La primera parte del final costó la friolera de 127 millones de dólares. Pero vista la película, nadie sabe a dónde fue a parar el presupuesto. Según los entendidos, el mayor porcentaje de la inversión, acabó en los bolsillos del sobrevalorado reparto principal. De seguro no será por sus dotes histriónicos. Verbigracia, la actuación es uno de los talones de Aquiles de la saga, a pesar del cambio repentino de los directores de la franquicia.
Por ello, solo quedaban ciertas expectativas por descubrir el sello o la impronta del realizador escogido para acometer la última entrega. Era un misterio si la rígida estructura de producción de la serie, permitiría suficiente libertad de expresión al nuevo capitán de mar y guerra, detrás del timón de la puesta en escena.
A tal efecto, asistimos al estreno de “Breaking Dawn”, a pesar de las condiciones adversas de proyección en una sala atestada de fanáticas con las hormonas alborotadas y agudos problemas para concentrar su atención. El Blackberry las lleva locas. En mi función, tomaron fotos con flash, desde el principio hasta el fin. Hacia la mitad, les rugí como un lobo y cesaron el acoso “paparazzi”. Al rato fingieron demencia y prosiguieron con su rutina vampírica.
En cualquier caso, pude llegar a la meta, de la mano del encargado de la batuta, Bill Condon, recordado por la estupenda biografía de “Dioses y Monstruos”, así como por su desigual desempeño en “Dreamgirls”. Ni hablar de su obra maestra, “Kinsey”, una genialidad contra la corrección política, la censura puritana y las ligas de la decencia, siempre a favor de las teorías sexuales de avanzada. Grosso modo, el autor es un Michel Foucault posmoderno.
Por ende, parecía la elección adecuada para terminar de romper con los atavismos morales de la reaccionaria empresa de «Twilight», donde los dráculas y los lobos quinceañeros se niegan a salir del closet, a morderse, a reencarnar la parte diablo de la vanguardia expresionista, a ceder a la tentación de la carne, a dejarse llevar por el instinto reprimido por los complejos edípicos, a desafiar la barrera del tabú del código Hays y a quitarse la careta de chicos solemnes, civilizados.
En efecto, “Breaking Dawn” logra el milagro de despertar el espíritu de cacería de los tres protagonistas, quienes finalmente se chupan la sangre entre sí, mientras devienen en fantasmas del terror y la barbarie universal. Con todo, el resultado es irregular.
Para explicarlo mejor, procedemos a dibujar un ejemplo gráfico. El primer y el tercer acto son dignos de interés, gracias a la sabia contribución e infiltración de la sensibilidad alternativa del conductor de la orquesta. Por defecto, el segundo tramo le pertenece a los especuladores y supone un largísimo “deja vu” de los peores lugares comunes de la telenovela juvenil.
Por consiguiente, el metraje evidencia los bemoles del choque de titanes, de la batalla librada a ambos costados del espectro creativo. A partir del minuto 25, “Amanecer” se precipita por un abismo de clichés matrimoniales, en el marco de una almibarada luna de miel, al calor de las postales del Brasil “for export”. Frontera subjetiva y terrenal a ser conquistada, a dentelladas, por los “Nosferatus” de la meca en la actualidad.
Aquí Bill Condon pierde el control del volante y la historia deriva hacia un despeñadero de estampas exóticas del tercer mundo, desfiles en ropa interior y viñetas de noche de bodas, inspiradas en imágenes edénicas del paraíso clásico. Cursilería pareja por cortesía del Adán y la Eva de la trama, ahora desnudos, pero de espaldas, frente al faro de Alejandría de la Luna Llena. Ella morderá la manzana del pecado y recibirá el castigo divino por su atrevimiento. En consecuencia, guardará en su vientre el engendro de su relación contranatura. Es el costado alarmista, amarillista y sensacionalista de la secuela, complaciente con el patrón ortodoxo del Hollywood académico, presto a demonizar a las relaciones carnales de la generación relevo.
De hecho, el desfloramiento de la virgen desencadenará una tragedia de proporciones bíblicas, a la manera de “La Semilla del Diablo”, aunque según el estándar antiabortista de “Juno”, con ecos distantes del David Cronenberg de “The Fly” revisitado por Darren Aronofsky.
De inmediato, surge la tempestad y la calamidad para Bella Swan, al estilo de “La Pasión de Cristo”. La chica cae enferma de muerte, llevando la cruz de su hijo bastardo, en un calvario de situaciones estereotipadas.
Los indios y los blancos emprenden una guerra por la custodia del futuro vástago de la mártir, en la tradición de los viejos y oxidados argumentos del filón western. Los lobos se transforman y discuten en un segmento ridículo, a través de una lamentable voz en off. Recuerda el despropósito kistch de “Cats & Dogs: The Revenge of Kitty Galore”.
