Con una hora menos, se pudo contar la misma historia. El guión sería el principal problema de la película. Pero no el único. Tal como lo advirtió Daniel Ruiz Hueck, la banda sonora carece de definición profesional, desde el registro directo hasta el doblaje, acometido de forma amateur. Imposible competir así con el cine internacional.
Después, Edgar Ramírez se llena la boca en el pesado boletín de las cuñas, al afirmar de manera solemne: “ es un cliché” lo de criticar a nuestra industria. Por favor. Vaya propaganda de escasa categoría, llena de mentiras y poses de entendido. A trabajar y listo, señores. Luego, el respetable decidirá.
El público viene acostumbrado a disfrutar de un estándar de alta calidad, y no podemos defraudarlo con una propuesta criolla entre difícil de escuchar y complicada de tolerar. Me explico.
El film comete el grave error de combinar actores nacionales con voces extranjeras, de acento castizo. Resultado: una caricatura como de “A qué Te Ríes” o “Misión Emilio” con Amílcar Rivero de invitado especial.
Ni hablar de la impostura del personaje canalla de Javier Vidal, quien fuma porros y bebe cerveza. Un estereotipo de trazo grueso, de taberna, cuyo disfraz marca la pauta del baile de máscaras, harto xenófobico.
La mayoría de los españoles son malos, amargados y explotadores, cual versión novelera de “Biutiful”. Los peruanos también cultivan mafias y abandonan a sus niños autistas para ser recogidos por las hadas madrinas de la partida, las heroínas de neorrealismo social degradado, las pobres y sufridas mártires de la coartada sentimentaloide.
La chorongada, la falta de identidad y la imitación del modelo de Iñárritu, presiden y comandan el concierto hueco de la puesta en escena, donde la música suena a copia de Gustavo Santaolalla, la cámara plagia el tic nervioso de Rodrigo Prieto y el guión resume los problemas del paradigma de Memo Arriaga, alrededor de sus historias cruzadas por efecto de los golpes del destino, en camino hacia un desenlace moralista de redención. Todo ello convive de manera inorgánica y disfuncional en el tejido sintético de “Hora Menos”. Encima, redunda en la estructura argumental del filón del deslave de Vargas, iniciado con “El Chico que Miente” y secundado por “El Rumor de las Piedras”.
Mujeres buscan un mejor futuro en el exilio y los niños andan a la deriva en su trillado viaje iniciático por el laberinto del fauno, por el abismo, por el infierno del dante en la tierra de la globalización de la miseria. Tremenda primicia.
El litoral central se inundó, hubo pérdidas irreparables, algunos arrancaron con sus maletas a la madre patria, pero en vista de las desfavorables condiciones de la Europa en crisis, decidieron retornar a Venezuela para abrir un “chiringuito” de comida típica. Se cansaron de la “Hora Menos” y vinieron de vuelta por más, con el rabo entre las piernas.
Aprendieron su lección a patadas, el realizador tampoco les quiso dar una alternativa y las obligó a encarnar sus prejuicios dogmáticos. Es cuando la ideología roza el delirio de las máximas y los lugares comunes de los cuentos chinos, de las cartillas de adoctrinamiento, de las fábulas medievales del siglo XXI.
Si la “Aldea” existe en Caracas, deben programarla con la proyección de “Hora Menos”. Largometraje ideal para fomentar la perpetuación de nuestro sistema endógeno, tipo “Canino”. Las autoridades competentes celebrarían con orgullo el esfuerzo de Frank Spano, por repatriar a sus féminas desarraigadas. Muy por el contrario, “Cheila” propone la fórmula inversa. Ambas revelan y desnudan el maniqueísmo del pensamiento actual.
Por cierto, la idea del negocito propio como tabla de salvación ante el desastre, ya la vimos en “Un Té en La Habana” y “El Chico que Miente”. Es una solución tramposa, de happy ending, cercana los sueños americanos de la época dorada. Mitología en desuso, ahora reencauchada frente a la dislocación del aparato del estado.
En su afán didáctico y aleccionador, “Hora Menos” pretende ocultar, tapar y desviar la atención, hacia el fondo de los asuntos planteados. Se conforma con echarle la culpa a los villanos, con personalizar las angustias colectivas, con dibujar esquemas binarios de polarización estéril, al servicio de los colmillos vampíricos de Luis Fernández, acosado y lastrado por un perfil unidimensional de esclavista, pirata y traficante de cuerpos.
Echamos de menos la escala de matices y grises en la concepción de los personajes. Exigimos humanidad y recibimos parodias involuntarias a cambio de la entrada.
El libreto confunde azar con eventualidad prefabricada en máquina de escribir. La narración cae en el barranco de lo inverosímil, al inventarse acciones injustificadas y situaciones poco o nada convincentes.
La audiencia no es tonta como para dejarse meter el gato por liebre de la salida de la chama, con su entrada disparata a Canarias. ¿En realidad revisan los guiones antes de su aprobación en CNAC? Menos se entiende la participación de los entes regionales y autónomos del estado Español. De repente les gustó porque fomenta el regreso de los inmigrantes venezolanos a su país de origen.
De cualquier modo, el título expone e incorpora el concepto de doble rasero. Mientras reniega de la hospitalidad y del gentilicio ibérico, se aprovecha de él para terminar y producir su metraje. Es el cinismo ético en boga. Así paga el diablo a quien bien le sirve.
Por fortuna, el tema es amplio y diverso. Hay casos como el de “Hora Menos” por doquier, aunque igual sucede al revés. Yo conozco amigos y venezolanos en España, admitidos, albergados e integrados por la comunidad. Se comieron las verdes, hoy cosechan los frutos de su estadía. Trabajan de sol a sol y obtienen el respaldo de sus semejantes. Por lo visto, “Hora Menos” prefiere ignorarlos para no desmontar su tesis. En tal sentido, es manipuladora y tendenciosa. Combate el sectarismo con el sectarismo.
Para rematar, reivindica el “cancherismo” del venezolano en tierras foráneas, de sentirse superior y más sabroso, más feliz al hombre deprimido del primer mundo. Es una demagogia típica a combatir. Le causa gracia al espectador populista.
Al final del día, no se trata de abuchear o de aplaudir. El objetivo radica en trascender el idioma de la publicidad turística y del retrato desolador por la calle del medio.
La realidad es diferente al blanco y al negro.
Tal como la pintaba Reverón.
De ahí el éxito de Diego a la hora de encumbrarlo.
Cerrada la temporada, toca distinguirlo como el mejor film nacional del 2011.
“Horas Menos” es de los peores.
Tanto nadar para morir en la orilla.
Incluso como denuncia bordea el lindero de lo superficial y puritano.
De hecho, el sexo conduce al averno, el robo y la alienación.
Tendencia paternalista de moda.
PD: en términos de John Manuel Silva: «Pregunta indiscreta, siendo que el director vive en España, ¿se regresará a montar un Chiringuito?».