Soy poco consciente de lo mucho que me gusta la arquitectura. Porque no ando pendiente de ella, simplemente, a veces, ella me agarra de sorpresa, como cuando entré por primera vez al aula magna de la UCV, y sobre eso poco puedo escribir, a ese sitio hay que entrar y ya.
Cuando me mudé por primera vez a Caracas, en 2005, coincidió con mi prima comenzando la carrera de odontología (de nosotros seis, cuatro son ucevistas). Antes de que le compraran su carro, la llevé muchas veces, y finalmente, cuando le tocó, me convertí en su primer “paciente”. Teníamos que irnos bien temprano para conseguir silla. Ella me sentaba, y después se iba por un rato. Y yo me quedaba allí, viendo por la ventana y ahí me comencé a enamorar de la ciudad universitaria.
Cuando descubrí el pasillo de ingeniería la cosa se volvió adicción. Compraba películas por toneladas. Empecé a ir frecuentemente y las cosas sucedieron poco a poco: el reloj más bello del mundo, los murales, las esculturas, la curva de los techos, la combinación de colores de las baldosas, la entrada del clínico, las pizarras, los salones abiertos, y un buen día te das cuenta que las palmas en la tierra de nadie fueron sembradas de tal manera, que cuando ves los troncos en conjunto es como un regalo. Tuve la suerte que una amiga que hace danza dejara su teléfono en mi casa. Al día siguiente se lo fui a llevar, y así pude entrar a la parte baja del aula magna, ojalá tengan la misma suerte.
Dos veces me he encontrado con mi pana Newton Stone en la central. Él se la conoce muy bien y es una delicia escucharlo hablar sobre la ciudad. La primera vez, me explicó que el techo del pasillo, sostenido por un solo lado, es una proeza, y que para que eso fuese así, la viga enterrada en el piso tenía que ser de la misma longitud del techo. Y me pidió que mirara la pared de la escuela de educación, los bloques huecos, es para que circule el aire. Y creo que Villanueva puso especial cuidado en que el oxígeno fuese parte fundamental de la universidad, porque así se piensa mejor. A veces puedes sentir que la brisa está dirigida. Ahí radica la grandeza de Villanueva, porque como todos sabemos, el amor está en los detalles.
¡¿Qué?! ¿Nunca has entrado a la escuela de arquitectura? ¡Qué locura! Y sí, era una locura. Cuando entré me quedé muda. Es uno de los sitios más hermosos que he visto en mi vida. Si quieres enamorar a alguien llévalo para allá, sólo con el techo…
Me falta conocer el botánico, hay que ponerle pilas a algunos relojes que están en las facultades…
Y así, escribiéndola, es que se le hace la contra a los fachas