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Camino a la Libertad: Para exorcizar el Stalinismo de ayer y de por ahora


Dirigida por Peter Weir, el equivalente australiano de Terrence Malick, también obsesionado por el fin de las utopías del hombre y su relación paradójica con la naturaleza. Protagonizada por un excepcional reparto encabezado por Jim Sturgess, Ed Harris, Colin Farrell, Saoirse Ronan y Mark Strong. Fotografiada con sensibilidad clásica y gusto por las panorámicas de David Lean, por parte del lente de Russell Boyd.
Los personajes atraviesan el bosque invernal, la montaña peligrosa y el desierto mortífero, a través de imágenes realistas y poéticas, en busca de su emancipación.
La estética rememora lo mejor de la carrera del autor y su vínculo con el autor de “Días del Cielo”. Para los dos, la historia sirve de pretexto para demostrar la misma tesis: la conversión del paraíso en infierno y la debacle del proyecto moderno, con sus ideas fuerza.
En el pasado, Peter Weir reflejó las contradicciones de las quimeras políticas de redención colectiva por medio de títulos menores y mayores de la talla de “The Year of Living Dangerously”, “La costa de los mosquitos”, “Único testigo”, “Sociedad de los Poetas Muertos” y “El show de Truman”, donde los sueños del socialismo y el capitalismo devenían en auténticas pesadillas para sus personajes centrales, mártires de la opresión del sistema, víctimas de sus delirios de grandeza en pos de la felicidad plena, héroes atomizados y derrotados por el entorno adverso, Quijotes vencidos por la realidad picaresca de su contexto “sanchesco” y “dantesco”.
A Peter Weir debemos reconocerle el mérito de la consistencia de su filmografía, signada por los conceptos duros de su generación. Es interesante, porque de un tiempo para acá, su obra sigue siendo un oasis de densidad en el Sahara líquido de la industria del entretenimiento. Aun así, tiende a adaptarse en el siglo XXI a los cánones del pensamiento débil, amén de sus pragmáticos cantos a la voluntad inquebrantable del sujeto por encima de las debilidades del estado, sea democrático o despótico.
En efecto, si antes no había escapatoria posible para las criaturas del realizador, actualmente les concede la oportunidad de triunfar y sobrevivir para contarla, después de caer en el abismo de la república y sucumbir al imperio del darwinismo.
Antes sus alter egos aprendían una lección a patadas y apenas guardaban energías para celebrar una victoria parcial hacia el desenlace. A veces, retornaban con el rabo entre las piernas a su rutina de costumbre, tras experimentar el fracaso y la bancarrota. Ahora, les permite cerrar con broche de oro sus aventuras de “Capitán de Mar y Tierra”, hasta coronarse en el altar de los ídolos y las individualidades ejemplares.
De repente, vuelca y concentra sus concesiones con el público, hacia el desenlace de sus libretos. De allí el éxito moderado de Truman en su agridulce “happy ending”, similar al del profesor derrotado de “La Sociedad de los Poetas Muertos”, abatido por las inclemencias y rigidéceses de la academia, pero despedido con la frente en alto por sus estudiantes. Virtud y defecto de su escritura personal de los géneros, del melodrama intimista a la tragedia coral.
En tal sentido, comprendemos y leemos las luces y sombras de “The Way Back”, cuya duración prolonga en demasía su trayectoria, al extremo de desviarla de su norte y obligarla a deambular en círculos para afianzar su carácter épico, de cara a las nominaciones al Óscar.
Peter Weir es un genio y sabe cómo agradar a su demanda cautiva de futuros electores de la academia. Varias veces los enamoró y fascinó. Con “Camino a la Libertad”, no pudo convencerlos de manera ecuménica, producto de llegar tarde a un terreno conocido(el de los desmanes de la dictadura roja y nazi), consecuencia de redundar en clichés de prisioneros fugados de campos de concentración.
De cualquier modo, la cinta es consecuente con la mirada del director e ilustra su extraño momento de transición, entre la vuelta a sus orígenes y su reinvención. Un loable intento saldado con un discreto resultado en “The Way Back”. Para la próxima, le tocará asumir un riesgo diferente y tomar una vereda distinta, próxima al atajo de Scorsese, Cameron y Spielberg con el 3D. La pastilla, el chute, la droga y el viagra capaz de explicar la longevidad de sus fábulas de veteranos de mil batallas.
Por ende, “Camino a la Libertad” quiere recuperar el tono magnánimo de “Lawrence de Arabia” y “Doctor Zhivago”, para embelesar a una audiencia educada por los formatos breves de youtube. Ergo, se interpone una brecha enorme entre emisor y receptor.
Encima, la extensión del segundo acto, conspira contra la paciencia del respetable. Por último, el tercero luce predecible y trillado. El escape se consuma y los pies del protagonistas se disuelven con material de archivo, alusivo al descalabro de la Unión Soviética en Polonia. Simplificación maniquea carente de matices y de planos paralelos. Terminamos con la típica demonización del bloque ruso, en defensa de la apertura del modelo occidental.
