Tres hembras y un macho; era muy temprano para determinar el resultado de la mezcla, ya que estaban muy pequeños todavía. Con el tiempo fueron definiendo su fisonomía, y terminaron siendo unos extraordinarios animales. Fiel a mi convicción, decidí secretamente que sólo uno de ellos sería considerado de mi propiedad, y los demás pasarían a ser los «perros de la casa». Las perras, más bien, pues resolví quedarme con el macho. Me recordaba en algo a Capi, más que todo por su carácter, puesto que era bastante peludo y de regular tamaño. Las orejas eran lo único que delataban su porcentaje de Gran Danés. Para seguir con la tradición literaria lo bauticé como Hamlet, en homenaje a su ascendente nórdico.
El año de la muerte de Capi coincidió con mi último curso de bachillerato. Tenía una importante decisión por delante, el derrotero que le iba a fijar a mi vida. Dentro de mí se debatían dos posiciones: el lado romántico, que me impulsaba a seguir alguna carrera relacionada con las letras, y el práctico que me llevaba hacia la ingeniería. En mi casa me dejaron bastante campo de acción, aunque se que en el fondo se hubieran horrorizado con la primera alternativa, la que en su conservadora visión me llevaría a ser un bohemio, como el tío borracho – hermano de mamá – que componía versos y se la pasaba metido en líos de faldas. Al final prevaleció el aspecto práctico, y me inscribí en la facultad de ingeniería de la Universidad de mayor prestigio en la capital. Bueno, en la única que había.
En julio acabó por fin el quinto año de bachillerato, y pasé unas vacaciones, las últimas de mi etapa adolescente, bastante raras. Ya no sentía placer en hacer las cosas que hacía antes; los juegos de pelota en la calle, las batidas en busca de mangos, los paseos al centro comercial con la cuerdita de amigos me parecían actividades sonsas y ridículas. Ya había probado hembra, y me estaba haciendo falta el calor femenino. Hubiera podido obtener el amor por caminos mercenarios, como hacían los otros, pero me espantaba tanto la posibilidad de ser visto como la de contraer alguna enfermedad «venérea», como le decían antes. Al ser mi colegio de varones, no tenía muchas oportunidades de conocer muchachas, salvo las hermanas de los compañeros – que estaban rigurosamente vedadas, según un tácito y decimonónico código de honor. Así que me la pasaba atormentado con el recuerdo de Margarita. Hamlet era casi mi único compañero; había tomado como rutina efectuar largos paseos con él por los senderos de la montaña que le sirve de cornisa a la ciudad, en procura de distracción y cansancio para mitigar mis urgencias. Mi perro era infatigable, subía el cerro con una habilidad pasmosa y muchas veces me dejaba atrás, y se paraba a esperarme en algún recodo sombreado del camino, jadeante pero feliz. En ese par de meses consolidamos una gran relación, siendo casi inseparables. Pero como todo, ese período llegó a su fin.
El primer día en la universidad debe ser memorable, según cuenta la tradición oral y fílmica; tenía bastantes expectativas y estaba preparado para el consabido bautizo a base de huevos podridos, y la rapada de pelo sacramental. Sin embargo no fue así. El ambiente estaba tenso, una sensación de calma previa a la tempestad podía sentirse en el aire. Me extrañó ver piquetes de soldados apostados en la entrada de la casa de estudios. No conocía a nadie, puesto que ningún compañero de salón había quedado en mi facultad, y estaba bastante desorientado. De pronto se escuchó una explosión, y el aire se enrareció con una especie de neblina, al tiempo que sentí una sensación de ahogo y ardor en los ojos. Tuve mi bautizo, pero de gases lacrimógenos. Todo fue un gran caos: vi gente corriendo por doquier, mientras por mi parte estaba parado estático sin saber qué hacer.
– Vente para acá – me dijo una voz desprovista de cuerpo en ese momento, mientras me halaban por un brazo – te van a llevar por el medio los militares.
Me arrastraron hacia una especie de seto, para mi mala suerte de arbustos espinosos. Pero no podía darme el lujo de protestar, puesto que de no haberme movido tal vez hubiera corrido peores consecuencias.
Cuando pude medio recuperarme, pregunté a mi repentino salvador:
-¿Que está pasando?
-Estos nuevos… una redada, están buscando a los comunistas.
-¿Y aquí hay comunistas?- pregunté angustiado, demostrando mi enorme ignorancia e ingenuidad; para ese entonces los comunistas – para mí – eran extraños seres que comían niños y constituían una gran pero imprecisa amenaza.
-Claro que hay comunistas. Pero cállate, no nos vayan a encontrar. Sígueme.
Nos fuimos arrastrando tras el seto, hasta llegar a una edificación, a la que entramos corriendo.
-Bueno, ahora a esperar que se calmen las cosas un poco para poder salir -dijo la persona que me había sacado del apuro. En ese momento pude distinguirla: era un muchacho algo mayor que yo. Junto con nosotros estaban otras 4 o 5 personas más, las cuales habían utilizado nuestra misma vía de escape. No me hubiera esperado nunca tal bienvenida a la universidad; si ese era el primer día, no me figuraba lo que podría pasar en adelante.
-¿Y esto es siempre así? -pregunté tras acumular algo de valor, tratando infructuosamente de no sonar estúpido.
-No, solamente de lunes a viernes- fue la respuesta irónica de una de las personas que estaba allí. – ¡Pero preséntate, nuevo! Nombre y facultad.
-Me llamo Tomás, y voy a estudiar ingeniería.
-¿Y que hacías en la facultad de Humanidades?
-No lo sabía, este es mi primer día.
-Ay, vale. Estás comenzando mal. Mira, no es por asustarte, pero esta es la facultad más candela de la universidad. Te recomiendo mantenerte lejos de ella, a menos que te guste tragar gases y escuchar plomo. Por tu facultad de geniecitos las cosas son más calmadas,ustedes no se meten en problemas. Pero éste es territorio apache.
Esas palabras despertaron mi instinto aventurero, alimentado por mis frecuentes lecturas. ¿Que no iba a frecuentar esa facultad? Estaba por verse.
101 dálmatas con guerrilla, es como mi infancia. Me gusta…
¡Gracias por leer y comentar! Acabo de hacerle unos pequeños «ajustes técnicos», creo que lo escribí demasiado de prisa y le faltó control de calidad.