“Esta es una joya semiológica a ser devorada lentamente, con salsa de McLuhan y jugo de Baudrillard, por favor”
(Gracias a Vicente por la idea)
Pareciera un acto espontaneo pero no lo es. En El Teatro Teresa Carreño se ha repetido la misma situación. Un niño tiene la intención de ir hacia Hugo Chávez, al principio pareciera que la seguridad no lo deja o los padres no lo dejan subirse a la tarima, pero Chávez insiste, dice “Déjalo”, “Qué lo dejes, chico”, en esta ocasión, el niño corre y es recibido por un Chávez cariñoso que lo carga y lo sienta en la mesa. El niño cumple con su objetivo principal, la única razón por la que entiende está ahí: entregar una carta. Tampoco es la primera vez que sucede, es ya una práctica en las alocuciones presidenciales.
Pero antes de leer la carta, Chávez empieza a romper el hielo con el niño (estas situaciones se aprovechan al máximo). ¿Qué tal? ¿Cómo tú te llamas? (Elier) ¿Cuántos años tienes? (dos) ¡Tú corres bien duro, catire! (El niño no es rubio, pero sí blanco y de pelo castaño oscuro, de todos modos hay que poner una etiqueta, clasificar, da cierta cercanía y sensación de confianza, el niño no es rubio pero él le llama “catire” porque es blanco).
¿De dónde eres? (No sabe/ no responde). El público grita algo indescifrable. ¿Llanero? El público insiste hasta que Chávez entiende: Magallanero (risas). Chávez es del equipo de beisbol, Navegantes del Magallanes, aunque la pregunta “en dónde vive el niño” no tiene relación con la filiación deportiva del niño, la audiencia en un razonamiento improbable, desvía la pregunta, aprovechando la ocasión para, motivados por algún ocurrente, darle un motivo de alegría al líder.
Una vez cumplido el protocolo, se va al grano: ¿Esta carta quién me la manda? (Mi mamá). El público ríe. Chávez comienza a leer. Salta cosas, dice algunas que considera pertinente. Maribel ¿Así se llama tu mamá? (Sí) Mira ¿Y tú estás en el colegio? (Sí) ¿Y comiste? (Sí)
“Entonces, aquí ella dice que tiene tres hijos, 15, 14 y el bebé”. En ese momento se observa, claramente, que el niño empieza a recordar algo (ojos arriba y a la izquierda). Dice algo que Chávez no logra escuchar, pero le pide que repita lo que dijo sobre su hermano, esta vez le pone el micrófono, el niño repite: “Que lo mataron”.
En este punto, es un verdadero espectáculo ver cómo un hombre como Chávez, un verdadero show man, que maneja el escenario con experticia, reaccionar ante una eventualidad, el quiebre del esquema, una respuesta que representa el peor escenario posible. Parte de la audiencia, ante la respuesta del niño, ríe, débilmente, pero lo hace. Tal vez no entendieron, tal vez, encantados, tal vez, presos del éxtasis, una reacción retardada, o tal vez, para darle ánimo al líder por el desafortunado giro de eventos, ¿Cómplices? ¿Lobotomisados por las emociones más primitivas?
Pero un hombre con tantas horas de televisión en vivo encima no se puede permitir un error de cálculo tan básico. Y a pesar de que se estila mantener la sintonía con la audiencia, en este caso, él no puede reír. Aquí priva la ley de la cámara en primer plano, y son muchos más los que ven y escuchan, que quienes están reunidos en el Teatro Teresa Carreño, economía del gesto. Cara de impacto, de afligido, empatía fingida pura ante la tragedia del niño, empieza a sobarlo, el contacto físico es impagable, él sabe que ese gesto reconforta, y tiene que hacerlo, porque el niño se ve triste y todo el mundo está viendo.
Remonta la estocada, muy mal herido, y continúa leyendo para sí la carta. Llama a la ministra para que vaya a hablar con Maribel, para ayudarla, tiene tres hijos. “Conchale, presidente, ayúdeme”, dice la carta. Le he escrito a todo el mundo (estado fracasado incapaz de ejercer sus funciones). “Tengo una cooperativa, siete años barriendo en la calle”. Chávez consigue una solución, aparte de conseguirle una cita a Maribel con la ministra, Maribel puede incorporarse a la gran misión hijos de Venezuela. Obviando el hecho de que la cooperativa, bandera de su gestión, ha fracasado para proveer de estabilidad económica a una familia.
Mientras esto se dice, continúa el contacto físico con el niño, y después debe dirigirse a él, para cerrar el número: ¡Y tú pa la escuela, oíste! ¿Ok? ¿Está bien? (El niño permanece abstraído en sus pensamientos). ¡Y a vivir! Dice Chávez, eso es lo que nos queda, ¡y tú ya tienes esa estampa…!
