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Balance del Cine Nacional 2011: Buenas y Malas Noticias


En orden de importancia, las mejores películas venezolanas del año fueron “Reverón”, “El Rumor de las Piedras”, “Cenizas Eternas”, “Érase una Vez un Barco” y “Don Armando”.

1) “Reverón” trajo de vuelta lo mejor de la filmografía de su director, Diego Rísquez, quien se reconcilió con su vertiente pictórica, sin renunciar a los diálogos de su segundo período. “Reverón” es su obra maestra, a pesar de ciertas lagunas y simplificaciones en el retrato del “loco de macuto”. Aun así, la interpretación de Luigi Sciamanna la redime por completo, junto con el subtexto del guión, próximo a la deconstrucción del presente, según la óptica impresionista e expresionista del pasado.

2) “El Rumor de las Piedras” también constituyó un acierto. Su libreto desarrolló una notable reflexión sobre la tragedia de Vargas en el país, al calor de sus daños y efectos colaterales. De repente, es discutible su enfoque hacia el desenlace, cuando propone una moraleja como solución a su conflicto central. No obstante, el director sabe rescatarla del abismo, en virtud de su dominio de la puesta en escena. Arropa y supera a las demás elegías inspiradas en la catástrofe del deslave(“Horas Menos” y “El Chico que Miente”).

3) “Cenizas Eternas” no es una película perfecta. Tiene fallas técnicas y argumentales. Sin embargo, pasará a la historia por su desenfado a la hora de reflejar la vida y la cultura de los yanomamis. Margarita Cadenas desacraliza la visión ingenua del “buen salvaje”, tan en boga hoy en día, para desnudar la carga de erotismo, caudillismo, machismo y violencia, heredada de la sangre de nuestras tribus originarias. Políticamente incorrecta, como su inverosímil mezcla de Gio Ponti, Patricia Velásquez y el kistch de un calendario femenino en la selva.

4) “Érase una Vez un Barco”. Estimulante reivindicación de los artesanos y constructores de barcos de madera, en un época donde predomina la fascinación tecnológica y el esnobismo cibernético. Alfredo Anzola, de la mano de un discreto Emilio Lovera, le dedica su carta de amor a un oficio en vías de extinción, para abogar por su persistencia e inmortalidad. La propia película garantiza la eterna resurrección de su patrimonio.

5) “Don Armando”. La sorpresa del 2011. Emocionante, entrañable y divertida radiografía del insigne escritor de “Mi Cocina”, best seller de la gastronomía en Caracas. Es una apuesta sintomática y sensible por la defensa del valor de la tercera edad y de las iniciativas cultivadas con décadas de esfuerzo. Luce como un urgente llamado de atención ante una era incierta, carente de memoria y proclive a borrar la impronta de su pasado. Además, contagia al espectador con las recetas y los testimonios del protagonista, amén de la fotografía excepcional de Branimir Caleta, el sonido de José Enrique Shiera y el montaje de Carolina Aular. Es el nacimiento de la cuarta dimensión en Venezuela. Literalmente, un platillo imprescindible de la carta nacional.

En general, las tres primeras son ficciones. Las otras dos pertenecen al campo de la investigación documental. Ello reconfirma la diversidad temática de la industria criolla en la actualidad. Punto a su favor.

De igual modo, significa una buena noticia, el estreno de 14 largometrajes del patio criollo, entre melodramas, tragedias intimistas, biografías audiovisuales y cintas de género.

En tal sentido, hubo una sana convivencia de estilos y formatos disímiles. Por supuesto, las películas comerciales se llevaron la parte del león de la taquilla, por su manera de establecer contacto directo con las grandes audiencias, a través de un lenguaje convencional, demagógico y populista. Es el caso de piezas como “Er Conde Jones” y “El Último Cuerpo”, cuyos lanzamientos lograron despertar la atención de la opinión pública.

Por ejemplo, la obra del humorista Benjamín Rausseo conquistó la mitad de las recaudaciones nacionales para el año 2011. Nadie puede molestarse por el éxito y la rentabilidad económica de semejante empresa. El problema de ella radica, sobre todo, en la esterilidad de su discurso telefílmico, extrapolando a la pantalla el molde plano y binario de una comedia enlatada en serie, de hace una década atrás. Por allí no vemos futuro y evolución para el séptimo arte de Venezuela.

Tampoco en la evidente autocensura, falta de compromiso de denuncia, complacencia y conformismo de cierto sector del gremio. Extrañamos las voces disidentes de los sesenta y setenta, hoy cooptadas y domesticadas por la Villa y los canales del gobierno. Echamos de menos el experimentalismo de los ochenta y noventa. Hay demasiada prosa realista y poca poesía de vanguardia. La narrativa figurativa no debería seguir divorciada de la búsqueda de la abstracción.

“Días de Poder” y “Una casa con Vista al Mar” confirmaron el agotamiento por redundancia del paradigma oficial. Lo misma aplica para la oferta del paramo, identificada con el minimalismo de “Samuel”.

La alternativa parece residir en el trabajo de los llamados invisibles, los cortometrajistas y los jóvenes realizadores, dentro y fuera de la red.

De hecho, nombres como los de Carl Zitelmann, Gustavo Rondón, Malena Ferrer y Johan Verhook se hicieron sentir a lo largo de la temporada, gracias a la potencia expresiva de sus proyectos independientes.

Mención aparte para la generación de relevo encabezada por Daniel Ruiz Hueck en el “Festival Chorts”, donde pudieron verse algunos de los trabajos, de breve duración, más interesantes del año.

Por último, cabe celebrar la impronta de los venezolanos en el extranjero, quienes nos brindaron noticias positivas, empezando por Édgar Ramírez(“Carlos”) y terminando por Jonathan Jakubowicz( “Prófugos”), Pablo Croce(“Like Water”), Andrés Duque(“Color perro que huye”), Marcel Rasquin(“Hermano”), Diego Velasco(“Hora Cero”) y Francisco Toro(“On vampires and other symptoms”).

Por desgracia, despedimos el 2011 con el fallecimiento de Alfredo Roffé, premio nacional de cine. Una página importante de la crítica en Venezuela, cierra con su muerte. Paz a sus restos.

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