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El infiernito diario

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Los caraqueños todos debemos haber sido muy, muy tremendos en nuestras vidas pasadas, para merecernos nuestra ración cotidiana de averno. Ya sea que nos movamos en carro particular, transporte público superficial o transporte público subterráneo, nos toca luchar contra miles de semejantes para lograr algo que debería ser sencillo: trasladarnos a nuestros lugares de trabajo, estudio o diligencias, o devolvernos a nuestros hogares. No tengo las estadísticas a la mano, pero unas encuestas a boca de jarro (de cerveza) me dicen que el caraqueño promedio emplea unas dos a tres horas diarias para trasladarse desde y hacia su casa.

Un factor curioso de la dinámica caraqueña es la distancia entre el lugar de trabajo y la residencia: por lo general, los que viven en el oeste trabajan en el este, y viceversa. Esto trae como consecuencia que las principales arterias viales (es un decir, ya que son unos tristes vasitos capilares que no tienen la capacidad de permitir el traslado de la enorme cantidad de unidades móviles que se desplazan por la ciudad), decía que las principales arterias viales están colapsadas más o menos de 6:00 AM a 9:00 PM. Ya no existe el concepto de hora pico en el tráfico, ya que todas lo son. Afortunadamente, si se tiene hambre o sed, se puede contar con el servicio de los vendedores ambulantes: con ellos se puede cuadrar una frugal cena a base de tostones, mango aliñado, cotufas viejas y acompañarla con alguna bebida, tal vez espumosa. Y de paso engañar el tiempo con alguna selección músical o humorística en CD «quema’o», o tal vez una película XXX si se cuenta con reproductor de DVD.

Otro aspecto digno de estudio es la manía de matricular a los hijos en los colegios más alejados posibles de la vivienda. En los países serios, los muchachos acuden a la unidad educativa que les corresponde, según su zona de residencia. Y son instalaciones públicas: a los colegios privados van los hijos de la gente adinerada, o los que practican alguna religión particular. Y por lo general van a pie, o los recoge un autobús escolar en donde cabe una manada de párvulos. Pero nosotros no: cada padre o madre lleva a su respectivo retoño en su vehículo particular al colegio, ocasionando unas simpáticas colas en las urbanizaciones en donde está situado el mismo.Una paila particularmente sádica de nuestro criollo infierno es la correspondiente al otrora símbolo de la Caracas decente y progresista: el Metro. Si Dante Alighieri hubiera tenido la oportunidad de visitarlo, tal vez su descripción del reino de Satán habría alcanzado otras proporciones, dada la calidad del material a su disposición. Viajar en el Metro en las horas de punta (casi todas) es una actividad arriesgada y peligrosa. Sin retórica alguna: es la verdad verdadera.

Hay ocasiones en que la dosis de infierno se multiplica: cuando llueve, se va la energía eléctrica, o las dos anteriores. Allí si es verdad que se acabó el pan de piquito: si el tránsito normalmente es insoportable, en esos momentos la ciudad se trastoca en un enorme estacionamiento, y el tráfico se moviliza, con inconvenientes, por las aceras: miles de peatones optan por trasladarse a pie, antes de aguardar la caída de la noche.

Dentro de todo, los que tenemos la fortuna de poseer transporte propio somos sumamente privilegiados: tengo compañeros de trabajo que para lograr llegar a la oficina deben montarse en un jeep, una camionetica, metro, otra camionetica y por último el porpuesto de la urbanización (este último es optativo, si tienen la voluntad de caminarse unos 1.000 metros en subida). Realmente son dignos de admiración, no se como pueden trabajar después de esa hazaña.

Por último, debo mencionar a los que viven (¿viven?) en las ciudades-dormitorio: jamás un nombre fue tan acertado. Porque eso es todo lo que pueden hacer allí, llegar a dormir. Y unas escasas horas, ya que por lo general salen de su vivienda a las 4:30 AM y llegan entre 9:00 y 10:00 PM, a comerse cualquier cosa y a tratar de descansar lo más posible.

Lo único que me alienta es lo siguiente: si pago en esta vida los desmanes de las anteriores, tal vez en la siguiente me toque habitar en algún lugar más amable para el ser humano. Me conformaría con una churuata en Choroní, o una posada en Los Andes.

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