The Greatest: De lo Peor

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Saludos, queridos amigos de Venezuela y América Latina. Me llamo «The Greatest» pero en su país llevo por título, «No Pudo Decir Adiós». Ustedes son bien creativos para ponerle los nombres a las películas.

En Estados Unidos me estrenaron en el 2009, con escaso éxito de taquilla y crítica. Por ejemplo, me castigaron con un averaje de 52 por ciento de aprobación en rottentomatoes.com. No es para menos.

En efecto, soy un producto sin marca, garra e identidad, como un melodrama «tapa amarilla», protagonizado por actores devaluados y un par de jóvenes con pinta de barajitas repetidas del álbum novelero, kistch y cursi de «Crepúsculo».

Cuento con el respaldo de Carey Mulligan, quien pone cara de perrito regañado y arrimado durante todo el metraje(larguísimo y aburrido). Aaron Johnson la acompaña en el reparto, pero lo matan de inmediato en un accidente forzado, tipo «Crash», versión choronga de Paul Haggis. Pero la noche anterior, los chicos hicieron el amor y ella queda embarazada de él. Desde entonces, se narra una historia predecible y edulcorada, donde los padres del muchacho se debaten entre abandonar a la joven o brindarle refugio. ¿Adivinan lo demás?

Así es, la protagonista le propina una lección de moral y ética a la familia disfuncional, para enseñarle el camino de la corrección política, la maternidad responsable, el color esperanza y el canto a la felicidad de la vida.

La madre, interpretada por una desmejorada Susan Sarandon, acosa a la pobre víctima, a la Bella Swan de la partida, mientras descubre su humanidad perdida al perdonar al culpable del fallecimiento de su retoño. Un digno Michael Shannon de malas pulgas, consciente de participar en un trabajo de poca monta.

Susan Sarandon se dedica a actuar con los ojos. Pierce Brosnan hace lo propio, aunque con sus arrugas y líneas de expresión. En un instante llora y la pantalla se parte en dos. Es para reírse a carcajadas.

El único rescatable de la trama es el personaje de Johnny Simmons, cuyo papel consiste en burlarse del despropósito planteado, desde su posición de Bart Simpson, afecto a las sustancias ilegales y psicotrópicas. Lástimosamente, lo condenarán a regenerarse en una suerte de terapia para niños problemáticos, hacia el happy ending. Parece una cuña de Alianza para una Venezuela sin drogas.

De igual manera, el final sería como el mensaje de una propaganda o un comercial de seguros, con parto incluido. Ahora como antes, el folletín impone el corsé de culminar la tragedia con una barriga de optimismo, al calor del rescate del sueño americano.

¿Conclusión?

Es lógico decirme adiós y no llamarme «The Greatest».

Soy de lo peor del 2011.

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