Que bueno es cuando un dilema moral se resuelve de la manera más simple y salomónica: distribuyendo la carga de basura a ambos lados del espectro, para poder decir que no se está con uno ni con otro. Es muy de pinga montarse en un estrado y decir: “yo no estoy con ninguno de los dos bandos”, como quién dice que está por encima de todos. O dicho en criollo: que este peo no tiene nada que ver con ellos.
Pareciera ser el sueño de muchos venezolanos, entender el conflicto político del país como un hecho aislado, como algo que no tiene nada que ver con nosotros, como si los políticos no fueran un reflejo de la sociedad en la que se desenvuelven. Me recuerda un poco a ciertos sectores de la clase media, que celebran la gesta de ese buen muchacho llamado Maickel Melamed, y luego, al día siguiente, salen a la calle a comerse la luz, a echarle el carro encima a los demás, a sobornar funcionarios policiales, a maltratar a sus subordinados y, en resumen, a contribuir con su actitud a la podredumbre de país en el que vivimos. A este divorcio entre lo que se dice y se hace, se le llama incoherencia.
Desde hace semanas hay una discusión en el país, o mejor dicho, en el país opositor, que tiene como eje la participación o no en las elecciones venideras. Algunos grupos declaran su intención de abstenerse, porque “nadie vale la pena”. Vale decir que hay una enorme confusión, como si quienes hablan de abstenerse no entendieran que son dos los procesos electorales que se avecinan. El primero, es el de las primarias opositoras; y el segundo, la elección presidencial.
Las primarias son —aquí y en todos los países del mundo— un proceso interno de una facción política. En ellas no suelen votar, ni siquiera, la mayoría de los simpatizantes de ese grupo. En realidad quienes votan en primarias son una minoría, la más comprometida, y a veces, la más radical. Las primarias de la M.U.D. son el proceso mediante el cual se elegirá, entre cinco precandidatos, quién representará a los partidos políticos allí agrupados (casi la totalidad de partidos opositores al gobierno) en la elección presidencial de octubre del año que viene. Soy de la idea de que quienes crean que no vale la pena votar en las primarias, pues no deben hacerlo.
En cambio, las elecciones presidenciales, pautadas para octubre del próximo año, son otra cosa. Son el proceso en el que decidiremos si Hugo Chávez, quién ya para ese entonces se aproximará a los catorce años de gobierno, puede continuar o no en el gobierno; si lo sucederá otra persona, o seguirá hasta convertirse en el segundo gobernante venezolano más longevo en el poder, superando así a todas nuestras dictaduras, incluida la última que sufrimos los venezolanos, la del General Marcos Pérez Jiménez; siendo superado sólo por la cruel tiranía de Juan Vicente Gómez, que estuvo casi 21 años en el poder. ¿De verdad hay gente tan mediocre como para permitir eso? Soy de la idea de que es imposible abstenerse en esos comicios.
De entrada, no entiendo las posturas abstencionistas de quienes comentan, con una cierta superioridad moral, que no votarán porque no se identificaban con ninguno de los precandidatos. ¿No votarán dónde?, ¿en las primarias o en las presidenciales? Y no lo harán ¿por qué? ¿Por falta de candidato ideal, o porque no se identifican con ninguno? ¿Qué tendría que tener el candidato ideal, esa especie de Frankestein político, para convencerlos a ustedes, exigentes electores, dispuestos a exigir a la oposición algo que, lo saben muy bien, es imposible? Porque saben que es imposible que luego de una crisis tan honda aparezcan soluciones mágicas e instantáneas.
Hay algo profundamente masoquista en esa (im)postura, similar a aquel cuento moralista del hombre que se está ahogando, pero que sin embargo desprecia tres lanchas que le ofrecen salvarlo, porque el desea que el mismo Dios en persona acuda a su auxilio.
