Escribí esto en el 2009, pero creo que ahora tiene bastante vigencia y es más fácil de entender, a raíz del cierre de Megaupload y las leyes contra piratería que están tratando de empujarnos por el orto. Lo publico tal cuál como lo tengo guardado. Está lleno de errores de redacción obvios que me dan ladilla corregir, pero aquí lo importante es la idea:
La información debe ser libre
La internet de 1996, cuando comenzó su acelerado crecimiento, es casi irreconocible de la Red que tenemos hoy en día. Más allá de cambios cosméticos, debido a su nuevo estatus de medio masivo y de acceso virtualmente mundial, ha cambiado en su base la forma en que muchas personas se relacionan e interactúan con el mundo. Pero no sólo el crecimiento y difusión son responsables de la integración en la vida cotidiana de gran parte de las personas del mundo post-industrial. La velocidad de transferencia de datos ha sido un factor fundamental. Debido a las tecnologías de fibra óptica y otras formas de conexión de banda ancha, el acceso a casi cualquier cosa que pueda ser traducida en ceros y unos es posible y cotidiano. Ya no solo se trata de hipertexto e e-mails, sino de una Red que contiene casi cualquier cosa que sea comunicable entre seres humanos.
Los conflictos intrínsecos en este sistema informático no son nuevos. A partir de la invención de servicios de distribución de archivos, con Napster en 1999, y la siguiente lucha legal que muchas disqueras e industrias culturales han comenzado para proteger sus contenidos, una vieja frase se ha vuelto a popularizar, como un mantra que se repite a través de blogs y foros: “La información quiere ser libre”. La frase original fue pronunciada en una conferencia de hackers en 1984 por Stewart Brand, creador del Whole Earth Catalogue, un compendio de ensayos y artículos de la contracultura norteamericana que ha sido llamado uno de los precursores de la World Wide Web por Steve Jobs. Sin embargo, la versión original de la frase afirma que “Por un lado la información quiere ser costosa, porque es muy valiosa. La información correcta en el lugar correcto simplemente cambia tu vida. Por otro lado, la información quiere ser libre, porque el costo de obtenerla se vuelve cada vez más bajo. Tienes entonces estas dos tendencias peleando mutuamente”. La cultura hacker ha tomado solo la parte que les interesa y lo ha convertido en su lema. La creencia de que la información debería ser libre.
A partir de los años sesentas, la ciencia ficción norteamericana comenzó a cambiar fuertemente de dirección. Si bien popularmente se reconoce la ciencia ficción por producciones filmográficas posteriores, como La Guerra de las Galaxias, el género literario, una corriente casi independiente de estas manifestaciones, estaba dejando las filosofías modernas positivistas a las cuales se apegó durante la “Era Dorada” y pasó a convertirse en un género de fragmentación, incertidumbre y experimentación. Claramente influenciada por la contracultura norteamericana, pasó de tratar temas como viajes espaciales y dramas robóticos para estudiar el significado de la realidad, las consecuencias de las drogas y la conformación de la sociedad. Muchas manifestaciones del género en la época tomaron la forma de crítica a la sociedad donde se vivía, llevando a sus últimas consecuencias algún concepto como el totalitarismo o la guerra nuclear. Se convirtió en un género que no solo trataba de prever o sorprender, sino también denunciar. Los años ochenta recibieron la manifestación más clara de literatura de denuncia dentro de la ciencia ficción: el género cyberpunk.
El comienzo de Neuromancer inaugura una nueva etapa en la ciencia ficción: El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto. La novela de 1984 no solo introdujo el uso de figuras literarias tecnológicas, la metáfora de la era informática, sino que inventó un nuevo arquetipo de héroe: el hacker. El experto informático se convirtió en la figura central de un hipotético futuro gobernado por corporaciones y gobiernos dracónicos, donde la única libertad del individuo se encuentra en la Red de Redes, en sus diversas manifestaciones. A tal punto esta red es central para las historias que el autor William Gibson fue la persona en acuñar el término ciberespacio. Muchas de las cosas que hoy en día son dadas por sentado, fueron previstas en estas novelas. Ciertamente el mundo postindustrial refleja mucha de las características que la ficción de los ochentas tenía prevista, pero incluso la marginalización por falta de acceso a estas tecnologías son contempladas tanto en el Tercer Mundo real como en la novela cyberpunk. Aunque por lo general híper-realistas o si se prefiere híper-pesimistas, el arquetipo creado por las novelas ha calado fuertemente en la cultura globalizada. El hacker es entonces la encarnación de la filosofía que reza “la información quiere ser libre”.
El pasado 17 de Abril (2009) cuatro jóvenes suecos recibieron la condena de un año en prisión y una multa aproximada a 3.500.000 dólares americanos. Su crimen no fue robar un supermercado, o un carro, ni si quiera una tienda de música. Su crimen fue facilitar el intercambio libre de información protegida, mantener y promover la página de torrents The Pirate Bay. El mismo día de la sentencia, un grupo de activistas se reunieron a protestar en las afueras de la corte. Aunque parezca ser un dilema de fácil resolución, aplicar leyes tradicionales a delitos digitales no termina de parecerles correcto a muchas personas. Parece incluso que una nueva ética, un nuevo paradigma de intercambio de información quiere aparecer. Pero no es más que el viejo conflicto que aquella conferencia de hackers anunciaba. El costo y libertad de la información siempre estarán en contraposición. Los jóvenes que pagan condena defienden estoicamente la ética del hacker: el delito digital es en realidad liberación de la información, es hacer lo correcto. Es la respuesta del individuo en un mundo de excesivas regulaciones.
Sea correcto o no, la aplicación de leyes tradicionales para delitos digitales no es viable. El pasado 31 de Julio Joel Tenenbaum, estudiante universitario norteamericano, fue multado con un total de 675,000$ por bajar y compartir 30 canciones protegidas por leyes de copyright. La suma supone que eso devolverá los gastos ocasionados de manera justa, pero es imposible saber cuál fue el daño real detrás de esas 30 canciones específicas: no se puede saber cuántas personas dejaron de comprar las canciones por Tenenbaum, ni quienes si terminaron haciéndolo precisamente gracias a la disponibilidad de las canciones. El caso, más allá de hacer justicia, evidentemente intenta ser un caso ejemplar que advierta sobre los peligros de bajar música ilegalmente. Sea ético o no queda a juicio de cada persona, pero es evidente que la intención no es hacer justicia. No es viable enjuiciar a cada una de las personas en el mundo que ha cometido este delito de esa manera. Es necesario encontrar una alternativa al asunto legal de la disponibilidad de la información.
Las historias que conformaron el género cyberpunk lograron recopilar tempranamente y quizás hasta inspirar un movimiento que tiene una vigencia indiscutible. China y otros países han comenzado a bloquear grandes partes de la Internet, mientras corporaciones utilizan todas las medidas legales posibles por eliminar lo que consideran una amenaza. Un nuevo medio masivo significa mucho más que solo una nueva forma de comunicación, es una lucha de poder constante, es un recurso de poder. Pero aún así, por más que se intenta regular y ocultar, hoy más que nunca la información parece tener la tendencia buscar un mayor alcance. En una entrevista hecha por la página digg.com, el músico Trent Reznor, líder de la banda de rock industrial Nine Inch Nails, afirmó ante la cuestión de su modelo de negocios: “Cuando te digo que te doy música gratis, realmente no depende de mí que te de música gratis: ya es gratis de cualquier forma, para quien quiera admitirlo. Básicamente cualquier pieza musical que quieras es gratis en Internet de cualquier forma.”
Caracas, 12 de agosto de 2009.
Christian Bogado Marsá.