Todos los candidatos de la mesa de la unidad, son terribles. Sin excepción. No votaré por ninguno. Tampoco por Chávez. En algún momento pensé en apoyar al menos malo de la oposición. Ahora soy escéptico ante ellos. Para mí representan una forma de política anticuada, anacrónica.
Diego Arria promete el mismo delirio vengativo del PSUV, pero a la inversa. En su enfoque maniqueo del país, los villanos del pasado deben pagar por sus fechorías, a manos del nuevo sheriff del pueblo oprimido. Por panfletonegro lo consideran una buena idea. Pulgares arriba, chicos. Para mí es el retorno al error humano del doce de abril en Miraflores.
De hecho, es el único argumento rescatado por los nostálgicos de Pedro Carmona en Facebook. También legión en Twitter e internet. Habituales sumideros del pensamiento débil, falsamente anárquico.
En tal sentido, Diego Arria llega tarde a la cacería de brujas, emprendida por Leopoldo y Henrique durante el desastre de los asedios a la embajada y la persecución de los ministros del gobierno. Semejante inquisición fue contraproducente y allanó el terreno para la vuelta de los rojos al poder, bajo la coartada moral de su victimización.
Por ende, Capriles y López abandonaron la amenaza o el cuento chino de “señor Presidente, yo a usted lo meto preso”. Hoy ambos se venden como mansas palomas de la paz, figuras de la concordia, líderes de la reconciliación nacional. Pero los dos encarnan los intereses de una minoría en detrimento de la otra. Por tanto, suponen una reafirmación del actual patrón de la polarización criolla. Ni hablar de los demás ejemplares de la justa.
Aunque antes, unas palabras sobre Leopoldo. Su campaña busca capitalizar, desesperadamente, el dólar de la juventud, de la renovación, de la frescura, del cambio, de la Venezuela 2.0, del esnobismo informático.
La meta del señor, el objetivo de mercado del caballero, no es necesariamente negativo. El problema radica en la pobre y ridícula ejecución de sus cuñas. Así hemos transitado de una copia horrenda de la interfaz digital de la web, a un oscuro comercial donde brinca obstáculos, como Don King Kong y Mario Bros.
En los dos casos, sigue aferrado al lenguaje binario de los video juegos. ¿ De vencer entonces aplicará la receta de “Call of Duty”? Ganas no le faltan, junto con Diego Arria. Es la rancia tradición de los clones de Primero Justicia. Robots instrumentalizados por la derecha, en beneficio de los programadores del consenso. Demagogia en versión 3D. El futuro distópico al alcance de sus sueños y promesas de redención.
¿Y la última pareja? Sendos replicantes de la fábrica vernácula de caudillos y reinas de belleza. Carecen de espontaneidad, de naturalidad. Interpretan rutinas aprendidas y declaman arengas memorizadas con antelación, cual remedos pedestres de Obama.
Pablo Pérez derrocha y suda sectarismo por cada poro. Imposible prescindir de su lastre marabino y adeco. Llueve sobre mojado, plagia poses de viejo delfín de Alfaro Ucero, incrimina e increpa a diestra y siniestra. Arquea cejas, señala con el dedo, acusa, procede a ofrecer villas y castillos de naipes. ¿Cuál es su alternativa, su agenda oculta? ¿Y la de María Corina? La respuesta la saben sus financistas, sus promotores del capitalismo popular. Un teatro del absurdo donde somos invitados como espectadores mendicantes y condescendientes, a la espera de la regeneración social.
En general, el panorama no pinta bien. Se nos engaña por los lares de PDVSA y por los caminos de la MUD, alrededor de trayectos paralelos, condenados a converger en un lugar común de vacío y depresión. El mañana es incierto si continuamos apostando por la perpetuación de un contenido agotado.
Nuestra política perdió el rumbo, apenas traduce las angustias del colectivo, y solo pretende justificarse como mafia para el reparto de escaños y cuotas.
Al público de galería le tocará conformarse con la compra de la moto desgastada, para recibir a cambio puras migajas. Ellos robarán las arcas de la nación, harán negocios lucrativos y nos echarán a la policía, cuando salgamos a la calle a protestar.
En suma, la enfermedad es nuestra concepción de la democracia. El resto son síntomas de un cáncer mesiánico, a punto de estallar.
Los reyes posan desnudos delante de la platea.
Es la realidad.
Renegar de ella es un acto de hipocresía, de locura.
Asuman sus consecuencias esquizofrénicas.
Por los momentos, me declaro en abstención.
Mínimo votaré nulo.