Este pensamiento coloca al mismo nivel a la oposición y al gobierno, como si tuvieran el mismo poder y la misma capacidad de influencia en nuestras vidas. Parece, pues, que no llevamos trece largos años sufriendo, no sólo la peor gestión de gobierno de nuestra democracia, bañada de corrupción y una incompetencia que hasta parece premeditada. Sino también un largo y sostenido proceso de disminución de nuestros derechos, de persecución ideológica, de exclusiones y abusos del peor tipo. Estos años nos han legado, no sólo un crecimiento sostenido de nuestra pobreza, desempleo, corrupción y criminalidad, también una profunda fractura social entre los venezolanos, que nos ha modificado los afectos, que ha creado una nueva forma de relacionarnos entre nosotros, en la que primero nos categorizarnos políticamente, antes de pode relacionarnos.
Otra falacia que he escuchado en boca de muchos abstencionistas, son las comparaciones con el pasado, con esos gobiernos que “son la misma vaina”. “¿O es que los adecos no violaron Derechos Humanos también?”, se preguntan. Creo que es muy tramposo recordar los abusos a los Derechos Humanos de gobiernos anteriores omitiendo olímpicamente las graves y brutales violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante este periodo, que le han costado la vida a civiles muertos en manifestaciones públicas. Parece que algunos olvidan que reelegir a Chávez, no es sólo convertirlo, como lo es desde hace mucho, en un dictador electo, sino también es votar por los asesinos de Maritza Ron y del señor Vilas (asesinado de un disparo en el cráneo aquí mismo, a dos cuadras de donde vivo, mientras protestaba por los resultados del referéndum). Por sólo nombrar dos casos.
Los abstencionistas salen a equiparar a opositores y oficialistas como “la misma mierda”. No, lamento decir que no es la misma mierda. No es la misma mierda asistir periódicamente a elecciones donde, de verdad, vas a elegir. No es la misma mierda votar por unos políticos deficientes que nos garantizan, al menos, el respeto a nuestros derechos civiles, que seguir votando por la casta militar que desde 1999 ha disminuido hasta casi hacer desaparecer esos derechos.
Yo he visto, con franca tristeza y amargura, como las personas más talentosas que he conocido han debido emigrar a otros países, porque aquí una banda pillos y cuatreros les han robado los puestos de trabajo, y encima, tienen el tupé de insultarlos por “burgueses” y “contrarrevolucionarios”.
He visto como las instituciones culturales del estado se han convertido en verdaderos antros para el saqueo de los recursos públicos, para la exclusión de gente realmente talentosa que es sustituida por comisarios políticos que discriminan, excluyen, despiden y obligan a los que no se pueden ir a callar para garantizarse su subsistencia.
También he visto como el estado ha mostrado un enorme desdén ante la violencia y criminalidad desatada, que ha hecho de nuestras ciudades unas verdaderas carnicerías donde la vida vale cada vez menos y dónde los ciudadanos viven en un estado de permanente paranoia y aislamiento.
En este contexto, no tengo tiempo ni paciencia para exquisiteces de ningún tipo.
Anatomía de un neutral.
En una de las mejores escenas de No man’s land, la magnífica película de Danis Tanovic, un soldado de los cascos azules de la ONU, dice: “cuando se presencia una injusticia y no se hace nada para detenerla ya se ha asumido una postura”. Esa postura es, obviamente, a favor del que comete la injusticia.
Hay algo que distingue al neutral del resto, y es la certeza de haber visto algo que los demás ignoran. Son como Moisés cuando, privilegiado por Dios, pudo ver la tierra prometida y luego regresó a su tierra a contarle a los demás y convencerlos de peregrinar. Como es normal, muchos se negaron porque —permítanme otra referencia bíblica— hay que ver para creer. Es natural que el que ha visto algo que los demás no pueden, se llene una creciente soberbia. Esa arrogancia que demuestran también los conversos, aquellos que saben una verdad, sintiéndose salvados, y por tanto miran con desprecio a los que la ignoran, sabiéndolos condenados.
¿Han notado ese sentimiento en esas personas que hablan de Venezuela refiriéndose a “los dos bandos que son la misma mierda”?
