Advertencia: el título de la reseña alude al libro “Cómo Acabar de una Vez por Todas con la Cultura”, firmado por Woody Allen. Es uno de mis textos de cabecera. Hago la acotación para desanimar a quienes me querían acusar de antisemitismo o de liderar la próxima campaña de descrédito en contra del autor. Nada más lejos de la verdad. Solo quise gastar una broma y llamar la atención de ustedes para invitarlos a leer mi crítica. Ojalá les interese. Es basada en hechos reales. Comienza a partir de la próxima sangría.
Después de ver “Medianoche en París”, sufrí un proceso de transferencia y desde entonces, creo sostener encuentros nocturnos con los hitos de la psicología moderna, citados hasta al hartazgo por Woody Allen. Mi padre es licenciado en la materia y me obligo a leerlos a temprana edad. Es uno de mis traumas de infancia, de mis complejos de Edipo.
Así pues, conocí a Freud, Jung, Derrida, Guattari, Deleuze y Zizek. Con todos, hablé de los conflictos del director de “Annie Hall” y de los dilemas de su último trabajo. A continuación, pueden descubrir el resultado de nuestra charla cursi, pedante y esnobista.
La Neurosis de Sigmund
Freud anda realmente molesto con Woody Allen. Lo acusa de banalizar, mancillar y desvirtuar su obra, fruto de la investigación de años en el método del psicoanálisis.
En tal sentido, su diagnóstico sobre “Medianoche en París” es demoledor: “se trata de la declaración de principios de un esquizofrénico, orgulloso de serlo, entre sus pobres sueños de grandeza, alrededor de versiones de barraca de feria de Dalí, Buñuel, Lautrec y Hemingway, a quienes piensa resucitar como supuestas caricaturas y encarnaciones de una parís bohemia e idílica, de tarjeta postal, imposible de sostener en pasado y presente. Lo peor es el cinismo ético del creador, al traficar el cuento de su enfermedad como una tabla de salvación de la humanidad. El final, con su alucinación de colores pasteles, es la reafirmación de su empeño por recetar al mundo la salida de la enajenación, en lugar de asumir la crudeza de la realidad. Por tanto, el realizador busca justificar su alienación, a costa de la imagen de una ciudad inexistente, donde deambulan sus peores fantasmas. Me refiero al dinero, el poder y Hollywood, convocados en el reparto. El cameo de la primera dama refleja las contradicciones de su inconsciente megalómano. Todavía quiere sentirse como el Napoleón de la industria gala, al servicio de las majestades de la monarquía republicana. Es su forma de ahorrar dinero al precio de recibir un cheque en blanco de los demonios de sus mecenas. Carla Bruni se lo celebrará de por vida. Es una relación ganar-ganar. Yo le recomendaría volver a pisar tierra y dejar de consumir Viagra. Le recetaría una cita urgente con el diván, para confesarse por sus pecados cometidos ante el clan de Zarko.”
Los arquetipos de Carl Gustav
El profesor Jung fue más benevolente con la víctima de su mentor. Admitió apreciar su filmografía y reivindicarla a la altura de un espejo de sus teorías. De hecho, tuvo palabras de aliento para el paciente del momento: “ las tomas de París del inicio son un poema y una carta de amor enviadas por correspondencia al buzón de Los Hermanos Lumiere. Traducen afecto por el origen del séptimo arte, en la tradición de los pioneros primitivos, con la esperanza de compartir su legado a las generaciones de relevo. Mutatis mutandis, su preocupación por rescatar la memoria de Picasso y compañía, responde y obedece a un objetivo similar y análogo de restauración, a no confundir con un ejercicio superficial de nostalgia. No en balde, “Medianoche en París” despierta nuestra conciencia crítica, de cara a los mitos de la historia de la cultura. A su modo, la pieza los desacraliza, sin dejar de rendirles tributo, en la confrontación con los estereotipos de la era contemporánea. Ambos espacios se entrecruzan y entrelazan para proyectar la idea de la relatividad y la circularidad del tiempo, al estilo de otras obras maestras del género, como “El Día de la Marmota”. De ahí el parentesco con “La Rosa Púrpura del Cairo”, ilustrada por el propio Woody Allen. Apenas logré detectar un defecto. La repetición del protagonista maduro en crisis, con problemas para terminar una novela. Ya lo vimos en “You will meet a tall dark stranger”. Es el típico alter ego del realizador,devenido en cliché. Es la hora de superarlo.”
