Son de canela

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Los tres echados en sillas playeras alrededor de una gavera y esperando el atardecer bajo sus lentes de sol, semblantes desgastados. Se habían escapado a Bahía de Cata fuera de temporada, en pleno semestre y a mitad de semana. Cada uno se había tomado ya unas diez cervezas, habían llegado temprano en la tarde. A Mario le habían robado el carro; a Chucho, familiar asesinado, y además le habían robado el Blackberry en el velorio. Gustavo acababa de terminar con Juliana por razones todavía no esclarecidas, y los tres habían raspado un examen parcial, todo en cuestión de tres días. Chucho fue el de la idea: No me jodas, esta vaina no es normal, mi pana. Vámonos pa’l carajo: Cata, Morrocoy, donde quieran, pero vámonos bien lejos de tanta mierda unos días. Ya eran las cinco y media de la tarde. La brisa del mar les soplaba en el rostro, el cielo era de postal, el suave oleaje era lo único que se oía; la playa estaba casi desierta, toda de ellos y del sol que aún quemaba sus pieles.

Gustavo se enderezó con dificultad en su silla, movió los pies parcialmente enterrados en la arena, eructó, sacó otra cerveza, la abrió y miró hacia sus dos amigos.

Buena ésta, Chucho. A veces lo mejor es alejarse de toda vaina. ¡Salud! ¡Que pase esta semana maldita y se vaya para la mismísima mierda! Chocaron sus latas mientras intercambiaban varios nojodas e hijosdelagranputa. Bebieron un poco y se volvieron a recostar los tres en sus sillas, como animales moribundos y exhaustos. Unos zamuros planeaban en lo alto.

Gustavo, échanos tu cuento. ¿Cómo es eso de que mandaste para la mierda a Juliana?… preguntó Chucho.

Ah… que es una puta, respondió Gustavo.

Pero danos detalle, danos detalle… dijo Mario con voz arrastrada.

Gustavo era el más reservado de los tres, sin embargo, siempre que tomaba, tarde o temprano hablaba largo y tendido, mucho más que los otros dos juntos. Bebió otro poco de cerveza, inhaló un poco de lo que le quedaba del cigarrillo, botó la colilla con desgano y emitió un suspiro.

La muy perra…

¿Cuánto llevaban ya, cuatro o cinco meses, no? Se les veía bien juntos. Qué cagada… Comento Chucho, tratando de darle cuerda.

Qué bien juntos ni qué verga, una malparida es lo que es… dijo Gustavo con voz de odio infinito, y comenzó a convulsionar como si fuese a vomitar.

Mario y Chucho se enderezaron con lentitud y se pusieron los lentes por encima de la frente para verlo bien. Gustavo tuvo otra convulsión pero no vomitó. Solo se recostó otra vez repitiendo sus insultos.

Chucho le hizo un gesto con la cabeza a Mario señalando el agua.

Pana, yo me estoy orinando otra vez…

Yo también…

Bueno, vamos a darle, Gustavo, y nos vas contando…

Gustavo se puso de pie, invirtió un rato en equilibrarse, se quitó los lentes y los tiró en la toalla. Miró hacia los colores del cielo que comenzaban a ponerse fascinantes. Mario y Chucho, por el contrario, se colocaron de nuevo los lentes sobre sus ojos. Avanzaron los tres por la pendiente de la orilla hacia las débiles olas, los tres cerveza en mano, los tres tambaleándose, como bebés aprendiendo a caminar.

La vaina es que les tengo que echar un cuento de mi vecino Adolfo el policía, dijo Gustavo.

¿Y que tiene que ver el peo de Juliana con ese carajo?

Déjalo que cante su vaina.

Llegaron al agua y daban allí pasos todavía más torpes que sobre la arena seca. A lo lejos se veían solo los peñeros en el embarcadero. La playa seguía desolada.

Mosca que yo ya estoy orinando, dijo Mario.

No joda, yo he estado meando desde que nos paramos de las sillas…

Ese pana vecino no es un simple policía, dijo Gustavo. Es inspector de esos anti-narcóticos… Se la pasa en los aeropuertos con perros entrenados de los que huelen toda vaina.

¡A la mierda! Dijo Chucho volteando.

Gustavo se quedó en su posición equilibrándose, y dijo lo siguiente con voz tranquila, viendo a Chucho.

