Sorpresiva ópera prima de Jonathan Reverón. Desbanca del podio a “Érase una Vez un Barco”, como el mejor documental del año, estrenado en salas. Revela profundidad y rigor para el estudio de personajes, desde el lenguaje de la no ficción.
Además sabe jugar con los recursos de la imagen en movimiento, para despertar y activar los sentidos de la audiencia. Según los asistentes, la película desprende olores de nostalgia y aires de esperanza.
La fotografía, a cargo de Branimir Caleta, logra potenciar y proyectar los sabores de las recetas del maestro, a través de la pantalla. Así nace en el país, una especie de cine en “4D”. Suerte de “odorama criollo” a la manera de los experimentos audiovisuales de ayer y hoy.
Voluntaria o involuntariamente, la película supone una respuesta a la dieta “Super Size Me” establecida por el sistema de exhibición multiplex, donde persiste la hegemonía del “fast food”.
La cinta apuesta por una cocina distinta y tradicional, de mayor calado humano y social, bajo la batuta de Don Armando, quien tampoco reniega de la oferta chatarra y busca entenderla en su propio contexto.
De hecho, lo vemos probar un perro caliente en una de las innumerables secuencias divertidas y ocurrentes del trabajo. Advertencia: no sólo van a llorar en la sala, sino a reír como en una insólita comedia de situación.
El humor surge y aflora de forma espontánea, de la mano de los irónicos testimonios de los asistentes e incondicionales del protagonista.
Mención aparte para Doña Magdalena Salavarría, el principal secreto guardado del film y de los fogones del carismático conocedor de la gastronomía venezolana. La señora habla de lado a la cámara, en un soberbio plano fijo, mientras fuma un puro de confección casera. Bofetada a la corrección política de nuestros días.
Otro ayudante, confiesa las dificultades de formar parte del equipo del jefe de la casa, al calor de sus contradicciones humanas. Al parecer de su hermano, el homenajeado es dominante y siempre cree tener la razón. Manías de viejo, dice él, acrecentadas con la edad.
Por tanto, la virtud del conjunto radica en su aproximación deslenguada y desenfadada hacia la figura del gastrónomo. El realizador evita el camino fácil de construir una estatua ecuestre y un perfil griego del caballero en cuestión, tal como ocurre en los malos reportajes de la tele.
A la inversa, la biografía dosifica una generosa gama de matices y descubre la riqueza interior del encumbrado, por medio de un puñado de datos y opiniones de altura.
Es interesante la participación de “chefs” de la nueva guardia, conscientemente inspirados por la obra de Scannone. Entre líneas subyace una sutil toma de distancia frente a los cocineros de foto pose. Las presas preferidas de la cacería del profesor Soria.
La reivindicación de “Don Armando” constituye un llamado de atención a las soberbias y engreídas generaciones de relevo, instaladas en restaurantes de lujo esnobistas, a merced de sus precios prohibitivos y sus falsas imposturas de élite.
Es lo opuesto a la visión del humilde genio, empeñado en compartir y democratizar sus enseñanzas a la gloria del formato clásico de tapa dura y suave. No en balde, es el autor de la Biblia del género en el país, del notable best seller de color rojo, del libro de cabecera de nuestras familias, a raíz de su primera y exitosa edición en 1982.
La intuición lo llevó a publicarlo, a pesar de las críticas, y de inmediato devino en un fenómeno de masas. Verbigracia, en palabras de la productora Eloisa Maturén, todos conservamos y atesoramos historias alrededor del grueso tomo de “Mi Cocina”.
En mi caso, fue la piedra filosofal y miliar de mi alimentación. Crecí gracias a sus guisos, encantos y sabores. Por ende, el documental me llega al estómago, al cerebro y al corazón. Así ocurre con los demás espectadores de la sala. Ojalá se pueda seguir viendo en el trasnocho cultural. Es un regalo perfecto para la navidad.
Como plus, la dramaturgia se divide en tres segmentos, guiados por la entrevista de la periodista, Rossana Di Turi. Al principio, el recurso inspira desconfianza. Luego se asienta por su naturalidad, soltura y poder de convicción. La reportera hace las preguntas adecuadas, para extraerle respuestas brillantes al interpelado. Ambos dialogan sobre la confección de cuatro platos: el pabellón, el mondongo, el asado y el pastel de pollo. Percibimos las texturas y los aromas de los sofritos en cuadros impresionistas y surrealistas. Semejan pinturas abstractas en trance de convertirse en piezas orgánicas de colección.
En paralelo, el lente reposa y repara en los detalles de la locación, para comprender la relación del entorno con la subjetividad del hombre.
Sus amigos lo visitan y lo acompañan con estima, optimismo y fidelidad. “Don Armando” no esconde la vida privada del idealista en el armario. Afronta su particular enfoque de las cuestiones de la fe, su debilidad por las orquídeas y su pasado como ingeniero. Informaciones aparentemente irrelevantes, aunque necesarias para componer las fichas del rompecabezas alegórico. Las metáforas son claras y expeditas.
La metodología de la construcción, la devoción por evangelizar su credo y la pasión por el contacto con la ecología, marcan el rumbo existencial de un faro de Alejandría de nuestra modernidad consumada. En tiempos de pesimismo, es un placer reencontrarse con el ejemplo de un ciudadano ilustre, modesto, insigne y digno.
Mis respetos para los creadores del proyecto.
Veinte puntos a la impecable edición de Carolina Aular. Depuró el material, le extrajo la pulpa y separó la grasa del lomito. Los encuadres empalman a la cadencia del corte directo y del fundido a negro, cuando concluyen las acciones medulares.
Branimir demuestra su habilidad como camarógrafo de mano, una de sus fortalezas, así como su olfato para componer encuadres solventes y sugerentes. José Enrique Sheira acomete el sonido y registra los ambientes del caldo de cultivo. La música también es un acierto. Nos refresca la memoria y combate el alzheimer.
Reverón le hace justicia a su apellido y dibuja un retablo, un fresco definitivo, una silueta única y original de Scannone.
“Reverón” de Diego es la mejor película de ficción del 2011. “Don Armando” de Reverón consigue la distinción en el ámbito documental. Las dos encuentran un acertado vínculo del pretérito con el presente, para abrir una puerta al futuro.
En San Sebastián asistí con Claudia Requena a un ciclo de cine y gastronomía. Pasaron las obras maestras documentales del 2011. Un género en boga y en alza. “Don Armando” podría figurar tranquilamente en la selección. Es de calidad internacional, a pesar de su austero presupuesto. Lección para los derrochadores de dinero del gremio. Los invito a mirarse en el espejo de “Don Armando”.
Un documental emotivo, hermoso y redondo.
Es cuando las críticas negativas, sobran.
Jonathan me venció con su “Ratatouille”.