“Donde está el cadáver, allí se juntarán los buitres”
Somos racionales en nuestra vida práctica e intelectual pero crédulos en lo espiritual. En torno a los crédulos se aglomeran la iglesias proliferando con la rapidez de un virus y en tanto el hombre no piense, el petróleo espiritual por siempre estará asegurado.
Del temor natural hacia la muerte como de un destino post mortem se ha erigido a Dios sobre “la piedra principal” del temor bíblico. En delirante misticismo, se pretende dar respuesta a todo con su oráculo bíblico en gratuitas respuestas de fácil digestión. Es humano, por tanto, esperar una alérgica reacción de orden existencial que hace del escepticismo hacia el ateísmo, un auto exorcismo contra todo aquello que agobia la existencia humana y quiere inhabilitar en servidumbre de fe, el sano y rector motor de la razón con placebos religiosos de vacio estribillo, y, lo que alguna vez fuera fervor, se traduce en una sincera búsqueda por materializar a Dios en su convicción.
Es cierto, el temor es más fuerte que toda la aparatosa arquitectura de la razón, más aún, cuando ante la inminencia de la muerte, el comején filosófico habiendo ya carcomido la columna vertebral de nuestra vida en su anhelo por una existencia tranquila, finalmente, enseña la osteoporosis de su razón en la miseria de sus dudas sin respuesta.
De la impaciente necesidad espiritual de adorar, dio origen al becerro de oro en los tiempos de Moisés y el cual, de cierto modo, vemos representado en la suntuosidad aristocrática de las iglesias católicas a fin de exaltar la idolatría popular apuntando al corazón, a la inconsciencia espiritual y terreno fértil al prevaricato de toda índole mientras creyentes decepcionados emigran de un infierno a otro, alimentando con ello la promiscuidad religiosa, que genera en otros crear iglesias en su derecho a la libertad de cultos.
El ateo ante la muerte abjura de su filosofía, una deshonrosa capitulación de su alma humillada como trofeo para quien se impone sobre su honestidad filosófica contra la pesadilla y que nace, precisamente, de la inhumana temeridad divina; el dios de las iglesias es una radiografía de las enfermedades mentales de los hombres elevadas al plano místico, suplantando al Dios de la filosofía, de la ciencia, del arte, del amor y la vida
Dichosos los animales que en su condición de criaturas y no de hijos de dios, pueden vivir libres y morir tranquilamente.
Silvio del Valle.