Por el afiche y el trailer, pensamos lo peor y le sacamos el cuerpo durante la fecha de su estreno. No le veíamos el queso a la tostada por ningún lado. Injustamente y sin derecho a la defensa, la mandamos para nuestro calabozo personal en navidad. A veces, así somos de prejuiciosos los críticos.
Imaginamos el típico unitario de diciembre, disfrazado de película, donde el abuelo le propina una lección a toda su familia, bajo el respaldo de una estereotipada socia infantil. Una niña de comercial para chamos o de telenovela cursi, rodeada por un reparto de fotos fijas del cine nacional, salvo por la excepción del maestro Gonzalo Camacho. Ni siquiera por él, nos llamaba la atención la propuesta.
Para rematar, también sospechábamos del nombre del director, Alejandro García Wiedemann, cuya ópera prima tampoco nos gustó. “Plan B” nos resultó fallida, de principio a fin. Por tanto, auguramos un problema similar en su segunda incursión por la cartelera. Pero nos equivocamos de cabo a rabo.
El miércoles, gracias a la insistencia de mi señor padre, fui a verla con él en Centro Líder, previa descarga de escepticismo. Yo lucía cansado y de malas pulgas. Al contrario, mi viejo andaba contento con el hecho de emprender la aventura. La intuición no le falló. En cuestión de minutos, mi semblante cambió y describió una sonrisa natural de satisfacción, sin necesidad de aplicarme una inyección de botox.
Al respecto, el secreto mejor escondido de la pieza, reside allí mismo: en su capacidad para leer conflictos de plena vigencia, como el caso de los implantes mamarios. Por tal motivo, escribí en mi Twitter:
Coincidencia o no, «Patas Arriba» describe el drama y la tragedia de las mujeres víctimas de mala praxis para aumentar su busto.
“Patas Arriba» debería ser la bandera cinematográfica de la justa campaña femenina en contra de los implantes PIP.
En efecto, el personaje de Lourdes Valera lleva literalmente a cuestas el fardo de una pésima operación de cirugía plástica, con el supuesto fin de levantarse la autoestima de “mujer de las cuatro décadas”. El film acierta en desnudar su drama, de manera sutil, como ejemplo y metáfora de una tragedia colectiva, la de un país aquejado por la demanda de cientos de ciudadanas afectadas por el mismo padecimiento.
A propósito, recupero el ocurrente, oportuno y chaborro titular de hoy de “Últimas Noticias”: Hay 33 mil lolas chimbas.
Fuera del cruel humor negro del periódico impreso, “Patas Arriba” cumple con creces el objetivo de sacar el tema a la luz, de ponerlo en tela de juicio, de condenar a sus posibles gestores( médicos inescrupulosos y carentes del debido conocimiento en la materia), y de reivindicar a sus víctimas a través del cine, al margen del discurso satanizador y maniqueo. En su caso, el largometraje opta por plasmar la realidad, bajo un manto de equilibrio y ponderación. No es la única virtud del guión.
Además, en plena concordancia con su nombre, la cinta deconstruye ,de forma alegórica, la situación contemporánea de la familia venezolana: disgregada y desunida por asuntos de escasa importancia, donde se ven las caras de casualidad, pero nunca el corazón. Un espacio estéril de rivalidad, competencia y confrontación, resumido en la compra venta y el remate de las propiedades del patriarca de la casa a la luz de su posible fallecimiento. Espejo de la nación polarizada y materialista del siglo XXI.
La esperanza, según la obra, parece radicar en el reencuentro de los polos opuestos: los del pasado y el presente en la búsqueda de un futuro. Mientras los medios apuestan por la ruptura y la división, para sacar réditos políticos para ambos bandos, “Patas Arriba” nos brinda una lección de tolerancia, consenso y armonía en la diversidad fracturada.
El auténtico motor del cambio no es un líder carismático o un héroe del tabernáculo de la historia oficial, sino tan solo un abuelo con una buena idea. Un Quijote contemporáneo a camino entre el sueño de sobrevivir a la muerte y la pesadilla de su contexto moderno en ruinas. Tal mensaje se afianza en la afortunada decisión de escoger al maestro Gonzalo Camacho, para incorporarlo en la pantalla.
No en balde, es un caballero andante, como los de antes, inspirado por las musas de Cervantes. Es un alter ego del hidalgo de la triste figura. Por tal motivo, lo entrevistamos para nuestro documental sobre los “400 años del Quijote”.
