Esperábamos con ansías el regreso de los chicos malos de Bristol en el campo de la animación. Pero hemos salido del estreno de su nueva película, “Operación Regalo”, con pensamientos y opiniones desiguales, sobre todo después de confrontarla con el recuerdo fresco de su trailer, donde se anticipaba una película posmoderna sobre el polo Norte, al estilo de un documental de ficción.
Sin embargo, nada ello trascendió en la versión final. De hecho, la cinta se desarrolla con un tono bastante clásico y tradicional, a pesar de las aparentes intenciones por deconstruir la historia convencional del 24 de diciembre.
A lo mejor la culpa por el resultado desangelado y frío hacia el desenlace, recaiga sobre los hombros de la compañía Sony, la coproductora del film. Por algo, su departamento de animación fue responsable de una de las peores expresiones del género para el 2011. Por supuesto, nos referimos al patético ejemplo de “Los Pitufos”.
Ahora el emporio de origen japonés, busca una alianza con la empresa británica Aardman, para echar adelante la maquinaría pesada de “Arthur Christmas”. Estratégicamente, las dos apuestan por el dólar del mercado infantil para la temporada de diciembre, a la expectación de conquistar dividendos en taquilla y recepción del público.
Aun así, la jugada parece desfavorecer la imagen de éxito de la segunda corporación, en beneficio del negocio económico de la primera. Grosso modo, “Operación Regalo” perjudica la filmografía artesanal de Aardman, al alinearse con el perfil digital de Sony. Es interesante, porque no se trata del único caso en la industria. Verbigracia, la luna de miel de Pixar con Disney, tampoco marcha como un cuento de hadas. Los fanáticos aguardan impacientes por el próximo título de la franquicia, después del fracaso parcial de “Cars 2”.
En una época de crisis, las sinergias tendían a lucir como una forma inteligente de conjurar el fantasma y la pesadilla de la depresión. No obstante, el sistema de las fusiones acaba por conspirar contra la calidad, la creatividad y la identidad. Se ganan fuertes sumas de dinero al costo y al precio de desnaturalizar esencias originales.
En tal sentido, la adaptación de Aardman al canon del CGI y los efectos especiales en 3D, adultera y corrompe su trabajo analógico, en aras de una supuesta evolución tecnológica y de una mentada depuración de sus imágenes en movimiento.
Aunado a ello, el cambio formal también incide sobre el grueso de los contenidos, al filtrarlos por el tamiz de la corrección política, el moralismo y el inevitable rescate de los valores familiares. Las piedras miliares del consenso de Hollywood. Por tanto, nos costará contar con Aardman como la necesaria respuesta y alternativa a la meca. “Operación Regalo” es la prueba fehaciente de su integración y moldeamiento por el aro de los grandes estudios.
En un principio, “Arthur Christmas” promete demoler los cimientos de la casa de santa y no dejar títere con cabeza. Los aciertos de la obra residen en su mirada implacable de la burocracia cibernética, administrada con puño de hierro militar por uno de los hijos de Claus, el aspirante negativo al trono. Siempre existe el villano y aquí semeja una copia del pollo malo de “Hop”, la pésima recreación de la leyenda del conejito de pascua.
Por defecto, surge la esperanza blanca de una oveja negra, de un retoño desviado, de un descendiente medio extraviado de la dinastía, quien la rescatará del entuerto y la salvará del hundimiento, cual típico mensaje de aliento monárquico, a la usanza de “Shrek”, “El Rey León” y “El Discurso del Rey”. Acá se le sale el corazoncito frívolo, en pro de la casa Real, de la escuela británica de Aardman.
En general, son varias de las ideas en pugna dentro del guión. Aparte, vislumbramos otro doble rasero en el cuestionamiento del andamiaje robótico, mientras se reivindican los antiguos métodos y procedimientos invernales, al calor de los renos y las carrozas voladoras.
“Operación Regalo” se mofa de los tiempos modernos de la manufactura del juguete, en la conciencia nostálgica por rescatar el mundo perdido de los pioneros de la distribución y fábrica de muñecos.
Lamentablemente, la denuncia de “Arthur Christmas” se le devuelve, en cuanto depende de un complejo tinglado de ordenadores y máquinas, para llevarse a cabo. Es lo curioso de la programación Sony. Amenaza con ofrecer las armas de su propia destrucción, aunque luego se repliega en la defensa de sus principios conservadores. Dice y se desdice, tipo “Desorden Público”. Es el lenguaje de la demagogia.
Por consiguiente, la comedia funciona como versión no autorizada y procesada de “Los Simpson” en el Polo Norte. El padre flojo descubrirá una lección de vida, gracias a los chicos, y después de todo, el hogar dulce hogar prevalecerá como sostén del sueño americano.
En descargo del acabado plástico, conseguimos consuelo en el trepidante montaje, en los guiños descarados a “Brazil”, en la dimensión distópica del mensaje de fondo, en el teatro del absurdo, en los secundarios y en la sátira de la paranoia posterior al once de septiembre. Ni hablar del guiño a “Teléfono Rojo” y la burla a la inutilidad de la plataforma castrense, pentagonista y cuasi fascista, desplegada para vigilar y controlar. Subtexto de ciencia ficción proyectado por las mentes perversas de Aardman, en oposición al big brother 2.0.
Por desgracia, Sony gana la partida por paliza, al imponer sus fórmulas, condiciones y lineamientos de ensamblaje. Predecible entonces el happy ending y la redención del cierre, cuando la niña recibe su obsequio de manos del mandamás.
Me recuerda la cuña de la muchachita del jamón Plumrose.
Papá Noel y los suyos pueden dormir en paz.
“Arthur Christmas” no les hará la menor resistencia a su reino.
“Operación Regalo” glorifica la mitología del pasado, como “The Smurfs”.
A Sony le conviene la perpetuación del legado de la navidad.
Yo prefiero la plastilina y el stop motion de Aardman, de «Pollitos en Fuga» a «Wallace and Gromit».