Bienvenidos al capitalismo del desastre en la era del socialismo caviar del siglo XXI, donde como en Cuba, la supervivencia depende de la prostitución de los cuerpos y la instauración de una economía de la crisis, dependiente del sector de servicios, cero productiva y absolutamente dominada por el comercio con una moneda débil o dolarizada por el mercado negro, tal como el final de “Habana Eva” y los mensajes moralistas de “El Chico que Miente” y “Hora Menos”.
Ante la depresión del aparato industrial, el cine nacional apuesta de lleno por una moraleja peligrosa a largo plazo: vendernos la idea de la salvación de la patria y la humanidad, a costa de la utopía de los emprendedores contemporáneos, montados en la ola del mar de la felicidad. ¿Ello guarda relación con el tema de hoy? De hecho es el mejor ejemplo a la mano.
De entrada, Expo Tattoo sería la síntesis perfecta de un modelo de país, condenado al fracaso, casi como una parodia tragicómica del paradigma antes aludido. ¿Cuál es su principal característica? El establecimiento y la legitimación de un sistema viral y comunal de chiringuitos, medio informal, pirata y caótico, como respuesta a la destrucción de la empresa privada, al hundimiento de la burocracia nacional y al deslave de la administración pública.
En vista de la falta de empleo y de oportunidades, los balseros criollos se las arreglan para sobrevivir y no morir en el intento, bajo la concreción de un pequeño sueño individual. Algunos la pegan del techo y marcan el rumbo. Otros se adaptan por necesidad y explotan el nicho por mero pragmatismo.
En tal sentido, Emilio González es pionero en lo suyo, dentro de Venezuela, porque descubrió en la modificación de su aspecto, un nicho para conquistar el mundo, enriquecerse y abrir su tienda insurgente al margen de la cultura ortodoxa, chavista y de oposición.
No le debe nada a nadie y labró su fama a punta de trabajo. Es imposible no reconocerle méritos y celebrarlo por el éxito de su iniciativa comanche, suicida, carente de precedentes en la Quinta República. De paso, es un tipo simpático, carismático, sensible e inteligente. Cuando agarra un micrófono, te partes de la risa por el humor negro de sus intervenciones y por la espontánea comicidad de sus salidas políticamente incorrectas. Ojalá la pacata televisión criolla le brinde la ocasión de contar con un programa nocturno.
Verbigracia, Nat Geo rompió con el “Tabú” y lo convirtió en el protagonista de una estupenda serie documental. Todavía aguardamos por su replica en Caracas. Quizás somos muy conservadores en la caja chica. Culpa de la ley resorte, de seguro.
Sea como sea, Emilio encarna el ápice de una pirámide social, no necesariamente igual de pana, sana, humanista y esperanzadora. Detrás de él, abundan los oportunistas y recién llegados, los interesados y los especuladores, únicamente preocupados por resolverse la vida a nombre de la aplicación de costosas operaciones subdermales y transdermales.
Por supuesto, Emilio tampoco es un corderito de dios, y como líder de su prole, aprovecha para sacarle el máximo beneficio a su imagen escandalosa, a su mina de oro.
En efecto, lo acusan de banalizar y mediatizar su espectáculo de la diferencia, para reducirlo a la condición de un circo ambulante, de un freak show de la alteridad, destinado a servirle de plataforma maquiavélica para sus fines mercantiles. De ahí la semejanza con la franquicia, de explotación global, de “Aunque usted no lo crea”.
En consecuencia, para compartir con ellos y sus monstruos de feria ambulante, debes pagar varios diezmos.
Solo 80 bolívares para entrar al “Expo Tattoo” y 50 aparte para tomarte fotos con la gran atracción del encuentro de fenómenos: La Mujer Vampiro, una suerte de Miss Universo bizarra de las cirugías plásticas de ascendencia gótica, una especie de máquina mutante de ganar dinero, una versión frívola y ridículamente inofensiva de Orlan, la artista francesa de agitación dedicada a intervenir su físico para sacudir los cimientos de la puritana comunidad europea de posguerra. Sus performances causaron verdadero impacto en el siglo XX, convulsionaron el planeta, desafiaron el orden establecido y definieron una tendencia problemática y apocalíptica, ajena a los juegos financieros de los integrados. Pronto la deglutieron y transformaron su propuesta de vanguardia en la moneda corriente del gremio de la moda.
Hoy es el lugar común del mainstream, de la publicidad marchosa, de la ola de rebelarse vende, del imperio de lo cool y del reinado del kistch excéntrico, por cortesía de figuras como Marilyn Manson y Lady Gaga.