Por ende, la puesta en escena le rinde tributo, lo rescata del olvido y le permite despedirse con dignidad, delante de las generaciones de relevo. A su modo, el subtexto abona el terreno para despertar la conciencia del espectador y de la audiencia, alrededor de los fantasmas de la sociedad y de la industria cultural.
El espectro del declive y el renacimiento rondan por los fotogramas de la película, como el certificado de un testamento y de un epitafio. Según “Patas Arriba”, el cine resucitado en el cuerpo de Camacho, puede salvarse de caer en el abismo, si abogamos por su recuperación y refundación.
Sea como sea, Camacho encabeza la propia cura de la principal enfermedad del cine nacional: el excesivo histrionismo y la sobreactuación. De la mano del realizador, el casting de estrellas locales, jamás desentona y vuelve a demostrar el poder de convencimiento del minimalismo, la naturalidad, la ironía y la sobriedad.
Le agradezco al combo de Wiedemann, la ocasión de reconciliarme con mis habituales blancos de ataque: Daniela Bascopé, Marialejandra Martín, Erich Wildpred, Dimas González, Basilio Álvarez, Sindy Lazo y Eduardo Gadea, cuya voz abominable desaparece por completo. Un milagro.
Ni hablar del recital de comicidad de Tania Sarabia. Le arrebata las carcajadas a la sala, con sus impredecibles salidas. Es una loca divina. Patrimonio vernáculo en activo. Mi papá y yo escupíamos las cotufas, con lágrimas en los ojos. Luego el final, nos terminó por vencer, convencer y conmover, al punto de llorar a pierna suelta.
En el desenlace del 2011, nos quejábamos por la falta de poesía en el cine nacional. Con “Patas Arriba” descubrimos una alternativa para saciar nuestro apetito por el lenguaje indirecto, simbólico y lírico en el entorno de una narración solvente en prosa. Ojalá ello marque una tendencia de excelencia en el 2012.
Por lo pronto, sigo atesorando y guardando para mi memoria, los grandes instantes de “Patas Arriba”: la brillante música compuesta por Alonso Toro, la impecable banda sonora afinada por los panas de Taurus, la sólida dirección de arte, el montaje paralelo, las vistas impresionantes de Galipán( locación fetiche del autor), los ajustados “flash backs”, la partitura brasilera, la fotografía consistente, la impresionante secuencia de apertura, los ecos del neorrealismo italiano, los guiños al Marco Ferreri de “El Cochecito”, la picaresca de costumbres, la humildad de Erich, el acento colombiano de Daniela, el parto de María Alejandra, las demencias de Tania, el dolor de Lourdes( de Venezuela), los embrujos de Dimas, la sonrisa de la niña( la socia), el desarmante delirio estético del “happy ending”, la voz de Camacho en el epílogo con las cámaras de telón de fondo y el ambiente de fiesta en la sala oscura.
“Patas Arriba” me devolvió la fe por el cine nacional de ficción.
Fija en mi lista de todos los tiempos en Venezuela.
Se lo agradezco a sus creadores.
Mis respetos para todos ustedes.
“Patas Arriba” me reconfirmó el valor de la tercera edad, de nuestros ancestros, de nuestros veteranos y de nuestros emprendedores individuales. Me recuerda “Érase una Vez un Barco”, “Reverón” y “Don Armando”. Ante el desconocimiento del pretérito, el cine nacional responde con sus mejores armas y argumentos.
Es la resistencia dulce a la miel de la amargura.
Una disidencia frente al patrón hegemónico en boga.
El cine nacional se atreve a decir: andamos “Patas Arriba” y necesitamos recobrar el espíritu de convivencia,de solidaridad.
No es casual la dedicatoria a Aquiles Nazoa, el poeta de las cosas más sencillas.
Requerimos de mayor humor al estilo de Aquiles y de menor solemnidad bolivariana.
Mejor me voy a releer las obras incompletas de los hermanos Nazoa. Antídoto contra cualquier pesimismo y gravedad impostada. Es parte del éxito de “Patas Arriba”. Disfrútenla con confianza.
Se las recomiendo de pana. Vayan en grupo.
Ya lo afirmamos en 140 caracteres: hagamos ruido por las redes sociales para mantenerla en la cartelera y estimular su visionado.