Sí… Y ya sé que tú te metes algo, me lo dijo ese pana. La última vez que nos reunimos en mi casa y nos acercamos a su patio a ver sus perros, al día siguiente me lo dijo. Uno de sus perros te pilló….

Coño, miren qué estrella de mar tan arrecha, dijo Mario. El agua estaba cristalina, les llegaba todavía apenas por los muslos. Se acercaron los tres y se quedaron allí embelesados un rato, mientras seguían orinándose en equipo, secreta y silenciosamente. Era una estrella anaranjada brillante con puntos blancos.

Gustavo continuó luego de tomar otro poco de cerveza.

Este vecino policía, Adolfo… Yo de más chamo le decía señor Adolfo…  Hace ya tiempo regresé un día tarde a la casa y me lo encontré en la puerta de su patio con tres cachorritos de doberman. Uno de ellos estaba algo apartado y se vino hacia mí, lengüita afuera, yo lo agarré, un amor de cachorrito lamiéndome las manos. Se lo devolví, y por esa mariquera me convertí en algo así como su vecino favorito. Me dijo que le podía decir simplemente Adolfo… Todavía me saluda con el mismo agradecimiento de aquel día… Ese cachorrito se convirtió en Blackie, hoy en día un perro estrella en la detección de narcóticos de su división, según él me ha contado. Blackie fue la que te olió hasta el culo aquel día, Chucho, a través de la cerca. Esos perros son una vaina de otro mundo, chamo, no se pelan.

Chucho solo bebió otro poco.

¡Qué vaina tan arrecha la nariz de los perros!, dijo Mario, todavía sin despegar el ojo de la estrella de mar.

La Blackie no siempre está en esa casa. Es justo al lado de la mía. Adolfo, la esposa e hijas viven allí con sus dos perrotes que parecen de concurso, pero que no son entrenados para las drogas: Trueno y Laica, ¿se acuerdan? Trueno es el pastor alemán gigantesco… Gustavo eructó en este punto de su discurso… El que casi nunca ladra, el hijodelagranputa. De cachorrito ya ladraba lo que se dice duro y medio, otro vecino fue el que le puso ese nombre. Cuando las niñas de Adolfo se ponen a jugar a quitarle su pelota, el Trueno gruñe… Mierda, no se puede explicar uno cómo carajo ha logrado el ser humano convivir con esas bestias sanguinarias, no joda.

¡Jajajaja!

Mario y Chucho rieron cayendo de espaldas sobre el agua, tratando de no hundir sus cervezas. Se fueron alejando de la estrella de mar. El sol se acercaba cada vez más al borde de la montaña. Por el cerro de Catica, del lado este de la bahía, se acercaba un grupo de seis niños en shorts hacia la playa, mirando hacia Mario, Gustavo y Chucho con atención.

Y aparte de Trueno, Laica es la bulldog mansa y cariñosa, que tampoco detecta drogas. Pero Adolfo de vez en cuando trae a otros perros que sí son del trabajo: dobermans, rottweilers, otros pastores alemanes, otras razas que ni conozco, pero todos perros entrenados, como Blackie, que detectan una sola puta molécula de cocaína en todo este mar, no joda. El Adolfo se desvive por esos animales… Siempre que trae a Blackie a su casa me avisa por si quiero ir a saludarla. ¡Mira quien vino, Blackie! ¡Mira quien vino!  Coño y se escucha la carrera de la Blackie como desesperada y emocionada corriendo sobre las baldosas, lengua afuera, y llega con una sonrisa de perfecta felicidad. Ella que de cachorro era del tamaño de una ratica negra, ahora tiene ya como cinco años, es una mole de pura fibra. Adolfo por suerte siempre me ayuda para que no me tumbe al suelo; igual a veces termino en el piso debajo de ella llenándome de baba. No joda, esa perra me adora; eso sí que es amor de verdad, el de esa perra Blackie… no el de la perra de Juliana…

Mario se volteó al oir ruido y notó a los niños a lo lejos riéndose; no les hizo mayor caso.

En fin, el pana Adolfo es calidad, en serio. Y está más que claro para él que yo no consumo nada de nada, porque Blackie o alguno de sus otros perros me hubiera descubierto hace añales. Quizá también por eso el tipo me tiene aprecio. Todos los vecinos saben qué clase de perros suele tener allí. Todos nos imaginamos que gracias a él vivimos en una zona como protegida contra el narcotráfico. Pura paja, pero igual nos gusta pensar que la vaina es así.