Los esfuerzos para remendar el “incidente” parecieran perdidos, la cara del niño es muy elocuente, de tristeza. Mientras Chávez hablaba, él seguía pensando. Ante un monstruo del espectáculo desesperado, el niño, sin saberlo, lanza el salvavidas: “No tenemos casa”. Esa frase es imposible de desaprovechar por un demagogo de la envergadura de Chávez: “¡Tendrán casa! ¡Y vida! ¡Qué te lo juro, oíste! ¡Chócala, pues! ¡Más nada! ¡Otra vez!» El niño, finalmente, reacciona, el público también, vuelve el entusiasmo, deliran ante una remontada brillante, digna de un monstruo del espectáculo.
II
Aquí los niños son representación de lo puro, seres aún no corrompidos. Esa inocencia les da acceso directo al líder, ellos pueden romper los protocolos, superar todas las barreras y hacer lo que muchos quisieran y no pueden: hablar directamente con él. Desde el punto de vista religioso, son ángeles. A Cristo le gustaban los niños, a Chávez también, ellos se entienden en otro nivel de pureza. Los niños aquí son, entonces, emisarios privilegiados.
Los niños son seres que por naturaleza conmueven y activan la empatía del más duro carácter. Los niños son, por lo general, tiernos, irreverentes, frescos, espontáneos y trasmite todas esas cualidades a la persona, que en un momento dado, interactúa con ellos para alcanzar un objetivo. Pero también, los niños, por razones físicas y psicológicas, son más manejables, se les distrae fácilmente, se les hace reír fácilmente y la conversación es dirigida por el interlocutor adulto.
Y esas razones hacen que los niños traigan muchos beneficios a la hora de persuadir emocionalmente a las masas, tanto como para vender un suavizante como para mantener adeptos políticos.
La utilización de niños durante la era chavista es toda una tradición que ha traído y sigue generando mucha controversia. Si se hace una búsqueda superficial en youtube se consiguen cinco videos de Chávez interactuando con niños y la dinámica se repiten mecánicamente: 1.Déjalo pasar 2. Niño entrega carta 3. Resolveremos el problema. Entre los tres pasos, múltiples muestras de cariño.
Hay un vídeo que explica la razón por la que esta práctica sigue siendo tan efectiva y utilizada por el mandatario, a pesar de que se corren riesgos, como en toda acción que estén involucrados seres humanos: Hay un vídeo que se llama “Chávez y el niño de la galleta”, agosto, 13, 2008. En él se repite el mismo procedimiento: dejen al niño pasar, el niño llega a la tarima, entrega una carta, pero antes de leerla, se sigue el protocolo de rigor (¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿De dónde eres?).
El niño, de tres años, casualmente, está comiendo galleta, no se le entiende lo que dice. Chávez le pregunta “¿Qué me trajiste?” “Galleta” responde el niño. “Dame, pues”. Y el niño procede a sacarse unos grumos de la boca y ofrecérselos a Chávez, quien sin dudar un segundo, chupa los dedos del niño, satisfecho. Una vez que los presentes aplaudieron, Chávez dice: “¿Están viendo lo qué es un niño? ¡La generosidad! Luego viene la sociedad capitalista y nos enferma de egoísmo. Pero él comparte lo que tiene en la boca, ve, bendito sea, bendito sean los niños y las niñas”.
Ninguna compañía publicitaria en el mundo puede lograr tal eficiencia mandando un mensaje, aquí, la improvisación no tiene precio, la proyección acertada de la imagen que se quiere tener se pierde de vista. Ese vídeo es la prueba de todo lo que puede lograr un demagogo con los medios de comunicación correctos, el alcance de la tecnología actual y la ausencia de escrúpulos suficientes.
A pesar de que se busca humanizar al líder, conmover, manipular emocionalmente, provocar espontaneidad y mandar un mensaje claro (sólo yo puedo resolver tus problemas) la utilización de niños para proselitismo político es algo que en el caso de Chávez está fríamente calculado. En este vídeo se observa como el patrón se repite casi exactamente como en el vídeo que es objeto de nuestras reflexiones. Chávez divisa a un niño en la audiencia, lo invita al podio, lo sienta en la mesa y comienza a interactuar con él.
Y así como se utiliza a los niños, también se utiliza la religión, la muerte, las tradiciones, la música, la idiosincrasia, los iconos y los símbolos. Abstrayéndolos de su contexto para crear códigos que afiancen y fortalezcan el vinculo emocional con el líder. Tratando de alejar a los adeptos de la racionalización, el pensamiento crítico y la reflexión. No existe en el chavismo ideologías, existe un catálogo de referencias que se combinan contantemente para provocar emociones, sentimientos y reacciones específicas.
Reaccionarios, y análisis superficiales de algunos, acusan a los seguidores de Chávez de ignorantes, sin vergüenzas o masoquistas y no se dan cuenta que una porción importante de este país, con muchas necesidades y con pocas herramientas intelectuales para advertir segundas intenciones y hacer otras lecturas de los hechos, ha estado, sistemáticamente, sometida a una brutal manipulación emocional desde el poder. Esa es la relación medular entre un demagogo y la pobreza física e intelectual. Comenzar a entender esta dinámica permitirá superar nuestra relación disfuncional con el estado y el poder.
Lo que Chávez hace en cadena nacional es todo un performance artístico. Es la política como espectáculo.
Próximo capítulo: El populismo