Cuando el M-19 entró a saco al Palacio de Justicia, en Bogotá, vos escuchabas con tu radio aficionado que tomaba las señales de los militares y los policías, todo lo que pasaba, o lo que decían que pasaba, no entendías nada, las informaciones se cruzaban y contradecían, tomaron rehenes y exigieron que se citase al presidente, Belisario Betancur, a juicio. Nunca se supo qué general, o alguien de más arriba, dio la orden al ejército para que entrara a “liberar” a los magistrados y personas que estaban dentro del edificio. Coño, escuchaste la voz de uno de los magistrados rogando que no entraran, luego hubo la masacre, decían que los heridos estaban siendo trasladados a la casa del florero que está en la esquina de enfrente, pero nadie nunca vio los heridos, nunca aparecieron. 95 muertos, 11 desaparecidos, según cifras oficiales, 15 años después encontraron el cuerpo de Ana Rosa Castiblanco, empleada de la cafetería que se encontraba desaparecida, en una fosa común, dicen que vieron al magistrado auxiliar Carlos Horacio Urán Rojas saliendo vivo del Palacio de Justicia, pero al día siguiente lo encontraron muerto dentro del Palacio con una bala 9 mm en la cabeza. Aún recordás que nunca se supo el paradero de muchos magistrados, civiles, miembros del M-19 y del ejército, que fueron desaparecidos ese mismo día, y hasta hoy nadie se hizo responsable. Cuando supiste que fueron absueltos los militares que participaron en la masacre de la toma del Palacio de Justicia, cuando mirás esas sonrisas de esos políticos en la televisión, cuando escuchás sus mentiras, cuando sabés bien cuáles son sus afanes, sus deseos, cuando sabés que lo les conviene se hará, como sea, con votos o masacrando, a vos te da nauseas, y te provoca mandar todo a la mierda.