Ajá Gustavo, dijo Mario. ¿Pero el peo con Juliana?

Ok… exacto… Dieron varios pasos más hacia las profundidades del mar.

Ayer yo tuve que pasar buscando a Juliana casa de su amiga Laura…

Laura, Laura… dijo Chucho pensativo. ¿La brincona aquella que vimos en Chaguaramos?

Esa misma… Se habían reunido con un grupo de panas de ellas en casa de Laura para estudiar; esta misma semana tienen unos mega-parciales de yo no sé qué verga. Bueno, Juliana llega y apenas se mete en el carro noto que tiene los ojos enrojecidos y la mirada como extraña. Yo no sé si eran las pupilas grandes o pequeñas, no me pregunten, pero estaba mirando raro… Y yo ya le conozco las calenturas a esta caraja, pero esto no era normal. Me agarró por el cuello y me bajó la cabeza hacia sus piernas, sin anestesia, y comenzó a darme lengua pero salvaje… me llenaba de saliva sin necesidad, casi me ahoga, no joda… Diciendo esto Gustavo tosió y sufrió otro reflejo de náuseas, y allí soltó su cerveza y comenzó a devolver buena parte de lo que había bebido y comido desde el mediodía.

Mierda, bueno, pa´fuera con todo, mi pana, pa´fuera con todo… le dijo Mario alejándose en el agua con asco. Igual hizo Chucho. Después de aquello, Gustavo se enjuagó y se restregó la boca, y atravesó el agua, cada vez más profunda, con redoblada dificultad hasta alcanzarlos. Los tres voltearon entonces hacia los niños que estaban acercándose por la playa jugando. Gustavo siguió con voz que sonaba ahora más derrotada y ebria.

Bueno… la Juliana… salvaje como una mapanare en celo… Normalmente no es tan así, mi pana, menos aún luego de estudiar… Entonces, medio echando vaina pero medio en serio, hasta le pregunté: ¿Y a ti qué te pasa, te fumaste alguna vaina con la mala-conducta de Laura o qué? Pareces acelerada… Le dije.

¿Y qué te respondió?

La coñodesumadre solo soltó una risa que parecía de una bruja loca. Me vio con aquellos ojos como de dañada, y dijo que me extrañaba, que no había podido estudiar casi, y que tenía que seguir de fajona en su casa porque le faltaba muchísimo, que no podríamos vernos ni salir más tarde… Lo otro que me dejó pensando fue su aliento. Se había metido como cinco de sus chicles de canela, mucho más de lo normal. Ella siempre tiene esos chicles a la mano desde una vez que le dije que me gustaba su boca con ese sabor, pero primera vez que le pillo tan fuerte ese aliento a chicle de canela… En fin, el hecho es que llegamos a su casa y me dio otro beso, también más salvaje que de costumbre, y eso fue todo con ella, no pasó más nada, se fue meneando ese culo muy tranquila. Esto fue ayer mismo, ya de noche.

¿Y entonces?…

Bueno, entonces… entonces… Entonces me fui directo a mi casa, y cuando llego fue que me encontré con el pana Adolfo regresando de caminar al Trueno. Yo de pendejo me paro al lado y lo saludo como si nada, con el aprecio de siempre, le pregunto que cómo está, que si tenía a Blackie allí, y me dijo que sí, que si quería pasar a saludarla, y yo que claro vale…

Verga…

Mierda…

No, no, es que espéeeeeerate… Entramos y ya saben el cuento de saludar a Blackie y su amor del bueno, y así fue… Gustavo se apartó un poco para gesticular con espacio. Blackie llegó sonriente y me puso las patas en el pecho, se puso toda cariñosa tratando de lamerme la cara jadeando, como siempre. Pero aparte de Blackie, Adolfo tenía ayer allí varios otros perros, y en esto que me está saludando la Blackie se me acerca otro de aquellos perros, un golden retriever o algo así, bien grande y de color como de esa arena, un poco más oscuro, bonito el coñodesumadre, yo nunca lo había visto… Se alza al lado de Blackie y acerca también su hocico a mi cara, como para también lamerme, pero nunca saca la lengua, lo que hace es olerme la cara y el cuello, se baja ahí mismo, retrocede, se planta y se pone tieso gruñendo, y desde allí comienza a ladrarme como un mismísimo desgraciado hijodelagranputa. Adolfo entonces se le acercó y comenzó a decirle Tranquila Duna, tranquila… y la sujetó para calmarla, mientras me miraba como extrañado.