Jake se une con su enemigo principal y traiciona a los suyos, en defensa de la propiedad horizontal de la dinastía decadente del bosque. El rico y el pobre trabajan para proteger a la víctima del decorado. Cada uno se siente el padre de la criatura. Es irremediable el triunfo de la dominación masculina. La mujer debe ocupar la casilla de costumbre, de madre pasiva, sufriente, abnegada y postrada en una cama.
Ergo, “Amanecer” insiste en clavarle una estaca al feminismo contemporáneo, al reducirlo al eslabón más débil y frágil de la cadena social, a la espera del príncipe azul y del resguardo del macho alfa, acaudalado y adinerado. La única redención posible para las niñas humildes, en el manual de autoayuda de la “soap opera”. Bill Condon luce de brazos atados ante la camisa de fuerza de la explotación de las emociones primarias, por parte de la industria.
Por fortuna, intenta levantar cabeza con su exploración estética del principio y el final. Las dos excepcionas a la regla de “Breaking Dawn”. Es hora de reivindicarlas, antes de despedirnos por hoy.
Al comienzo, Bill Condon le hace un guiño a “Dioses y Monstruos”, para exponer la memoria oscura y culposa de Edwrad. En blanco y negro, lo vemos dentro de una sala de los años treinta, disfrutando de la versión de “La Novia de Frankestein”, a cargo de James Whale. El vampiro acecha a su próxima carnada y luego la destripa en el vestíbulo del recinto, sin misericordia. La sangre brota de sus mandíbulas, a la usanza de las recreaciones homoeróticas del mito de Transilvania. Me refiero a las respuestas queer del “Drácula” de Warhol y de “Entrevista con el Vampiro”.
Cullen repite la dosis de su adicción en un flash back memorable, atacando a bandidos, rateros y ladrones de la depresión. Hay mucho de poesía gótica, de melancolía existencial y de novela negra, en el contexto del fragmento. El protagonista se arrepiente de su pasado, como un antihéroe gay atormentado, y espera regenerarse con su matrimonio perfecto. Sin embargo, Bill Condon le echa al traste sus planes.
Para arrancar, convierte su compromiso en un teatro del absurdo. Con ironía y sentido del humor, le desmonta el ritual y la recepción de recién casados a los tórtolos. Los discursos ahuyentan la pavosidad del encuentro y encienden la chispa de la carcajada colectiva por medio de sus intervenciones ocurrentes. La del policía es lo máximo. A la altura de la increíble, “Damas en Guerra”. Lamentablemente, se acaba la diversión por una hora y cuarto. Apenas retornará para el cierre, cuando Bill Condon se regodee en la pintura goyesca del cuadro terminal de la protagonista.
En adelante, asistiremos a una suerte de interesante remake, de tortura corporal, a la retaguardia de “La Mosca” y “Cisne Negro”. Distinguimos el homenaje a “Saturno devorando a sus hijos”, al “Aquelarre”, a “Las Parcas” y a “Dos Viejos comiendo Sopa”.
El director somete a la protagonista a un tratamiento de choque, al despojarla de su aura de estrella, de Venus del renacimiento para la contemplación. La retrata macabramente, en tono de denuncia política, como otra víctima de la anorexia. La alegoría es clara y le propina una bofetada a las fanáticas de Paris Hilton, Lindsay Lohan y compañía.
En el epílogo, ella solo acepta alimentarse con batidos de mora, por cortesía del banco de sangre de los Cullen. El chiste deconstructivo funciona de las mil maravillas.
A continuación, ocurre la transgresión postrera y definitiva. Edward canibaliza a Bella para resucitarla y la muchacha renace con ojos de vampiro. Bajan los créditos.
En suma, el balance tiende a conspirar contra el aporte de Bill Condon. Aun así, consigue terminar con la frente en alto. Su remate anticipa y augura buenas noticias para el segundo capítulo de “Amanecer”.
El realizador concluye con un giro radical, basado en “La Noche los Muertos Vivientes”. Metáfora de la victoria del reinado de las pesadillas zombies, por encima de los postulados acaramelados de la fábrica de sueños.
Edward y Bella crecieron y maduraron a pasos agigantados.
Ahora le siguen los pasos al George Romero de “Martin”.
Se acabo el régimen de abstinencia para “Twilight”.
Prepárense para celebrar su festín dionisíaco.
Mil veces preferible a su perfil apolíneo, artie y qualité.
Yo apuesto por el ascenso de la familia de los colmillos salpicados.
¿Y ustedes?
Con permiso, críticos trasnochados.
Ciertamente un buen escrito.. Creo que es el primero que leo completo de este site.. Una manera interesante y lleno de palabras complicadas para leer Amanecer jeje..
Por cierto: es Jake, diminutivo de Jacob :)
Ya le hice la corrección.
Gracias.
Muchos saludos.