Con solo 35 años, Jason Reitman le hace sombra a la figura de su padre, Ivan Reitman, gracias al impacto social de sus cuatro películas, todas ellas reconocidas y galardonadas, aunque con ligeras diferencias.
“Juno” y “Up in The Air” significaron su consagración en el circuito oficial de la temporada de premios, hasta llegar a optar por las preseas de la academia.
“Gracias por Fumar” lo presentó en sociedad como un baluarte de la producción independiente a ser proyectado por las grandes cadenas de exhibición.
Su estilo alternativo, considerado “hipster” por la crítica, le permitía hacer el “crossover” o la transición desde el ghetto de los chicos Sundance hasta la zona dorada de la contracultura mainstream, apoyada directa o indirectamente por Fox Searchlight y Paramount Pictures, cuyas infraestructuras le brindaban los recursos para cumplir su fantasía del autor ascendente con plena libertad de expresión garantizada por la chequera de los inversionistas de la bolsa de Hollywood, solo a cambio de respetar ciertas formas, modos y tradiciones del sistema.
Ni corto ni perezoso, el realizador se adaptada con gusto a los cánones de la industria, para complacer al nicho y al mercado de consumo diseñado para la ocasión por parte de las majors.
En adelante, su obra explicaría de manera sencilla los traumas sociales de la crisis de occidente, del adulto contemporáneo, de la clase media deprimida de los suburbios blancos, a través de un lenguaje ameno, tragicómico, melodramático y agridulce.
La planificación de sus trabajos responde a los lineamientos editoriales de un programa formateado en laboratorio, donde los guiones contemplan la necesidad de culminar con una redención forzada y un mensaje moral para llevar a casa.
Tanta corrección política incidió sobre su enfoque para mirar las relaciones de los jóvenes perdidos en la traslación, las absurdas tramas burocráticas de las compañías posmodernas, los problemas de la flexibilización laboral y las desviaciones corruptas del sueño americano.
En el idioma simplificador de Reitman, las calamidades del planeta y de su país encontraban una solución en la toma de conciencia del hombre frente a sus circunstancias adversas, con el objetivo en mente de superarlas, como en una novela de autoayuda o una cinta de la depresión, tras el “new deal”. Allí reencarnaba perfectamente los valores conservadores de los padres fundadores de la nación y de los fervorosos creyentes en el dogma de los destinos individuales de cara a los tormentos colectivos.
Era el viejo cuento del antihéroe enfrentado a las corporaciones enemigas del pueblo y a las tribulaciones de un entorno mediocre, a la usanza demagógica de un Michael Moore de andar por casa con la cámara al hombro en busca de sus pequeñas criaturas de buen corazón, traicionadas por los poderes fácticos de la tierra de las oportunidades.
Así Jason conquistaba el espíritu de su tiempo y el estado de ánimo de los rancios miembros de la academia, quienes veían en él a un talento emergente, con voz propia, pero a la vez inofensivo e incapaz de proponerle un debate serio a los rígidos esquemas del status quo. Defendía la maternidad responsable y justificaba la censura del aborto.
De ahí el éxito de sus piezas en la noche de las estatuillas doradas, a pesar de irse con las manos vacías. En su lugar, el Oscar se lo llevaría su mano derecha en el apartado del libreto, Diablo Cody.
Con el claro propósito de rememorar su pasado reciente de victoria ecuménica, vuelve a colaborar con ella en “Young Adult”. Sin embargo, el resultado dista de alcanzar los logros económicos y mediáticos de “Juno”. La segunda costó 7 millones y recaudó 150 de los verdes en Estados Unidos. La primera, y última de su carrera, tuvo un presupuesto de 12 y obtuvo 16 en la taquilla. 4 por encima del monto original. Una cifra estimable para cualquier mortal. Un fracaso financiero para los promotores de la iniciativa.
Irónicamente, es la mejor película de Jason Reitman, al margen de sus típicas concesiones. De hecho, culmina en un terrible espacio de incertidumbre e inquietud.
