En diciembre nos tomamos unas vacaciones y emprendimos un viaje de fin de año hacia el viejo continente. Entramos por Londres, cruzamos el canal de la Mancha, llegamos a París y salimos por Francia, de regreso a Caracas.
Durante el demencial trayecto de 12 días agitados, descubrimos conexiones y diferencias entre ambas capitales en el plano de lo económico, social, cultural, turístico, humano y urbano. Hoy las empezamos a resumir para ustedes como una pequeña contribución al debate. Tómenla dentro de su pequeña escala, según un punto de vista netamente subjetivo.
Es una serie de varios capítulos. Ojalá la disfruten.
Es la economía, estúpido
Reino Unido fue desplazada de su sexto puesto por Brasil, como la sexta economía del mundo. Ahora es la séptima. Francia ocupa el quinto lugar. Sin embargo, en realidad, parece al revés. Por algo, Londres rompe de lleno con el mercado común. De hecho, su moneda luce fuerte, mientras el Euro atraviesa por un mal momento.
Sin duda, ello afecta tu presupuesto integrado por dólares devaluados( de Cadivi). En el país anglosajón, cada consumo equivale a un duro golpe a tu bolsillo. Por los predios de la patria de Voltaire es igual, aunque puedes ahorrar, de vez en cuando.
En efecto, te invito a considerar la siguiente experiencia: en Londres aguantamos 5 días. En París pernoctamos por 7. Es el problema y la ventaja de cambiar por Libras. El mismo café con leche, cuesta el doble de un lado a otro de la orilla.
Saca la calculadora y organízate. De lo contrario, la pagaras caro. Si andas pelando, te recomiendo caminar y tomar Metro. Jamás cometas el error de coger un Taxi. Concentra tu inversión en reservar un Hotel digno en el “Down Town”. Si consigues hospedaje gratuito, pues mejor. De ahí puedes agarrar un tren para cualquier barrio o zona conocida. Desayuna fuerte, almuerza con bocatas y cena como mendigo o rey, dependiendo de la jornada. No gastes en nimiedades al comienzo. Deja para el final, tus compras nerviosas de regalos y encargos.
Tu plan es caminar por doce horas. Piensa en una prueba de resistencia. Solo así descubrirás los contrastes, las diferencias y los matices. Olvida lo del alquiler de automóvil. Tu carro se llama “Lola” y debes asegurarlo a prueba de choques. No te miento. Por conejo, de broma me atropellan cerca de Trafalgar. El cambio de sentido, me cargaba loco. En el piso me indicaban hacia donde mirar: izquierda, derecha. Pero no había manera. Siempre me sentía en la cuerda floja. Inseguro al cruzar.
¿Los factores de arriba inciden sobre el comportamiento de la gente? Nadie lo sabe, aunque de inmediato procederemos a someterlo al análisis.
Patologías, conductas y neurosis colectivas
Según la ecuación planteada, los Franceses deberían celebrar su quinto puesto y los Ingleses lamentar su caída al séptimo, después de Brasil. De nuevo, las matemáticas se equivocan. Te lo mido con mi índice personal de sonrisas y altercados por cada ciudad.
Londres era igual a una sumatoria de cero conflicto y un promedio de seis sonrisas por día. Todos los mesoneros recuerdan a los chicos de McDonalds, al margen del establecimiento. Luego hablaremos de la comida. Te prometo sorpresas.
En cambio, tuvimos en París doscientas broncas y recibimos escaso afecto, al punto de ser mal tratados por taxistas infelices, comerciantes con complejo de grandeza, empleados amargados e insatisfechos, burócratas antipáticos y asalariados pedantes.
Los taxistas te toman por idiota, te dan vueltas por el mismo distrito, y te roban descaradamente. No hay derecho a reclamo. Te hablan golpeado y te cobran con voz amenazante, de policía.
También abundan los intelectuales frustrados capaces de aguarte la fiesta en el menor intercambio de palabras. Les molesta el turismo y desprecian al inmigrante, salvo contadas excepciones.
Varios locos, medio fachas, nos veían con cara de Talibanes y colaboradores Nazis en sus espacios sagrados. Peleamos en “L’entrecote París” y la última noche unos personajes de la mesa contigua amenazaron con arruinarnos la velada de despedida en el famoso, “La Pierna de Cochino”. Les indignaba nuestro desparpajado y nuestra falta de modales de etiqueta. Nos querían callados, reservados, recatados y tristes como ellos, como esclavos en plantación. En silencio, como “El Artista”.
Nosotros andábamos como en una arepera, disfrutando del supuesto encanto nostálgico, con olor a pasado, compartido por “Medianoche en París”. El presente de la era Zarko es distinto y explica el surgimiento de los peores fantasmas de la derecha, alrededor del Frente Nacional de la familia Le Pen.
A la inversa, para no extenderme demasiado, los ingleses son panas, echadores de broma y carecen de imposturas. No llevan a sus espaldas el enorme peso de la cultura francesa.
Irónicamente, hoy en día, el pensamiento de élite y de monarquía decadente, anida y se refugia en París. Lo de Londres con “Dios Salve a la Reina” y la parada del palacio de Buckingham, es parte de un show de Disney normalizado por la sociedad civil, para levantarse la autoestima imperial.