Los trotamundos llegan a la India Británica y son recibidos con beneplácito por sus aldeanos, dibujados con brocha gorda. Símbolo de la antropología inocente del autor. Su retrato del Tibet, igual roza el estereotipo.
Por fortuna, la balanza se equilibra gracias al oficio del conductor de la orquesta, quien dota de ambigüedad a sus villanos y redime a sus secundarios menos atractivos.
La secuencia de despedida de Colin Farrell es puro Peter Weir. El chico tatuado con la cara de Lenin en el pecho, prefiere regresar al fango de Stalin para continuar subvirtiéndolo desde adentro. Los demás huyen y emprenden la retirada. El decide retornar, quizás por masoquismo o resistencia al cambio. Nunca lo sabemos y la incertidumbre nos enriquece como perceptores.
Otros destellos de genialidad ocurren durante el desarrollo de la trama. Un joven ciego muere congelado atrapado por la alucinación. Los fugitivos desplazan con piedras y palos a una manada de lobos, para devorase su almuerzo. La civilización comulga con la barbarie en tiempos de necesidad y miseria. Distinguimos ecos de “Alive” por la tentación de la carne humana. En resumen, el Leviathan pervierte y corrompe las almas, para encerrarlas en su juego de reclusión, delación y canibalismo.
Del Big Brother neoliberal de “Truman Show”( versión contemporánea de 1984), pasamos al averno de la vigilancia y el castigo de la revolución de izquierda. Cárcel plasmada como un Auschwitz a cielo abierto, acechada por perros, fantasmas y Doctores Caligari. Espejo de nuestro Guetto de Varsovia, según la teoría de Giorgio Agamben. Retrato distante de la Cuba y de la Venezuela del siglo XXI. Por ello, la recomiendo. Habla de un asunto tabú para VTV y la propaganda oficial: el derrumbe del socialismo real en la patria de los bolcheviques.
Mutatis mutandis, su genocidio escandaloso es similar a nuestra masacre obscena de ciudadanos, a manos del hampa y amparada por el silencio cómplice y la autoncensura de la burocracia del PSUV. Al margen de las comparaciones, “Camino a la Libertad” expresa el malestar de la cultura ante la instauración de la hegemonía distópica, a costa de la disidencia y del derecho a la independencia. Peter Weir no escamita recursos para imprimir la dolorosa huella de la cacería de brujas, del espionaje y de la tortura en el seno de los centros penitenciarios de la URRS( no muy lejanos de nuestros Rodeos controlados con puño de hierro por los Pranes de la partida).
El primer tramo de la pieza desnuda la iniquidad y la violencia de los Gulags. Peter Weir los asocia con las alambradas y cercos de las películas sobre el esquizofrenia Nazi(“El Noveno Día”, “El Pianista”, “El Niño con la Pijama de Rayas”). Posteriormente, describe la acción del escape a la usanza de los tradicionales maestros del género carcelario. Verbigracia, disfrutamos de un homenaje obvio al Andréi Konchalovski de “Runaway Train”.
De nuevo, los reos luchan por su llegada a la puerta de salida, cual “Papillón”. Como era de esperarse, el autor los condena a un castigo peor: enfrentar en soledad a la ecología.
Acá descubrimos la visión idílica y a la vez pesimista de Peter Weir. Para él, la selva esconde belleza y monstruosidad. Una chica se les unirá a la pandilla de los convictos. Surgirá como una espectro y declinará en brazos del padre de Truman, Ed Harris, con su rostro curtido por la sal, la arena y el sol.
El agua y la energía serán bienes escasos. El autor recompensará con creces el empeño de sus figurantes en el epílogo. Los venezolanos evocaremos la ruta del documental criollo, “Más allá de la Cumbre”.
¿Problema primordial del guión, aparte de su extensión? Es basado en un libro acusado de adulterar datos y vender mentiras como verdades. Fue escrito como testimonio por Sławomir Rawicz, se titula “Long Walk” y básicamente sintetiza el plot de la película: su gloriosa evasión de Siberia, su insólita odisea y su arribo a la India por el Himalaya. Lastimosamente, la prensa comprobó la falsedad de su no ficción.
Al respecto, citamos a Wikipedia: “la BBC publicó un informe basado en antiguos registros soviéticos,4 incluyendo «declaraciones» supuestamente escritas por el mismo Rawicz, que muestran que Rawicz habría sido liberado como parte de la amnistía general de 1942 de los polacos en la URSS y posteriormente transportado a través del mar Caspio a un campo de refugiados en Irán, por lo que los hechos relatados en su libro serían falsos”.
Es lógico sospechar entonces de la credibilidad de “Camino a la Libertad”. Peter Weir comete el error de brindarle legitimidad a una leyenda y a un mito cuestionados por el gremio periodístico. Es el talón de Aquiles del largometraje.
¿Inspirada en una historia real?

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