De la Deconstrucción al Anti Edipo, pasando por La Guía del Cinéfilo Perverso
Ayer me conseguí en la biblioteca de la casa con Guattari, Deleuze, Derrida y Zizek. Los cuatro me agarraron para mil y no me soltaron hasta el amanecer. Me emborraché a su lado y los escuché con paciencia. Zizek se fajó a puños con Derrida y por poco arruina la velada. Demasiado ególatra y prepotente. Por eso Derrida lo comparaba con el pesado amigo de la prometida de Owen Wilson en “Medianoche en París”. Zizek se defendía al preferir “Deconstruyendo a Harry”, por encima de las incomprensibles teorías de Derrida. Zizek afirmaba: “Woody hizo legible y divertido tu aburrido e insoportable concepto”.
Deleuze y Guattari reían de lo lindo, mientras extrañaban la presencia de Michel Foucault. De repente, apareció Michel Foucault con sendos ejemplares de “Enfermedad mental y personalidad” e “Historia de la locura en la época clásica”. Los repartió y se marchó por la puerta. Casi nadie entendió el chiste. Guattari dijo: sus libros no sirven para interpretar a Woody Allen. ¿Quién se cree?Al menos nos hubiese regalado “Vigilar y Castigar”.
Finalmente, la conversación entró en calor. Zizek acusó al director de herejía y lo condenó al saco de los demagogos del tercer milenio. Tampoco le perdonó su actitud de Poncio Pilatos al lavarse las manos,delante de la enorme depresión del viejo continente.
Para él, “Medianoche en París” es una película qualité y artié, del gusto de papá, instrumentalizada para dormir a la resistencia. Denunció su frívolo tono apolítico y su hipocresía moral de taparse los ojos frente a las enormes disparidades sociales de la Europa del siglo XXI.
A la inversa, Deleuze y Guattari la exculparon por su relación con la tesis arborescente de “Mil Mesetas”. Para los dos, el largometraje adopta la estructura de un “Rizoma”, saldado con un desenlace memorable,optimista y surrealista de la talla de “Manhattan».
En el epílogo, disfrutamos del testimonio de un romántico incurable e irredimible, de un Quijote de hoy en día, vencido por sus molinos de viento y feliz por concluir su existencia en el interior de sus fantasías, a la luz de la emergencia de una Dulcinea tan utópica como el contexto de la puesta en escena. Según la pareja de entendidos, es un acertado espejismo,una alegoría acerca del “Capitalismo y la esquizofrenia”.
Por último, vino el turno de Derrida, cuya impronta deconstruyó las especulaciones precedentes. Con voz aguda y vehemente, marcó distancia con Woody Allen y lo cuestionó por volver a hacer gala de su autoindulgencia, ahora en su condición de exiliado de lujo.
A su parecer, el director se halla preso y amarrado a su compromiso corporativo, de dibujar paisajes bucólicos y seudoimpresionistas de las principales capitales turísticas de la globalización. “Pronto acabará como Frank Gehry, prestando su firma para engalanar la fachada de estados y municipios corruptos, al mejor postor”.
Al cierre, llegó Baudrillard para reconfirmar las sospechas del colectivo, y pronosticar el definitivo “Réquiem” por la quimera del comediante intelectual.La vinculó con el simulacro de los parques temáticos de Disney,las Vegas y Orlando.Es una París de «Epcot Center»,llena de momias y muñecos de cera.Puro artificio conformista para el consumo de un público inconsistente de comedores de palomitas y bebedores de vino prefabricado.
Cine de Bobos en el paraíso.
La «Alicia en el País de las Maravillas» de un abuelo con síndrome de Peter Pan.
A las seis y media de la mañana, el hechizo y el embrujo desapareció de mi entorno. Retorné a mi vida gris de Facebook, Twitter, el trabajo y Venezuela. Sin embargo, siempre me quedará el consuelo de revivir mi “Medianoche en París”.
Te lo agradezco,Woody.
Sigue dándonos buenos pretextos para escribir, soñar y vivir, a través de tus homenajes voluntarios, tus mensajes cifrados de superación de la adversidad y tus ilusiones de escape.
Ustedes deciden si es preferible la huida o el aterrizaje forzoso.
Yo tengo una cita pendiente con mis amigos de la biblioteca.