Aun así, son conscientes de su simulacro de tercer grado y de su componente estético de parque temático, para atraer turismo. Puros Chinos, Japoneses, Latinos y yanquis, asisten a la tortura de ver el robótico y repetitivo cambio de guardia. A los ingleses, sencillamente, les vale madre.
En París ocurre lo propio con los patrimonios elitescos, conquistados por la burguesía y la republica, del Palacio de Versalles y compañía, donde los únicos franceses a la vista son los guías. En tal sentido, me asola una hipótesis: el poder en los dos países no lo ejercen los Reyes legitimados o institucionales.
El Zar Nicolás con pinta de Napoleón chimbo y “The Queen”, fungen de mascarada y pantalla para servir de chivos expiatorios de los verdaderos dueños del negocio: los señores de las sombras, los miembros de la tabla redonda.
Espero lo asumas. Francia y Reino Unido, como el resto de los países del globo, constituyen y encarnan democracias de papel periódico, de nómina. En teoría, incluyen y escuchan la voluntad popular. En la práctica, operan como tapaderas de complejas plutocracias de facto, encargadas de privatizar y absorber para su red, todas las funciones y propiedades vitales de la urbe. Solo nos dejaron las sobras, las calles. Algún día nos cobrarán por caminar por ellas. Incluso, las administran como corredores para llegar al destino de sus intereses: los establecimientos comerciales.
Así, París y Londres devinieron en distopías del espectáculo, donde la moneda brinda el acceso libre por las alcabalas de la ciudad, mientras las cámaras te vigilan para evitar motines y protestas, bajo la coartada del terrorismo y el miedo a la alteridad.
Resultados visibles: más intolerancia, xenofobia y pérdida de privilegios y derechos para los ciudadanos, quienes marchan como borregos por las avenidas, puentes y corrales. Hace poco, se alzaron en Londres y acabaron con todo.
Al arribar a París, hay amenazas de paro y huelga. El paraíso no existe como tal. En el interior subyace el pánico laboral y la intranquilidad por la crisis del modelo de la sociedad del bienestar.
Sea como sea, Versalles y Buckingham terminaron cayendo en los tentáculos de los pulpos del consumismo. El estado y el sistema los instrumentalizan como atracciones para el turismo, como joyas de la corona de los incautos compradores de prestigio. Sueñan despiertos con las pesadillas románticas de las dinastías del vano ayer, y asisten en masa al Museo del louvre, para tomarse la foto respectiva de Facebook al lado del cliché, de la estampa, de la barajita repetida, de la postal de la Mona Lisa, hoy blindada por estrictas medidas de seguridad y flanqueada por un par de carteles, de alto humor involuntario. Compiten en tamaño con ella, la opacan y le proporcionan una lectura risible, de curaduría absurda. Parecen colgados por Banksy. Pero ni siquiera. El propio Louvre, lo supera en comicidad iconoclasta. Ambos afirman: “cuídese de los rateros”. En el resto de los idiomas, son carteristas. Nosotros somos rateros, como en el Chavo del Ocho. Una diferencia importante. Pero de los museos, reflexionaremos en una próxima ocasión.
Cerramos la entrega de hoy, con una última observación, acerca del estado del tiempo anímico. Londres tampoco es un juego de carritos para niños fascinados con la existencia bohemia, progresista y pare usted de sumar.
Hay un fuerte componente de miseria a punto de estallar en el centro, y un enorme contingente de pobreza en los barrios de la periferia sur y norte. Las brechas alcanzan proporciones olímpicas entre Mayfair y Candem Town.
Al arribar a Chelsea, nos sentimos en una nación distinta, barbárica, primitiva, colonizada por hinchas del equipo local, con miradas intimidantes. Los temidos “hooligans” permanecen vigentes y se niegan a morir, con su historial de desmanes y destrozos a cuestas. Es día de partido, avanzan como manadas de vikingos con sus uniformes azules, arriados por policías inquietos. Son como una pandilla mafiosa de “300”.
Un gigante de Chelsea derribaría con un puño a cualquier enclenque caballo de la policía montada. Preguntamos por el estadio y nos responden en un inglés ininteligible. Así afirman su identidad de tribu. En su versión benigna, los chicos malos de Chelsea apenas cantan, bailan y celebran con vehemencia sus victorias. En su costado delictivo e hiperviolento, resucitan el espíritu de Alex de Large, pero sin haber revisado y entendido “La Naranja Mecánica”.
Al lado del estadio, quiero entrar a un Pub para tomarme una cerveza. Un gorila me lo impide en la puerta y me enseña un cartel: “solo fanáticos del Chelsea”. Bienvenidos a las sectas del siglo XXI. Luego comentaremos su vínculo con Mayfair y las zonas de restaurantes para incondicionales del Chef Gordon Ramsey, un ícono de la época. Reflejo del triunfo de los yuppies, con pose de Punks, por encima de los hippies de Londres y París.
Prometo regresar pronto con la segunda entrega de mi crónica. Hasta entonces.