Por tanto, María José Cristerna, alias la “Mujer Vampiro”, es una muñeca dark a escala real, construida y diseñada con los propios recursos de su generación Frankestein. Resumen de la ciencia ficción distópica y pesadillesca, domesticada por el afán de lucro colectivo de manifestar la personalidad a través del look. Evidente síntoma de la “Transexualidad”, pragmática y egocéntrica, deconstruida por Jean Baudrillard en sus libros y ensayos de los ochenta.
Frente al declive de las ideologías y de los credos del pasado, surgen entonces las individualidades, de pensamiento débil, del presente. A rasgos generales, ellas encubren el vacío de su fondo con sus formas retadoras de villanos terroríficos de la Universal Studios.
Son los hijos perdidos de Boris Karloff, Long Chaney, James Whale y Tod Browning.
Seres despojados de cerebro, en estado de anarquía y subversión, y desprovistos de proyecto de emancipación, a no ser el de la liberación de sus mismas deudas. La descendiente de Drácula sale del closet para chuparte la sangre de tu cuenta corriente.
Antes los quemaban en la hoguera de la inquisición. Ahora exhiben el fuego de su atrevimiento delante de los ojos atónicos de un publico condescendiente y desconocedor de la historia en la materia.
Ya no resisten o disienten. Se limitan a posar y a cobrar por ello para las cámaras de Globovisión y compañía, como Emilio y María José, mientras se embolsillan cincuenta billetes por la transacción.
Soy testigo de un curioso y absurdo ritual bancario, al lado de mi querida, Claudia Requena.
Emilio suda y luce cansado, codo a codo con “La Mujer Vampiro”. Ambos firman afiches sin parar, como si fuesen cheques al portador. Por cada uno, reciben la susodicha recompensa y se la guardan en el bolsillo. No hay mayor poesía en la admiración de su procedimiento mecánico. Ni siquiera existe la indemnización de sentir empatía por el ascenso del humor involuntario. La escena es triste y prosaica.
Al arribar, hacemos una cola de 45 minutos para acceder al recinto. En las cercanías del City Market, un taxista nos tira el carro, intentando sortear la cola. Adentro lleva un pasajero mal herido y su cabina funge de ambulancia improvisada. Un sombrío presagio de nuestra odisea por emprender a continuación.
Estacionamos en el Melia, porque el City Market anda reventado, y también cobran un ojo de la cara. Irónicamente, es el santuario de la boliburguesía. Allí comen, duermen y arman orgías los magnates de la revolución. Nosotros seguimos desangrándonos, segundo por segundo. Comemos afuera para ahorrar. Anoten cien bolos de más a la cuenta, por comprar chucherías.
Finalmente, luego de atravesar las alcabalas, ascendemos al Galpón desnudo de Emilio, María José y sus incondicionales. Adentro el ambiente es de bazar de navidad con pequeños “stands”, tipo feria del libro del CIEC de la Universidad Metropolitana. Par de birras para saciar la sed y recargar baterías.
Los Humanoides tocan su música refrita, por control remoto, y suenan a una caja de ruido, con botones para oír ritmos de “Plastilina Mosh”, “Daft Punk”, “Metro Zubdivision” y “Kraftwerk”. Una cursilada vieja y con fecha de caducidad vencida. Prefiero “Deadmau5” o a un “diyei tuki” de Petare.
Hubiesen contratado a Hase. No andan con “chous” y es un tipo serio en lo del arte freak.
Por fortuna, hay gente humilde y sensata alrededor, ganándose el pan. Observamos a múltiples exponentes de la especialidad, fajándose con la tina in situ. Asumimos nuestro barranco y nuestra condición de cucarachas en baile de gallina. Somos los invasores y los extranjeros en la tierra de los corsarios y de los nuevos bárbaros. Tres o cuatro confundidos, nos ven con mala cara y nos tratan con intolerancia.
Después se quejan y victimizan cuando los discriminan. Me choca la doble moral de cierta gente tatuada como “La Mujer Vampiro”, al invocar comprensión y conciencia.
Luego asumen una impostura de damas engreídas, con complejo de superioridad, en el contacto con el espectador pedestre y silvestre, como yo. Apelan a la caridad y a la bandera del amor. De inmediato, sacan los dientes y te buscan pleito por cruzarles la vista. Una jeva y un tipo se me acercan para intimidarme. Me hacen el numerito de “estoy tatuado y tu no, entonces arranca”. Finjo demencia, los ignoro y no les sigo corriente. No me van a asustar o a espantar con su pintica de Lisbeth Salander de la quemazón. Estoy curado y soy inmune a la violencia de cartón. Muchos viven del fanfarroneo por aquí. Conmigo no.