A la verga, dijo Chucho.

!Mierda! Dijo Mario.

Ponte a pensar cómo un perro de esos puede meter en tremendo peo a cualquier pendejo, ¿no?… Lo que se me vino a la mente, de una, fue la Juliana que me había embadurnado toda la boca en el carro… Y aunque qué mierda sabemos nosotros por qué ladra a veces un perro, de bolas que seguro se había zampado algo la gran caraja, y justo después me había metido yo solito en casa de este pana y frente a sus super-perros…

Ya el sol se ocultaba tras la montaña. Gustavo volvió a mirar hacia arriba y vio a los zamuros. Respiró hondo, como tratando de recuperar fuerzas para seguir.

Desde que había comenzado a gruñir la tal Duna, Blackie se había bajado y había prensado todo su cuerpo, adoptó una postura como de guerra, separando las patas como para tener mejor balance, y al rato comienza a ladrar también a todo volumen, agresiva… Se había interpuesto enfrentando a Duna, quizá como para protegerme, creo yo. Entonces Trueno, que estaba un poco más lejos, comenzó a ladrar también, y esa vaina en serio que son palabras mayores. Aquello se volvió un infierno de ladridos, ¡WORFFF! ¡WORFFF! ¡WARRFFF!, ¡WORFFF! ¡WORFFF!…

Por toda la playa se escuchaban los ladridos de Gustavo. Los niños que venían de Catica comenzaron a reírse a carcajadas y se acercaron corriendo.

Yo iba a taparme los oídos, pero apenas me moví un poco para subir las manos, la perra esa Duna hizo una finta como si fuese a saltar para atacarme. Adolfo la aguantó, y menos mal, porque Blackie ladró y también se movió como si estuviera a punto de saltarle y comérsela viva allí mismo… Nunca había visto a Blackie gruñendo así y con todos los dientes afuera. Mierda… Me acuerdo y se me erizan los pelos, chamo… Qué vaina tan cagante es un perro de esos doberman cuando se arrechan de verdad, mi pana…

Gustavo tragó y tosió un poco, se volvió a enjuagar la boca…

Por suerte, luego de eso, la Duna como que arrugó y el Adolfo pudo controlarla, y por fin se callaron los ladridos. Blackie seguía alerta y en guardia, pero ya no parecía que estaba a punto de descuartizar a nadie.

¿Y qué hiciste?

¿Qué coño podía hacer? ¡No sabía qué carajo hacer! !No sabía qué carajo hacer, no joda!… dijo Gustavo gritando y golpeando el agua con furia… Si acaso no moverme. Algo había olido aquella perra del coño, y algo tenía que estar pensando Adolfo… A mí en verdad se me dan los perros, nunca se ponen agresivos conmigo, o muy raro, y los perros de Adolfo nunca, lo que se dice nunca, se habían puesto “profesionales” conmigo. Y nada como esto había pasado jamás, chamo, ni siquiera cuando Blackie olió a Chucho por la reja.

Chucho se quedó callado.

Los niños se metieron en el agua frente a donde ellos tenían sus sillas, y comenzaron a chapotear y a jugar allí con la estrella de mar. Mario dijo que les veía medio pinta de malandritos. Chucho comentó que eran solo niños, y debían ser hijos de los pescadores. Mario dijo que no eran tan niños. Gustavo prosiguió.

Adolfo solo me dijo que me quedara tranquilo. Llamó a Blackie, y Blackie obediente se fue hacia él. Trueno y Laica y los otros perros estaban ahora viendo toda la escena desde el otro lado de la sala, quietos y callados, con el culo sentado, casi como un público. Una vaina loca, pana. Adolfo tenía entonces a Blackie de un lado y a la Duna del otro, y los tres me miraban, hasta Blackie… quizá miran así a todos los narcos cuando los descubren… me miraban como si nunca me hubieran visto antes, como si no me conocieran…  Gustavo en ese momento se llevó las manos a la cara, emitió unos gruñidos y comenzó a decir varias maldiciones dando vueltas…

Tranquilo pana, tranquilo…

Al poco rato se echó agua a la cara resoplando las narices.

