ENGAÑO SAGRADO
¿Chamo tú has estado en un establo? Yo nunca había pensado en cómo podría describirlo. Ni siquiera recuerdo si Bachelard consideró un sitio así cuando hizo su Poética del Espacio, o si algún otro, con un enfoque parecido, haya pensado en una fenomenología del establo.
En lo fundamental es un sitio donde guardas a los animales. Es aburrido, monótono y, por encima de todo huele mal. Decir que huele mal es relativo, eso lo se. En todo caso, puesta en nuestra perspectiva, es obvio que su olor «ofende nuestra sensibilidad». Si no me crees lleva a un niño criado en la ciudad y pregúntale qué le parece ese olor. Será menos elegante y, por eso mismo, bien honesto en su respuesta. Sí, el olor es, tal vez, la marca específica del establo.
¿Y a qué huele un establo? Hemigway respondió, en Por Quien Doblan las Campanas a qué olía la muerte. Creo que podemos usar una estrategia similar, la de sumar cosas, para describir este olor tan peculiar. Si quieres saber a qué huele un establo pon 3 paredes y un techo , usando madera y paja, por decir algo. Mete una vaca, un buey, quizás unas ovejas. El piso es de tierra y pones comida en unas cajas que resulta que se llaman pesebres. Recuerda que los animales comen, mean y cagan, todo en el mismo sitio. Tenemos entonces el olor de la madera y los animales; tierra, agua, orina, mierda, lodo… Si este sitio está un clima cálido, tipo desierto, el lugar puede llegar a apestar.
Ahora, y casi como un capricho, supongamos que una mujer pare en un establo.
¿Chamo tu has visto un parto humano en estado natural? Es una cosa impresionante y no precisamente por lo agradable. Sea que la mujer esté de pie o acostada, la vagina se dilata, hay contracciones que empujan al feto… Esto no es evidente, sino por los jadeos de la parturienta, hasta que en algún punto «el milagro de la vida» se manifiesta a través de la vulva, la cual va abriéndose a medida que la cabeza del feto va saliendo debido a las contracciones. Imagen contemporánea: una gran almeja escupiendo un muñeco de plástico.
Para este momento el liquido amniótico que servía de amortiguación dentro del vientre ha salido, chorreando, junto con algo de sangre y tejidos. Recuerda que estamos en el establo, así que todo ha caído a la piso, probablemente seco; tierra, orina, y mierda secas por el calor; un calor que se respira en el ambiente, y que se conserva incluso en los líquidos del cuerpo. ¡Casi 37 grados!. ¿Has sentido el agua a 37 grados? ¿Has sentido el calorcito que brota de tu orina cuando vas al baño? La palabra ‘tibio’ se queda corta para describir esta temperatura, y por supuesto, es un tercio del valor de la temperatura exterior en un desierto durante el día.
¡Y admitámoslo! Por encima de la ternura, que es resultado de nuestra fantasía, esa cosa salida del vientre es fea y está hinchada; es roja, verde, amarilla o morada; su color es cualquier a menos el de una piel humana. Además nace cubierta de sangre, cuando no de tejidos o una pelusa muy peculiar. ¿A qué huele un recién nacido? Nada en esta descripción te lo puede decir; un recien nacido huele a sebo, a grasa. Pero espera, porque junto con el bebé viene la placenta, un órgano como el hígado, pero plana y con menos consistencia. Hay que separarla del feto (sí, se sigue llamando feto), porque están unidos por el cordón umbilical. Probablemente la cosa esa, la plana, caiga al suelo, y probablemente alguno de los animales se acerque a oler. Y con esto al punto: calor húmedo y pestilente de animales y fluidos humanos, eso es lo que se esconde detrás de las representaciones del nacimiento de Jesús.
LA CONSAGRACIÓN DEL KITSCH SE DIO EN VENEZUELA
Kitsch es un término cuya acepción actual gira en torno a un estilo que va entre la copia vulgar de obras reconocidas como artísticas, arte pretencioso que carece de buen gusto o que abusa de elementos emotivos (v.g. afectación) o ese arte fácil que se agota en el uso lugares comunes.
Céleste Olalquiaga, en su libro The Artificial Kingdom (El Reino Artificial) complica esta definición de lo kitsch, argumentando que es el resultado de la pérdida de la vida que existía antes de la industrialización de las sociedades occidentales. Así, para esta autora, lo kitsch es una «sensibilidad cultural de la pérdida»; una manera, un tanto ambigua, de afrontar el impacto violento de la modernización.
Con esta idea se rescata una función de lo kitsch, a saber, que nos permite reposar en superficies tranquilas de la existencia. El kitsch se caracteriza por crear esos mundos superficiales, en donde resulta cómodo habitar. Es en este sentido que el pesebre, la representación del nacimiento de Jesús, es kitsch; nos detiene justo antes de que podamos percibir la podredumbre inherente a la escena. Debemos admitir que el efecto se logra, pues casi nadie habla del pesebre en términos ajustados a la realidad.
Ahora bien ¿se puede volver kitsch algo ya de por sí kitsch? ¿Puede degradarse una representación a un nivel aún más vacío y superficial? La respuesta es sí. Sólo vean la imagen a continuación:
Cuando creíamos que el potencial kitsch del cristianismo había llegado al máximo, cuando tenemos ya miles de años de historia de representaciones de pesebres que no huelen a nada, la caricaturista Calavera de La Patilla nos enseña que sí, que en Venezuela es posible degradar(nos) aún más. Chauvinismo, voluntarismo, mesianismo, junto a otras cualidades que se expresan con palabras ininteligibles para la mayoría de los venezolanos quedan condensadas en esta imagen patética que, precisamente por lo falsa, nos distrae de “lo político”, a la vez que deja constancia que la política en Venezuela es cualquier cosa, menos algo serio.
La malhadada explicación “El pesebre de nuestra caricaturista Calavera muestra el deseo de millones de venezolanos por un renacer democrático. Son seis venezolan@s inspirando ese nuevo nacimiento” deja entrever esa ingenuidad ramplona que muestra el otro lado de la moneda cuando de crisis en Venezuela se habla. Vemos la imagen y sabemos con certeza que nuestra mayor desgracia es tener la oposición que tenemos y que, en definitiva, el chavismo es una expresión más genuina del verdadero ser del venezolano.
Y por supuesto, el “verdadero ser” es en el sentido que se le da desde Hegel en adelante, seres finitos, situados en tiempo y en espacios concretos –con historicidad-, donde las esencias inmutables no son más que babosadas residuales de ese pasado premoderno que se expresa en las architrilladas escenas de pesebres y estampitas de santos; en el kitsch, tal y como lo entiende Céleste Olalquiaga. Nos refugiamos en el kitsch porque no estamos a la altura de las circunstancias. Dicho de otro modo, la descomposición en Venezuela es evidente pero, a fuerza de ser dolorosa, obliga a buena parte de la población, esa que puede llamarse «la oposición furibunda», a crear representaciones kitsch: “ahora sí que todo va a cambiar”, “esta navidad estará marcada por el resurgimiento de la esperanza”… ¡Necios! Todos estamos en el mismo pesebre, y aunque algunos crean que es bello, lo cierto es que huela a mierda.