Seguimos Patas Arriba en muchos sentidos. “Cabimas” describe un país y una ciudad de “Patas Arriba” por la afirmación y negación de su herencia petrolera. Además, es una película con cinco “Patas Arriba” del resto de las producciones locales. Para terminar, su estreno reafirma nuestro eterno problema de distribución.
Arrancó con cuatro copias en su primera semana, y siete días después, permanece en la cartelera de milagro, solo por una cuestión de trámite. Suena duro pero es la realidad.
Las grandes cadenas aguardan por su muerte lenta, para sustituirla por una de sus piezas nominadas al Óscar, con potencial taquillero. Es una lástima porque no saben y tampoco les interesa vender adecuadamente sus trabajos nacionales. Les hacen una mínima y pésima campaña de publicidad, carente de ingenio y de visión. Les recomendaría atacar mercados específicos y no promocionar todas sus cintas criollas por igual.
Con todo y para no extender mucho el comentario anterior, “Cabimas” prolonga la buena racha iniciada con “Patas Arriba” hacia finales del 2011. Legalmente, el nuevo largometraje de Jacobo Penzo sería el primer lanzamiento vernáculo de la temporada 2012.
En tal sentido, las alarmas de la recaudación siguen encendidas en el patio local. Al margen de sus virtudes, el film sufre una hemorragia financiera incontenible, a consecuencia de su divorcio con el grueso de los espectadores. Efecto quizás de las cuestiones aludidas al principio. En cualquier caso, para no echarle la culpa a los chivos expiatorios de costumbre, la obra no cuenta con el apoyo masivo de la audiencia. “Noticine” debió dedicarle un especial y una entrevista a su realizador, en vez de continuar reciclando a sus fotos fijas para celebrar el aniversario de la industria venezolana.
Por ende, asistimos al Centro Lido a descubrir el contenido de “Cabimas”, el martes pasado a las siete de la noche. Habían exactamente siete personas en la sala. A la mitad de la función, una pareja de tórtolos abandonó el recinto. Entraron por inercia, sin la debida orientación y salieron al no encontrar una recompensa inmediata a sus necesidades de entretenimiento y evasión. De hecho, allí reside la principal fortaleza de la producción, así como su enorme brecha con el discurso populista legitimado y aceptado por el receptor común, tras años de programación y condicionamiento intelectual.
Cultivamos un target amorfo, homogéneo e indiferenciado, incapaz de comprender y leer formas alternativas de expresión. Por consiguiente, los perdemos al romper con algunos de los patrones canónicos y ecuménicos.
Ergo, “Cabimas” choca de lleno contra el muro de la incomprensión y la intolerancia de las sensibilidades demagógicas de hoy en día, mal acostumbradas al pan y circo de “Er Conde Jones”. Ahí radica la apuesta, casi kamikaze y solitaria, del viejo zorro, Jacobo Penzo, curtido en mil batallas. Ya lo anunció en “Borrador” y lo volvió a hacer con “Cabimas”.
En tiempos de conservadurismo y repliegue reaccionario de los relatos, él opta por una vía y un camino de expresión diferente, fuera de las convenciones dramáticas y narrativas pactadas por los noveles autores con sus consumidores cautivos. Grosso modo, “Cabimas” es una bofetada al cine complaciente de la Quinta República, a la corrección política del CNAC y de la Villa, al despliegue de postales y de historias superfluas de la generación de relevo.
Jacobo Penzo quiere recuperar una bandera de densidad experimental, relegada a un segundo plano por la vocación pragmática de conquistar corazones y mentalidades empaquetadas. Para ello, invoca a los fantasmas de la modernidad, nacional e internacional, y los pone a jugar una partida de ajedrez con los muertos vivientes de la posmodernidad.
El resultado es un poema espectral, un ensayo urgente y desenfadado, un híbrido entre la ficción y la no ficción, bañado de tinta oscura, plagado de mensajes ocultas, lleno de códigos cifrados, generoso en reflexiones apocalípticas y metalinguísticas. Un palimpsesto habitado por los sueños y las pesadillas distópicas de un país cerrado al pasado, privado de memoria y perdido en la traducción.
“Cabimas” rinde tributo al arte neorrealista y comprometido de Pasollini, Marker, Ulive, Rebolledo, Pino Solanas, Octavio Gettino y Edmundo Aray. Reescribe el precedente de nuestro “Pozo Muerto” para abogar por una siembra del petróleo, a la manera de Úslar, pero alejada de los complejos de culpa del vano ayer.