Adolfo me pidió entonces que me agachara porque quería comprobar algo de la docilidad de aquel perro. ¿Qué coño comprobar docilidad? Esa vaina no se la tragaba nadie… Todos los perros que este carajo lleva de vez en cuando a su casa son unas malditas narices expertas super-entrenadas y super-amaestradas; él mismo me lo ha dicho. Pero igual, ¿qué podía hacer yo? Le hice caso, doblé las rodillas y me agaché lentamente como me había pedido, y quedé como un catcher que no sabe hacer de catcher, todo tembleque y cagao… Gustavo dijo esto agachándose en el agua, incluso metió su cabeza y salieron unas pocas burbujas, luego emergió con sus manos llenas de un montón de arena del fondo. Se metió esa arena en la boca, la mordisqueó un par de veces, luego la escupió con asco, y se enjuagó con agua del mar. Mario y Chucho estaban allí atentos, con sus lentes de sol puestos y sus cervezas en mano, esperando, como si aquella conducta de Gustavo fuese algo normal.

Adolfo le dio entonces una orden a Duna, continuó Gustavo, y ella se vino hacia mí caminando rápido… Me olió primero por un lado y después por el otro, me olió a toda velocidad de cabo a rabo, fue una vaina instantánea. Luego se regresó frente a mí, ladró una vez y se quedó allí quieta, sus ojos clavados en los míos, y el hocico apuntándome a la cara, más exactamente, apuntándome a la maldita boca que me había lengüeteado la Juliana hacía apenas minutos. Y a todas éstas, Blackie ni parpadeó.

Al final, Adolfo llamó a Duna: Duna, ven acá, come here… Y la Duna como si yo ya no existiera, se fue y se puso a dar vueltas alrededor de las piernas de Adolfo con la lengua afuera, meneando la cola y como esperando recompensa, y él no solo la acarició y le dio unas palmadas sino que le dio una galleta que sacó de un bolsillo. Muy bien, Duna, eso, eso, good dog… le decía. El carajo siempre tiene encima esas galletitas para los perros, como si nunca se le gastaran. Blackie se puso a oler a la perra esa beige, como si nada hubiera pasado entre ellas antes… No sabía si el Adolfo pensaría sacar una pistola y arrestarme allí mismo, o si iba  a interrogarme, o quién sabe qué carajo… Yo le piqué adelante, me levanté y le pregunté que qué le pasaba a esa perra, que por cierto yo nunca la había visto antes.

Es que Duna no es de aquí, me dijo. Es de unos ingleses que vinieron a darnos un entrenamiento esta semana. Se llama Dune, Duna en inglés, pero yo le digo Duna y me responde igual… Seguía acariciándola y en eso, sin mirarme, Adolfo me lanzó una pregunta con una voz bien seca: ¿Qué fue lo último que comiste, bebiste, o fumaste hoy, Gustavo?…

Entonces le dije primero la pura verdad… que no había fumado nada desde el almuerzo, y que había sido un cigarrillo normal, como siempre… que yo no fumaba más nada… Luego le inventé que venía de una reunión de unos conocidos de la universidad, y que allí había gente un poco dudosa, que me habían servido un ron, pero que todo me había parecido normal, ningún sabor raro, ni me sentía mareado ni drogado para nada… Así mismo le dije, que no me sentía drogado ni mareado… También le dije que acababa de comerme un chicle de canela, por si acaso. Eso fue todo lo que se me ocurrió decir. No quise mencionar a Juliana para no meterla en peo… si seré huevón… Adolfo y sus perros como que huelen también las mentiras, porque entre jodedor e incrédulo me preguntó: Ron y chicle… Hmmm… ¿no habrás comido nada inusual?

No… Un cachito y un refresco en la universidad al mediodía donde siempre… le dije, cosa que también era verdad. Entonces se volteó, me miró rápidamente, y dejó de mirarme al instante. Después dijo, todavía con voz fría, que no tenía nada de qué preocuparme, que tranquilo… Y reunió a los perros para llevarlos al patio.

Yo comencé a decirle que por mucho que esa perra me ladrara, que yo fumo y bebo, okey, pero que no tengo nada que ver con drogas, y que él lo debía saber desde hace tiempo. Que uno puede tomar cosas en la calle que pueden estar adulteradas sin uno saberlo, o sentarse al lado de alguien… no significa que uno sea ninguna mula ni que uno consuma… Y que Blackie siendo tan buena como dicen se había portado normal conmigo después de todo… Y allí yo mismo me callé la boca, porque pensé que quizá Blackie detecta unas drogas, pero la otra perra quizá detecta otras.