La cámara despide a la protagonista en guerra con su existencia, con su carro destartalado, con su realidad gris, con su pasado oscuro, con su desconcertante porvenir.
Jason asesta cachetadas al espectador a diestra y siniestra, para sacudirlo y moverlo de su zona de confort. Contempla con melancolía, el paisaje, de grado cero de la arquitectura, de un tejido urbano monocorde y sombrío, atestado por franquicias y edificaciones prefabricadas, carentes de la menor personalidad.
Reflejo distante de una Caracas provinciana y deslucida, feliz de conformarse con las sobras y migajas de la globalización cosmopolita. Atascada en centros comerciales, condenada a morir en el tráfico, empeñada en celebrar su miseria en restaurantes de “fast food” con complejo de cadenas internacionales de alimentación. Es la ciudad de los malls, los “Friday’s”, los “Chillis”, los “Hooters” semiquebrados, los “Outbacks”, los “Hard Rock Café”.
Mutatis mutandis, Charlize Theron sale de Minneapolis, enratonada y en carro, para intentar rehacer su vida en su aldea de origen.
Con nostalgia, emprende el viaje de regreso en pos de su reencuentro con la senda de la gloria. Por desgracia para ella, el paraíso de sus recuerdos, es un microcosmos de los infiernos de su realidad eterna. Nada evoluciona, nada crece, nada germina, nada surge, nada se transforma.
De broma, los cambios son aparentes, cual distopía de “Back to the Future”. Los novios y amigos de antes, lucen como zombies y pesadillas de las imágenes idílicas de los noventa. Respuesta a la teoría de “El Artista” y reconfirmación de la tesis de “Medianoche en París”. La historia se repite y el presente es un espejo pesimista de un pretérito supuestamente bucólico.
En verdad, “Young Adult” desnuda el estancamiento de una escritora fantasma(alter ego de Diablo Cody), como arquetipo de la esterilidad de la era contemporánea.
Reitman engaña al público al inicio con una estrategia de montaje intelectual, soberbia. Enciende un cassette de carcasa dura, para poner una lista de hits románticos, dedicados a la protagonista por su ex novio. Escuchamos temas y baladas de inspiración optimista. Nos acoplamos y sincronizamos con los aires de esperanza de la protagonista. De inmediato, la música empieza rebobinarse y perder la gracia. En el tercer acto, el hechizó se romperá en las narices de Charlize Theron.
Encima, “Young Adult” describe el síndrome de “Peter Pan” con una elocuente capacidad de fluidez narrativa, alrededor de una serie de secundarios impagables.
La sorpresa es un “nerd” víctima de un ataque de intolerancia en la escuela. Denuncia contra el fenómeno del “bully”. Charlize Theron se acuesta con él, por despecho y a falta del afecto de su galán. Los dos son personajes mutilados por igual. Su familia tampoco la puede rescatar del abismo y mucho menos su oficio en quiebra. Ella escribe novelas rosa para jóvenes y piensa trasladar sus enseñas a la vida real, como “Amelie”.
Lamentablemente, la literatura de evasión no le proporciona las herramientas para paliar sus defectos y escollos. Al contrario, la confianza en literatura idealizada acaba por hundirla de lleno con sus memorias fracturadas.
En un falso cierre, pasará la página y decidirá hacer borrón y cuenta nueva. Volver a empezar de cero fuera de su lugar de origen. La conclusión nos demostrará el retorno a un círculo vicioso, ya trazado y abolido con la chispa de los gags y de los chistes del argumento.
Para llorar de la risa o al revés.
Emociones encontradas.
“Young Adult” no ofrece consuelo y salidas apremiantes.
Nos enfrenta con nuestro deseo irracional de ser jóvenes por siempre.
Una batalla perdida de antemano.
Debemos quemar etapas.
Atención feministas declaradas.
Es la cara opuesta de «Bad Teachers» y «Damas en Guerra».
En «Young Adult», la mujer no consigue a su príncipe azul y no festeja en el epílogo.