La Versión de Mi Vida: Autobiografía del Casanova Arrepentido

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Paul Giamatti no es Woody Allen. Tampoco pertenece a la familia de los hermanos Coen. Pero aun así, quiere hacerles sombra con la tragicomedia estilo Sundace,»La Versión de Mi Vida», pequeño vehículo para el lucimiento del actor y sus incondicionales del sistema de estrellas en horas bajas.

De hecho, Dustin Hoffman hace de su padre, en un papel similar al de «Meet The Fockers»,donde el humor negro también buscaba la manera de satirizar las disfuncionalidades de la familia judía, sin caer en un burdo antisemitismo ,valga la acotación. La corrección política apremia.

De cualquier modo, la película de Richard Lewis aqueja de varias dolencias comunes al cine independiente, enfermo de importancia.

Su duración de 130 minutos resulta excesiva,y al mismo tiempo,deja en evidencia la total redundancia del guión, cuya estructura descentrada intenta modernizar su viejo empaque de telefilm «vintage».

No en balde, el argumento llueve sobre mojado desde el primer divorcio hasta la última separación, cuando las lágrimas y los sentimientos de culpa acaba por eclipsar a las pocas risas desprendidas del contenido. Atención porque los chistes son trillados y obvios.

Con todo,se agradece la ironía de incluir a David Cronenberg en el reparto,para encarnar el guiño punzante de la pieza, alrededor de la producción de un pésimo programa. El protagonista se dedica a ello como mercenario y el largometraje aprovecha el punto para tomar el camino de la crítica cultural,a costa de la industria del enlatado.

Por tanto, el film habla de la crisis social y humana del macho anglosajón, sometido al calvario de su propia decadencia y expiación en vida, según una óptica ultra conservadora.

Síntoma de los tiempos.

Aquí la historia roza peligrosamente el límite de la novela moralista de autoayuda, al cuestionar las andanzas del mujeriego, pintar a su esposa como una víctima del decorado y forzar la muerte del mejor amigo,por efecto de su descenso a los infiernos de la droga y el alcohol.

A partir de entonces, la trama da otro vuelco de 180 grados y empieza su trayecto indetenible hacia el abismo del peor folletín neoclásico, de mala factura Hollywoodense, a la usanza de “Una Mente Brillante”.

La madre repite el cliché de Madame Bovary, comete el adulterio pero luego regresa a manos de su primer y verdadero amor, para intentar recuperarlo.

Al menos acá la redención es imposible. Sea como sea, los creadores del trámite lo castigan condenándolo a sufrir las consecuencias del Alzheimer, al extremo de llevarlo a la tumba.

Por poco no termina sus días en una silla de rueda. En el desenlace, ella lo visita en el cementerio, a la espera de acompañarlo en futuro, de cara a una vista melancólica de la ciudad.

Guarda correspondencia con el epílogo crepúscular de la discutible “True Grit”(2011).

En resumen, son las pulsiones y golpes de pecho de una obra parcialmente fallida, aunque superior a las demás propuestas de la cartelera.

Yo como fanático del Paul Giamatti de “American Splendor”, salí decepcionado.

La diferencia es del cielo a la tierra.

Pequeño traspiés en su currículo.

Cine carente de identidad formal y conceptual.

Próximo a las imposturas del lenguaje del corazón.

Única ventaja: su pesimismo existencial, teñido de oscuro, a pesar del lugar común.

Para olvido, sus vulgares estereotipos femeninos y másculinos.

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