Adolfo me dejó hablar sin interrumpir, y luego me dijo que tenía razón, y que no tenía de qué preocuparme. Blackie sí es excelente, es la mejor, y no ha detectado nada de drogas aquí, Gustavo. Y Duna es una estrella también, pero ella no detecta drogas, así que tranquilo.

Ah… ok, con razón… le dije yo aliviado. ¿Y qué hace Duna? Le pregunté…

Se quedó serio acariciando a Duna un rato, luego me dijo que algunos perros detectan explosivos, otros dinero, otros rescatan cadáveres, que huelen como cien mil veces mejor que nosotros, y que el olfato de los perros es una maravilla de la naturaleza; que algunos hasta han sido entrenados para detectar cáncer de próstata olfateando la orina, me dijo… Y luego me soltó la bomba: Duna ayuda a encontrar el lugar exacto donde haya ocurrido una violación; ha sido entrenada para detectar semen… semen humano, Gustavo. Tienes trazas de semen humano en la cabeza, parece que un poco en la nuca, pero sobre todo en tu misma boca; eso es lo que Duna estaba reconociendo. De quién es, o cómo llegó allí, pues ese es asunto tuyo, no es asunto legal ni mío. Lo único que te podría recomendar es que mosca con esos rones o cachitos o refrescos…

¡No, chamo! Dijo Mario dejando caer su cerveza al mar. ¿Quéeeee…? La muy perra… Y escupió tosiendo varias veces, perdió el equilibrio y se hundió en el agua, que ya les llegaba casi al cuello. Cuando salió aclaró: No la Duna sino la Juliana, digo…

¡A la gran verga! ¡Bluagh! Dijo Chucho también escupiendo. La muy maldita…

Los niños habían ya salido del agua con sigilo y velocidad sorprendentes, se habían acercado a las sillas, habían echado mano a todo lo que podían, y en instantes se estaban alejando corriendo y gritando de euforia. Mario fue el primero en entender lo que sucedía. ¡Malditos ladrones de mierda!

Intentó correr hacia la orilla luchando contra su borrachera y contra la enorme resistencia del agua, avanzando como en cámara lenta. Chucho le dijo: qué carajo, que se lleven esas toallas y las cholas… Mario le gritó: ¿Qué coño cholas? ¡Mi celular, mi cartera!… ¡Mierda, las carteras! Respondió Chucho.

Después de considerable esfuerzo, Mario llegó a la orilla pero cayó exhausto y comenzó a vomitar en cuatro patas entre el suave oleaje. Chucho se retrasó viendo los pedazos descuartizados de la estrella de mar, llegó por fin y de inmediato se apartó, tratando de no perder el equilibrio y caer sobre todo aquello que se esparcía frente a Mario para luego regresar a él como en una danza. Volteó y vio a Gustavo que seguía haciendo gárgaras con arena, tosiendo y escupiendo como enloquecido. Los malandritos a lo lejos gritaban y saltaban de alegría, orgullosos de sus preseas, y Chucho casi no podía tenerse en pie. Vio a los zamuros arriba surcando con suavidad unos colores increíbles. La lata de cerveza resbaló entonces de su mano y rodó por la arena mojada. Aquí también nos persigue esta maldición de mierda, no hay escape, no joda… dijo rompiendo a llorar. Sintió también náuseas y se agachó como Mario a vaciar su estómago sobre las leves olas de aquel lado de la playa.

Gustavo llegó un par de minutos después, con la boca escurriendo arena y el labio sangrando. Vio los lentes de sol todavía en las cabezas de sus amigos. Coño, mis lentes… Los chamos estaban a distancia muy segura, y él demasiado mareado y débil para intentar perseguirlos. ¡Hijitos de la gran puta! Gritó. ¡Métanse esos lentes Oakley originales por el… y cayó también de rodillas sucumbiendo a las náuseas. Pese a múltiples retorcijones, de su boca salió un único hilo con cuentas de arena enrojecidas; tenía el estómago vacío. Al recuperarse, lo primero que hizo fue comprobar que aún tenía sus llaves en el short.

Ya con el sol oculto, mojados y descamisados, recogieron lo único que les quedaba: las sillas. Se metieron con ellas en el carro y arrancaron poco a poco.

En vez de huir, los pichones de rufianes se acercaron otra vez y estaban como palpando las marcas en la arena. Gustavo los vio y no dijo nada, pero comprendió que todavía no le habían robado sus lentes; seguían allí enterrados en algún lugar de las orillas de Cata, y solo después de aquel grito suyo habían acudido a buscarlos. Se vio el labio roto en el espejo y comenzó a maldecir entre dientes.

