Bienvenido al momento en que finalmente te arriesgaste por algo, después de esperar más tiempo del razonable, sólo para quedarte atascado en un limbo espectacularmente árido. Bienvenido al lugar donde la razón se acuesta a dormir sin avisar, entregándole el control de tus impulsos a un músculo en el que no confías mucho. Bienvenido al viaje para el que tienes más equipaje del permitido y ni la más mínima idea del destino, o medio de transporte. Bienvenida la sensación de unas lágrimas que se hacen inquilinas del breve espacio entre la nariz y los ojos, sólo para no salir y acampar allí indefinidamente.
Bienvenidas las respuestas merecidas, y no las buscadas incansablemente en cada cambio de expresión, en el imposible latido de una mirada, en el descubrimiento de una manera de caminar, en las palabras que no saboreamos. Bienvenida la espontaneidad recientemente descubierta, a costa del sacrificio de mantener la compostura y buenas costumbres. Bienvenido a los días en que el frío detrás de la ventana te cuestiona constantemente sobre las razones de tus movimientos y la escogencia de guardarropa. Bienvenidas las listas interminables de cosas por hacer, las conversaciones con objetos y personas inanimadas, las responsabilidades relegadas por la incompetencia de otros.
Bienvenidos sean los verdugos del tiempo libre, los capellanes de la conciencia, las azafatas del mal humor, los vigilantes de aquél lugar del mapa que no conocías todavía. Bienvenida sea la tentación de desaparecer detrás de unas gafas oscuras y caminar invisible por un océano de rostros blandos. Bienvenida la tersa bocanada blanca que me abraza el pecho, suplantando con calor la huella de manos frías. Bienvenida la estela de notas largas que se pierden en la noche sin otros cómplices que mis oídos. Bienvenida la incertidumbre.
Bienvenido el juicio y decreto de guerra a muerte de una página en blanco, a falta de la fuerza para gritar palabras al viento y esperar el veredicto de una transgresión que sólo sé yo que cometí.
Sean todos bienvenidos.