Déjala, suelta libre, que ella quiere ser tu demonio interno
y mientras se distancia, su sombra crece, cubriéndote entero, eterno.
Cierra los ojos, no le des con tu brillo un obstáculo más
que de nada sirve la fuerza ni aferrarse a un sueño que no será.
Húndete, luego, en el bosque más profundo, más intenso
para que sus brazos, convertidos en verdes ramas, te oculten el sol
y no veas nunca nada, más nunca, un rayo de luz.
Que vuele, siempre quiso ser ave
Que corra, como tierna liebre.