Chucho se había tendido a todo lo largo que podía en el asiento de atrás. La perra esa Duna lo que vale es oro puro, mi hermano, oro puro… dijo. Algún día voy a conseguirme una perra de esas, no joda… y se durmió.

Mario, que iba adelante de copiloto, encontró algo en el hueco del centro del tablero, arriba del reproductor, y con voz quebrada y enferma ofreció: ¿Quién quiere chicle? Pero se retractó de inmediato. Ah no, ya va… Mierda… Son de canela.

16 Comentarios

  1. Me gusta el dominio que tienes sobre tus personajes y el ritmo de la narración. ¿Mi única sugerencia? Cuida la puntuación, sobre todo en los diálogos. Es la rodaja de limón que le hace falta a este Santa Teresa 1796 para que sea prefecto ; )

    Gracias por crear, por escribir literatura.

  2. Muchas gracias Irina! Aunque no lo parezca, conozco la puntuación para diálogos; lo escribí así sin la puntuación intencionalmente. Igual aplica tu consejo así que mil gracias. Por cierto que soy fan del ron premium, en particular Pampero Aniversario y también ST 1796, pero esos de verdad que los prefiero puros+hielo, sin limón :)

  3. Esto me esta pareciendo muy sospechoso, ¿Escritores como Mirco e Irina felicitando a otro escritor? ¿eso puede pasar en la vida real?
    Aqui hay una conspiración que aun no entiendo.
    Por lo regular deberían de matar a la competencia. Como hacemos en mi mi profesion.
    O minimo castrarlos.
    Aqui hay gato encerrado.

  4. Jajaja, y caramba muchas gracias por lo de «escritor» Don Luis :)

    Quería agregar que lo de no usar la puntuación para los diálogos es algo que me gusta hacer por imitación (salvando las distancias, claro). Creo que fue «El Evangelio según Jesucristo» donde vi que Saramago no usaba nada de puntuación para sus diálogos, sin embargo uno como lector nunca se perdía, y eso me gustó, el cómo se digiere la lectura en esas condiciones.

    Insisto en que el consejo de Irina igual me aplica porque siempre encuentro cosas que corregir en mi puntuación. Saludos!

  5. El boom de la literatura latinoamericana en los años 60 surgió porque un grupo de escritores, que sólo se conocían entre ellos, decidieron sustituir las quejas por el empeño de ver publicado su trabajo. Hallaron una buena agente literaria, y lo demás es historia.

    ¿Si son buenos?, ¿si son malos?, ¿si no son mejores que Borges, Machado, Gallegos, Uslar Pietri, Carpentier, Miguel Ángel Asturias? Esa sentencia la dicta el lector desde su cómodo y cálido sillón. El punto es que esta gente se organizó y consiguió lo que quería.

    En tiempos donde la comunicación es inmediata y el hacer uso del adjetivo «global» no es un desvarío. Tal vez, si nosotros hiciéramos lo mismo…

  6. ¿Irina, no se podrá publicar una antología de cuentos de los colaboradores de Panfletonegro? ¿Habrá algún editor arrojado que se atreva a hacerlo?

  7. JaJaJaJa CSM.. Las perras de DUNA y Juliana.

    Tremenda Historia Bro Uno no se despega de cada una de esas lineas desde que se comienza a leer la primera frase. Felicitaciones. Saludos.

  8. Raul, no te relamas de las glorias del pasado, queremos mas ¿se agoto la fuente? las musas se mudaron a barrio mejor? ¿las asaltaron en la autopistas?
    vamos ponte las pilas, por aqui te estamos esperando

  9. Muy buena historia me mantuvo pegado desde que comence hasta que termine, hasta me senti ebrio en cata y triste al ver los pedazos de la estrella de mar…

  10. Muchas gracias César!

    Don xluis, es que como dicen los maestros: «escribir es reescribir». Este cuento no es que quedó escrito y ya. Como Panfleto permite edición de los texto enviados, yo le he pulido unas cuentas frases en varias ocasiones. Hoy mismo releyéndolo aproveché y quité una palabra. Es la misma historia, pero sigue en proceso eterno de revisión y reescritura :)

    Estoy cocinando otro cuento para una tarea que debo entregar este sábado. A ver si de allí sale otro a compartir pronto.

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