Posteriormente, atisbamos un momento para el recuerdo. Claudia me dice: fíjate, idéntico a “El Perro Andaluz”. En una pantalla de plasma, difunden un video en vivo de un chamo con la lengua afuera sujetada por dos pinzas. Acto seguido, le cortan la lengua en dos y él sonríe. Cae sangre. Pienso en la infravalorización del surrealismo de Buñuel y en la democratización criolla de la porno tortura, con un objetivo infantil de asustar, llamar la atención y atraer a la clientela cautiva.
Me siento como en una extremidad de un mercado de buhoneros, donde practican ortodoxia chimba. Sacan tatuajes como locos, al estilo “fast food”, y con equipos supuestamente esterilizados. Por favor, no sean hipócritas. Es conocida la propensión de reciclar y reutilizar agujas, para ahorrar. Aun así, muchos trabajan con mística y oficio. Ergo, no podemos generalizar.
Unos equivocados se cotizan en dólares. Descubro tatuajes y tatuados de diferentes dimensiones, proporciones y pegadas. Noto homogeneidad y uniformidad. La mayoría lo hace por esnobismo y necesidad de incorporarse a la tribu. Es la liturgia para conseguir el boleto de acceso. La minoría emplea su identidad como lienzo para la auténtica exploración y experimentación. Disfruto de la consistencia de caballeros oscuros, curtidos en mil batallas. Abomino de chicos fofos como Joaquín De Lima, alienados y empeñados en parecerse a un cliché de “Avatar”. Los jóvenes enajenados por castillos de naipes, son legión por acá. A veces, el espacio peca de sectario y excluyente. Termina siendo un círculo vicioso para tirar cohetes, suspenderse con cables y consumir.
Extraño reflexión, discusión y ánimo de autocrítica.
En Expo Tattoo 2012, todos se sienten seguros de sí mismos y convencidos de la genialidad de su talento.
En realidad, es una creatividad de grado cero, subsidiaria del pop e incapaz de soportar el menor análisis. Es lo normal en “Candem Town”.
Tanta falsa intensidad, agota y se revierte contra sus promotores, salvo contadas excepciones.
En conclusión, me voy con la certeza de testimoniar la concreción de la teoría de la absorción de la demanda alternativa, por una oferta concentrada en las manos de un monopolio reaccionario.
Chicos engañando a chicos, a cambio de sus escasas propiedades.
Chicos jugando a sembrar el pánico, para alimentarse la voluntad de poder.
Chicos tirándoselas de ratas, con cierta solemnidad choronga.
Chicos nostálgicos del fango y del carnaval permanente.
Chicos de truco o treta de un Hallowen anacrónico y clonado de una fantasía de Tim Burton.
Chicos de rebaja y de saldo.
Chicos derivados del colapso de la asistencia y del estado del bienestar.
Chicos de chiringuitos y de una clase media arrogante y parasitaria.
Chicos de su tiempo.
Chicos bohemios de corazón yuppie.
Chicos sensacionalistas y amarillistas por acto reflejo.
Chicos white trash y metal punks aspirando a sus quince minutos de estrellato.
Chicos lobotomizados por Facebook.
Chicas Diosa Canales en clave de fetiches manga.
Chicos hedonistas y dionisiácos para disimular su filosofía apolínea.
Chicos con shots de tequilas en sus orejas y camisas rojas rojitas.
Chicos en su burbuja de cristal del miedo.
Chicos Insane Clowns.
Ya no significan una amenaza para nadie.
Ellos mismos se apaciguaron.
El presidente duerme tranquilo con la foto de Rosines, cargando su fajo de billetes, en la mesa de noche.
Emilio y La Mujer Vampiro se podrían tomar una foto igual.
El domingo Mary queria ir, pero yo me negue firmente, por razones muy parecidas a las que expones aqui. Pero ams que todo debido a que ellos desvirtuaban el concepto de tatuaje y lo hacian para satisfacer sus propias fantasias patologicas.
El tatuaje de la cara, por lo menos era practicado ampliamente en la cultura maori en Nueva zelanda, pero ahi tenia otro significado, tu veias a alguien y sabias, cuando nacio, quienes eran sus padres y las hazañas que habian realizado, ya que todo eso estaba tatuado en su cara y sus cuerpos. El mismo Ossi el hombre de hielo descubierto en europa tenia tatuajes rituales en su cuerpo, quizas tenian las misma funcion que los tatuajes maories; dar informacion sobre el individuo y su propia vida.
Bajo esa premisa yo tengo un tatuaje; la molecula del LSD realizada en medio de una rumba de cuatro dias donde me alimentaba de alcohol, pero al parecer tuve suficiente presencia de hacerme algo significativo.
(el cual fue borrado por presiones de mi pareja en ese momento. Eso duele mas)
Si lo vemos a ellos, con la optica antropologica ¿que nos estan diciendo de ellos mismos? ¿vale la pena siquiera saberlo?