En vista de que para algunos ha resultado sospechoso el que no aparezca mi rostro en las solapas de mis libros y en la web (y que esto ocurra en la era en la cual mostrar la face full es la moda, algo que para mí levanta la sospecha de que la gente, que ya cambió el espejo del baño por un monitor, buscando con tanta urgencia de epidemia ser vista allí por todos, está sufriendo una terrible ceguera de sí misma) y que en sus comentarios han dejado entrever sus dudas al no divisar en mi muro ninguna editorial conocida respaldándome, ni guindado uno de esos títulos o diplomas que suelen avalar a quienes escriben, quise responder con estas líneas de expresión para al menos dar la cara de cuarentón.
Pienso, como Borges, que Oscar Wilde siempre tuvo la razón: “Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte”, y considero que el DERECHO A NO DEJARSE VER debe ser asumido por los escritores más que por cualquier otro artista, pues si existe una profesión en la cual el rostro no va con el oficio es precisamente ésta. Nunca cursé carrera académica (mi universidad se llama Universo), ni e echo ningún curso literario (créanme), ni siquiera he recibido instrucciones de escritor alguno (todos se me escabulleron con inigualable elocuencia cuando me acerqué a pedirles ayuda) y, por tanto, con semejante curriculum avalando mi conciencia, jamás me consideraré un escritor, ni siquiera con dos libros editados a cuestas y cuatro metidos en un ordenador; y, la verdad, no veo por qué los otros se toman tan en serio eso de poseer título de autor. Creo que se les olvidó, o no lo supieron nunca, que un libro y toda expresión creativa sólo es una pequeñísima extensión del Ser dentro del universo, y el auténtico derecho de autor no pertenece a los hombres sino al Creador: Único Rector de la Universidad de la Vida que inspira y nos proporciona todos los elementos necesarios (incluyendo mente y cuerpo) para llevar las buenas obras a feliz término.
El escritor, según la filosofía de Parménides, es un “ser para sí”, “un ser por accidente”, un ser en cuyo camino apareció una pluma y un papel y terminó forjando una obra “para sí”; vía antagónica a aquella que conduce al hombre hacia el verdadero Ser (que el filósofo llamó “el ser en sí” porque vive desde su propio Ser y no desde aquello con que se tropezó). Por tanto, el Ser no debe ocuparse en empalabrarse sino, con infinita humildad, comportarse de acuerdo a la Verdad que palpita en toda la Creación (y dentro de él mismo). Debe recordar siempre que las palabras son innecesarias para el verdadero lenguaje, el lenguaje de la ternura (esto lo sabe hasta un niño). Muchos grandes escritores no quisieron entenderlo y por eso se hizo patente la discrepancia de sus vidas con sus obras (siempre ultrapasándolos a ellos). Por tanto, para mí la vida es una cuestión de actitud humana elevada, no de revolverse en un charco de letras, de géneros y estilos, creyéndose la garza nacarada más alta de la laguna.
El acto de escribir, debiendo ser una práctica que vaya debilitando al Yo hasta desmayarlo, resulta ser, remitiéndonos a las pruebas, todo lo contrario: es y ha sido el más exclusivo de los gimnasios en el cual se robustece al ego. Sí, ciertamente de sus puertas han salido ágiles gladiadores y muy buenos “esgrimistas de la palabra”, pero poquísimos de ellos lograron ejecutarse el haraquiri para poder, como Nietzsche, “escribir con sangre”. Como muestra fiel (sin dejar de recordar las palabras de aquél pensador venezolano que dijo que Uslar Pietri tenía un mar de conocimientos, pero de un metro de profundidad) hablemos de dos fornidos autores que se fueron a las manos por sus diferencias políticas. El gancho de “izquierda” que en defensa de Fidel Castro le propinó el Gabo a Vargas Llosa, fue respondido rápidamente con la contundente “derecha” de éste último; pero, contra todo pronóstico, el encuentro terminó con los dos en la lona: ambos olvidándose de vanas discusiones de cómo administrar la comida de los pueblos y cayendo en la fuerte tentación de embolsillarse el millón de dólares del premio Nobel (quizá me equivoque y la razón de apersonarse en Suecia no fue por los dólares que ya poseían). Visto de frente, lo que planteo sería un descomunal desatino de no existir atrás el extraordinario ejemplo de Jean-Paul Sartre, quien sí es un verdadero campeón de pesos pesados por ser el único escritor que rechazó de plano ir a recibir, en medio de un aluvión de halagados aplausos, el mayor de los premios (esto es lo que se dice “estar implicado en el asesinato del ego”). ¿Por qué? ¿Por qué será que los actuales escritores no imitan, reseñan o remachan hasta el cansancio este significativo detalle?
No le busquemos la tercera pata al pájaro. Una de dos: el escritor se muestra por dinero (promoción= más ventas) o para hinchar su pecho como paloma. Además, si es cierto aquello de que una imagen habla más que mil palabras, me ahorro muchas resmas de críticas a las fotografías de los escritores en las solapas de los libros, viendo incluso a los autores consagrados usurpando contraportadas enteras (antiguamente buenos abrebocas) con un muy bien escogido fondo culto y con la típica pose de la estatua de Platón erigida frente a la Nueva Academia de Atenas. He visto a muchos de ellos atravesando la cámara con mirada de superintelectual, vestidos a lo Harvard con las infaltables gafas, pipas, estilográficas, sombreros, y los más osados con los cuellos de las chaquetas levantados a lo James Dean; pero la imagen que más me entristece es la de Bolaño con cigarrillo en mano (prefiero pensar que el escritor chileno fue influenciado por la editorial para que con su pose semejara a un detective salvaje).
Me pasa algo en la garganta, pero aún así quiero carraspear y dejar a mis amigos escritores (para que recuerden lo de “zapatero a sus zapatos”, y para que realmente sean un buen modelo de lo que pretenden ser) este ejemplo ejemplar: ¡Ejem…Una amiga top-model, dedicada exclusivamente a mostrar su rostro en tapas de revistas y vallas publicitarias, me refirió que en la cresta de la ola de su fama un periodista le preguntó la razón por la cual nunca concedía entrevistas, y esta belleza le respondió que si estaba loco, que dejaría de ser modelo en el mismo instante en que abriese la boca.