtuales”.

Así, nuestras sociedades se adaptan. Los seres humanos evolucionamos y cambiamos nuestras relaciones sociales en gran parte como resultado de la tecnología de turno. No obstante, estos cambios pueden representar desafíos mayores para los ciudadanos. Por ejemplo, una excusa clásica utilizada hace pocos años para justificar una desaparición repentina, era la alusión a la poca fiabilidad de las baterías de los teléfonos móviles. “Perdón, cariño, pero mi  Star tac se quedó sin carga” era una excusa plausible en 1998, jamás en el 2011. De esta manera, aquellos acostumbrados a escudarse en la batería de su teléfono para evadir a la mamá o a la novia durante horas, tuvieron que buscar nuevas alternativas ante los teléfonos con 3 días seguidos de autonomía. Hoy en día, nadie creería que pasamos 3 horas en un túnel o en el nivel -5 del estacionamiento. El hombre contemporáneo debe estar allí, dentro de la red de cobertura y con la lucecita del teléfono iluminándole el rostro, todo el tiempo.

Ahora disponemos del asistente virtual Siri del iPhone 4S, una vocecita capaz de responder las preguntas más inauditas. ¿Una buena invención? Puede ser. Todo lo que sé es que la excusa, “querida, estaba conduciendo y no pude responder el teléfono” se ha ido a la porra al ritmo de las disquisiciones filosóficas de Siri.

No es sorprendente constatar entonces que una de las primeras causas de divorcio en los Estados Unidos es la red social Facebook. Basta con dirigirse al perfil de la persona para conocer todas sus interacciones. Un comentario subido de tono o una foto etiquetada sin su permiso y ya está; bienvenido a la discordia marital, acostúmbrese a dormir en el sofá de la sala.

No quiero decir con esto que yo tenga algo que esconder. Simplemente, me parece que la privacidad es una parte fundamental del ser humano y que, abrirse a todos, todo el tiempo, es la mejor receta para volverse neurótico. No vale la pena preocuparse cada vez que alguien saca un teléfono en público. Es imposible esconderse de la exposición virtual. Todos tenemos fotos etiquetadas en Facebook, todos aparecemos en algún video de YouTube. ¿Cómo hacer entonces para evitar que la violación de nuestra privacidad nos provoque un ataque cardíaco?

La respuesta la tiene un video de YouTube (por supuesto). Esta persona es un genio de la red. Ella entendió todo: ya que es imposible evitar la exposición virtual, hay que eliminar todo sentido de dicha exposición. La fórmula repetición-serie que permitió a Andy Warhol convertirse en un mito del pop art se transforma acá en acto de resistencia: repetir, ad nauseum, ad infinitum, aparecer para desaparecer, eliminar todo sentido de nuestro rostro.

La chica que verán a continuación domina este arte a la perfección. La receta: usar siempre la misma pose, sin importar el contexto o la situación. Jamás cambiar de expresión facial. Repetir. Producir fotos en serie, hasta que todo rastro de humanidad se haya evaporado de su existencia.

Es el único remedio que existe ante la exposición prolongada y sin protección al sol ardiente de Internet.

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