De regreso de la feria de navidad del Ateneo, ahora en la parte baja de Plaza Altamira. El cambio de locación le hizo bien al evento. Hay acceso por cualquier vía, con carro, por metro o a pie. Quizás resulta difícil estacionar. Nada es perfecto. Por tanto, tómenlo en consideración si llevan vehículo. Pueden parar en Centro Plaza o el Celarg.
Abre todos los días de once de la mañana hasta las ocho de la noche. Concluirá el 24 de diciembre. El boleto cuesta 20 bolívares con derecho a dos entradas. Me parece un precio razonable. Sin embargo, adentro recomendamos pedir rebaja o regatear ante la inflación y sobrevaloración de ciertas mercancías.
En general, la oferta resulta diversa y tentadora. Siento una mejoría en el conjunto de la muestra. Destaca un interesante y nutrido grupo de tarantines con diseños originales, de marcas establecidas. De repente algunos se anulan entre sí por la homogeneidad de las propuestas en ropa, calzado y prendas de vestir.
Percibimos una saturación del mercadeo de franelas cool y carteras pop. Varias firmas insisten en reciclar y «criollizar» modas desfasadas en el extranjero, según un dudoso gusto por lo hipster. Pero tampoco son el común denominador.
La artesanía llamó nuestra atención por el acabado de sus formas. Igual los objetos, adornos, piezas decorativas, antiguedades y figuras de acción. No obstante, deprimen por su costo. Es el efecto de la crisis en diciembre. Te cobran un ojo de la cara por cada consumo.
Todo subió al doble y el triple, del cine a la compra venta de fetiches inservibles. Así creamos un círculo vicioso, consecuencia del estancamiento del aparato productivo. Principal afectado: nuestro bolsillo. Las utilidades se convierten en polvo cósmico, por culpa del estado de las cosas.
Por ende, muchos saldrán de la feria con las manos vacías. Si les interesa, acérquense a un kiosco de películas quemadas, cuyo anaquel demuestra conocimiento por el tema y agudeza en la selección. Adquirimos allí «Finisterrae» y otras extravagancias de autor.
Lamentamos la poca cantidad de puestos de comida. En tal sentido, evidenciamos una escasa creatividad. En un pequeño local decía: «ser vegetariano está de moda». Nuestro provincianismo carece de límites.
Sea como sea, disfrutamos del recorrido y de la oportunidad de compartir con gente grata. Solo por ahí recuperamos con creces la inversión del ticket y del viaje.
A su modo, la feria continúa siendo un espacio de construcción de ciudadanía y cultura. Permite tomarle el pulso al gremio y descubrir sus tendencias estéticas. Apostamos por sus artistas emergentes, por sus talentos verdaderos y por sus trabajadores honestos. Ellos encarnan el espíritu de la auténtica navidad.
PD: prepárense para reír con el enorme stock de muñequitos y peluchitos para niños. Unos bailan y patinan por el piso. Ni hablar de las demás cursilerías de la exposición. Fotos fijas de nuestro tabernáculo kistch. Generosa fuente de humor involuntario.
Dos palabras: feria hipster.