Con la excusa de rodar un documental sobre la explosión del “Barroso 2” en 1922, Jacobo Penzo regresa al lugar donde comenzó todo, al sitio de origen, para rastrear el impacto de su historia en el siglo XXI. Un alter ego del realizador nos revela con imágenes y voces en off, el estado de descomposición de la utopía, Cabimas, condenada al desamparo de los tristes trópicos y reconvertida en una antesala del infierno, donde el paisaje desértico se combina con el testimonio demoledor de un lago insalubre, sometido al destino inclemente de la contaminación irremediable.
La lenteja verde figura en la pantalla como reflejo de la erosión de un entorno y un contexto sombrío, empantanado. La propia construcción del montaje y de la sintaxis, apuntan en una dirección semejante.
La trama es deliberadamente caótica, confusa, mezclando recuerdos con acciones y entrevistas impresionantes con planos de un enorme valor semiótico, a pesar de su aparente feísmo estético.
A “Cabimas” no se le puede proyectar y perfilar de otra forma. A “Cabimas” no lo encaja un calendario exótico de encuadres bonitos, composiciones hermosas y fotografías de calendario. Jacobo retrata a “Cabimas” como una síntesis del “Cinema Vérite” en la época del triunfo del formato digital.
No les quepa la menor duda. “Cabimas” contiene la mejor galería de tomas inquietantes del cine contemporáneo venezolano. Si Arvelo y Anzola se refugian en un mar de cosas bellas, Penzo cumple con desnudar la trampa de ellos, al reflejar el lado oscuro de la última bonanza petrolera.
Por ratos, amenaza con derivar hacia una cuña de los empleados de la nueva PDSVA. Por fortuna, jamás sentimos la intención de elevar un canto o una apología banal, para el gusto de Rafael Ramírez y los miembros del PSUV. Podemos reclamarle su evasión del tema del paro. Un hiato insondable de la trama. Aquí observamos cierta prudencia. Quizás no existía el interés de manchar el discurso con la eterna diatriba de la polarización. Es la única realidad problemática omitida por “Cabimas”. Quedará para su debate.
Otros detalles para la discusión, responden al acabado de la propuesta. Mi estimada Claudia Requena, encuentra fallida la ejecución en el ámbito de la ficción. Advierte la omnipresencia de estereotipos y de argumentos forzados. Le mueve a la sospecha la intervención de “escenas recreadas” en estudio y de efectos especiales en ordenador, de baja resolución y escasa credibilidad. Encima, el reparto es un hueso duro de roer.
Comparto con ella, la preocupación por la nula consistencia de segmentos como el del robo, el diálogo con el americano y las inverosímiles interpretaciones de los secundarios, amén de sus psicologías de manual y sus desvíos de unitario a lo “Archivo Criminal”. Verbigracia, el fragmento en la cama con los jóvenes, típico de una telenovela.
En su descargo, “Cabimas” cuenta con un espeso barril de energía documental, cuya solidez equilibra la balanza a favor del autor. De haber sido un documental puro y duro, “Cabimas” alcanzaría el status de obra maestra. Lastimosamente, su tratamiento de ficción la descompensa y la desinfla.
Sea como sea, estoy satisfecho y considero positivo el empeño. Cada quien tendrá la ocasión de juzgarlo de ahora en adelante. Les recomiendo verla sin prejuicios y disfrutar de sus momentos logrados: todas las caminatas y las palabras de los entrevistados, la deconstrucción del monumento bufo al Barroso 2, la comparación de Cabimas con una mujer y la desmitificación de la fiesta de San Benito. ¿ Por qué lo llenan de alcohol? ¿Por qué lo aprovechan como una celebración del escapismo, la evasión hedonista y la tapadera de nuestras raíces petroleras?
“Cabimas” ofrece las claves para responder a dichas interrogantes. Hacía falta reencontrar al país fracturado en la pantalla.
El registro de una fiesta en la calle, con botellas de ron en la mano, acaba con el reino de la censura y de la tranquilidad dentro del cine nacional.
Nos despierta la incertidumbre y la remembranza de aquel otro estupendo documental sobre el tema, “Nuestro Petróleo y Otros Cuentos”, silenciado por las autoridades oficiales.
Ojalá no suceda lo mismo con “Cabimas”.