Aprovecho estas líneas para preguntar, queridos neutrales, ¿qué es lo que ustedes saben que yo no sé? ¡Échenme el cuento! ¿Qué es lo que han visto para que nos tomen por idiotas a los que no lo hemos visto aún? ¿Será que Diego Arria es un político añejo, representante de quienes con sus corruptelas llevaron a Chávez al poder? ¿Qué María Corina Machado es representante del ala más conservadora y antiliberal de la derecha, y que además, tiene una formación de raigambre religiosa, por momentos abiertamente reaccionaria? ¿Qué la campaña de Leopoldo López parece hecha por los productores de El Club de los Tigritos o Gatorade, y que da vergüenza ver propagandas así? ¿Qué Pablo Pérez y Henrique Capriles Radonsky son dos tibios socialdemócratas que echan manos del populismo para buscar el voto de la mayoría, a sabiendas de que eso es lo que quiere el elector promedio? ¿Qué los políticos siempre anteponen sus intereses personales por sobre los del colectivo?
¡¡¡NO!!! ¡¡¿En serio?!! ¿Esos son los secretos que ustedes conocen y que los llevan a abstenerse? ¿Es eso lo que ignoro y me hace más estúpido, sólo porque no me subo al carrito abstencionista? ¡Caramba!, yo pensé que era algo más serio, que de verdad sabían algo que yo ignoraba porque soy muy bruto.
Les cuento que todo eso lo sé, que lo sabía desde hace mucho y que conciente de ello iré a votar, no sólo en las presidenciales, sino también en las primarias. En las primarias no sé por quién lo haré, hasta ahora ninguno de los candidatos me convence. En las presidenciales, por quien sea el candidato opositor, sencillamente porque así como ustedes saben esas cosas, yo sé otras. Sé, por ejemplo, que nos merecemos algo más que militares, exclusión, abuso de poder y criminalidad desatada. Y sé que también nos meremos mirar a los dos millones de venezolanos que se han ido del país en los últimos años y decirles que, al menos, aquí lo intentamos en vez de cruzarnos de brazos a regodearnos en nuestra exquisitez. Hay días en los que hay como comer una exquisitez, pero también hay días en que sale comerse un sándwich hecho con canilla y mortadela.
No quiero terminar sin comentar otra cosa. Algo que impresiona de estas posturas, es que quienes las defienden se hacen llamar a sí mismos “librepensadores”ó “independientes”. Pero la realidad es muy distinta, quienes creen que el voto opositor es un voto inconsciente y conformistas, repiten como loros la letanía convertida en ley por parte de la cúpula militar que nos gobierna, según la cual la masa opositora está conformada por una montón de borregos irreflexivos que odian a Venezuela, movidos por el materialismo, fanáticos ciegos de los Estados Unidos, comedores de hamburguesas y descerebrados que, además, siguen a una mafia de políticos que representan los más oscuros intereses económicos de las trasnacionales y los gobiernos extranjeros.
Quitarle al militante opositor la capacidad de votar por esa opción, desde la conciencia y la autocrítica, es repetir como zombies el discurso de La Hojilla y de Diosdado Cabello. En la oposición, somos muchos los que votamos sistemáticamente por una opción que no nos representa, pero al menos nos garantiza nuestra sobrevivencia. Muchos estamos dispuestos a ejercer la disidencia interna, tan mal vista en estos tiempos. El que se nos reduzca a una masa ciega es de esperar por parte de los milicos, pero que lo hagan quienes presumen de su inteligencia y superioridad moral, es lamentable y lastimoso.
Ya habrá tiempo, robándome las palabras de José Urriola: “Eso sí, al día siguiente de las elecciones, querido león (o leona, si es el caso), ten la seguridad que la mayoría de nosotros volveremos a las filas de la oposición (dignos militantes del POP: Partido de Oposición Permanente) y te vamos a estar vigilando de cerca, te vamos a estar criticando y presionando para que lo hagas bien y para garantizarnos que una vez se te acabe el quinquenio (sí, 5 nada más; porque 7 años es un exabrupto) tú vas a salir de Miraflores para volver a tu jaula del Pinar.”. Y entonces sí: reclamar, exigir, contrariar y estar frente al poder, que es donde yo estaré SIEMPRE. Si alguien me quiere mirar por encima del hombro por eso, adelante, que lo haga, si a algo me he acostumbrado (y espero desacostumbrarme), en estos años de militarismo ultraizquierdista, es a que me traten con desprecio.